Los pecados de nuestras manos

Capítulo 16 Ep. 1 - "Preludio de un final"

Gris parpadea.

—Dije que podía ayudarnos, Sam. No dije que te iba a gustar.

Aion se queda quieto, mientras Gris le apunta con el arma. Su boca está entreabierta, pero no hay nada que él pueda decir. Eric tampoco se mueve, mientras observa a Aion con frialdad. Está acorralado, pero esto es su culpa, por haberle entregado a ella el arma.

Se le forma un nudo en el estómago, siente que ha tragado arena seca. Su cuerpo tiembla y palidece de frío, aunque su corazón le golpea el pecho y la sangre corre por sus venas, quemándolo de dentro hacia afuera. Está harto de pelear, de huir para volver siempre al mismo lugar. La decepción forma una piedra en su garganta que es imposible de tragar.

—Gris, ¿qué significa esto? —Le frunce el ceño a Gris, su sangre burbujeando de rabia mientras espera una respuesta de sus labios, pero es Eric el que habla, sin una pizca de temblor en su voz:

—Tranquilo. ¿Por qué no tomas asiento y conversamos un poco, eh? —lo anima el hombre, con una voz que hasta se le hace gentil, como si tratase de sosegar a un peligroso animal salvaje al que han arrinconado. Aion cierra los ojos por un instante antes de agachar la cabeza, sus hombros también caen cuando exhala audiblemente, cansado de la tensión que siempre carga sobre ellos.

No es justo. Ella había regresado por él, le dijo que las cosas estarían bien. Pero cuando él confió en ella, Gris vació toda esperanza por segunda vez. Ahora él es el único que sale perdiendo, y no es justo..., nunca lo fue.

—Siempre quisiste que llegara este día... —murmura temblorosamente—. ¿Por qué me haces esto?... ¿Por qué me haces esto a mí?

—Sam, escúchame, escúchame —dice ella—. No tienes que pelear contra nosotros.

Nosotros.

La manera en que lo golpea esa palabra es espantosa. Duele más que la soledad que siempre lo ha abrazado y entonces lo entiende todo: él está solo.

—¿Nosotros? —pregunta con un tinte de incredulidad en su voz. Su mirada va de ella, hacia el hombre, y de regreso a ella—. No puedo confiar en nadie, ¿verdad, Gris? —Es una pregunta retórica, por supuesto, no necesita más respuestas de Gris. La palabra «solo» resuena una y otra vez en su cabeza—. Nosotros... Creí que ya tenías un nosotros, Gris. ¡Tú y yo!

Lo dice, pero no lo cree.

«Nunca hubo un nosotros...»

—Sólo déjame ayudarte, Aion, por muy mal que esto se vea...

—¿Ayudarme? ¿Quieres ayudarme? —suelta Aion, empezando a enojarse por sus palabras—. ¿Para qué me quieres ayudar si ya me has traicionado?

—No, Sam... —Gris suspira antes de suavizar su voz—. Por favor... deja que te lo explique.

—¿Y por qué ahora debería creerte una maldita palabra? —espeta Aion, y siente un grito en la garganta que intenta contener el mayor tiempo posible—. ¿No estás cansada de engañarme?

Aion puede ver cómo sus palabras le afectan. Pero ¿qué importa?, él está herido también.

—Yo solo hago lo que es lo mejor para ti.

—¡Deja de mentir! ¡Por favor, ya deja de mentir! —Grita al fin. En su mente oye a Gabriel una, y otra, y otra vez diciéndole lo mismo:

«Todo lo que hago es por tu bien».

¿Por qué tienen que mentir así? ¡Tan hipócritas! ¿Por qué no puede ser por una sola vez lo que él quiere? Su pecho se eleva y se contrae con cada respiración agitada, sus uñas lastiman sus palmas de la presión que ejercen sobre sí mismas.

—Los dos sabemos lo que va a pasar si él nos alcanza —dice Gris—. ¿No quieres terminar con esta absurda persecución y por una vez en tu vida volver a recuperar tu tranquilidad?

Él deja salir una risa irónica, casi dolorosa, mientras niega y reniega con la cabeza, pero su cuerpo poco a poco está aflojándose con sus palabras.

«Así que esto es lo que la preocupaba tanto», piensa. Gris le pidió de mil maneras que confiara en ella, pero ¿cómo se supone que debe hacerlo cuando ella nunca ha sido honesta? La ira de Aion empieza a transformarse en resignación. Odia que ella esté en lo cierto. Si Gabriel los encuentra…

—Está bien —dice, con un tono derrotado en su voz. Aion intenta convencerse a sí mismo de que debe dar un salto de fe a ciegas. Sólo esta vez. Al menos para saber si esta es realmente la única opción que le queda.

Ahora Eric lo tiene en sus manos, pero es, en todo caso, el menor de los males. Podría ser peor, podría ser Gabriel... Y él no sería tan amable de conversar. Mataría a Gris frente a sus ojos, lo lastimaría, y lo arrastraría con él a Hyoga Village otra vez.

—Está bien —repite, empezando a aceptar lo que tiene que ocurrir.

Se enfoca de nuevo en la situación. Que los dos estén apuntando sus armas no lo tranquiliza. Él no es un monstruo, no es un salvaje. ¿Por qué no pueden ver que él también es humano? ¿Por qué no pueden ver que ha reconocido sus faltas, y ha cambiado?

Para su sorpresa y decepción, Eric es el primero que baja el arma. Luego le hace un gesto a Gris para que haga lo mismo antes de pedirle que espere en la esquina junto a la puerta.

Hay una clase distinta de emociones que derrumban su corazón estando frente a frente con Eric. Este hombre es el único que a Gris le importa. Depués de todo, es su padre. Él la crió, la protegió y la vio llorar y reír por más tiempo que él. Es deprimente pensar que Aion significa para ella nada más que un simple criminal.




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