Los pecados de nuestras manos

Capítulo 16 Ep. 2 - "Hamlet"

Aion se pone de pie al instante, mientras Eric le apunta su Glock a la cabeza y Gris se acerca rápidamente detrás de él.

—¡¿Qué significa eso?! —espeta Aion con irritación, y lo comprende al escuchar el clic de las esposas que Gris tiene ahora en su mano izquierda.

Aion la observa con una expresión tan asombrada como herida en su rostro, mientras ella avanza cuidadosamente.

—Sam, no te resistas —le advierte, pero la mueca de angustia en la cara de Aion no cambia. Él vuelve a mirar a Eric, hasta que siente el frío metal alrededor de sus muñecas, y ella le ruega con gentileza—: No intentes nada, Aion. Esto ahora está fuera de tu control.

Pero Aion no escucha sus advertencias y da un giro de ciento ochenta grados a punto de empujar a Gris para salir de allí.

Sin embargo, antes de que pueda huir a cualquier lado, un equipo de uniformados irrumpe en el pequeño cuarto, el líder de aquellos ordenándole que se quede quieto mientras lo someten de rodillas frente a Eric.

—Si no colaboras por las buenas, será por las malas.

Aion frunce el ceño en respuesta.

—… Dijiste que ibas a ayudarme —le recuerda en un tono sombrío, y aún así, Eric lo observa con compasión y pena.

—Eso es lo que te dijo Gris —le explica.

Aion Samaras vuelve a quedarse sin aliento al entender lo que eso significa, y su corazón se hunde en su pecho.

—Si hubiera querido… ya estarías muerto —dice con su voz quebrándose un poco en las últimas palabras.

No hay tiempo suficiente para que pueda reaccionar, cuando un pequeño artefacto rompe una de las numerosas ventanas, y Aion cae al suelo apretando los ojos y gritando de dolor, ante el horrible ruido que revienta sus oídos en el momento en que el artefacto explota.

En cuestión de segundos, los uniformados a su alrededor caen abatidos como moscas, y él vomita en el lugar debido al vértigo que invade su cuerpo.

Para cuando abre los ojos y estos se acostumbran de nuevo a la luz, halla a Eric aún de pie, y todos sus hombres que entraron minutos antes, están desparramados en el piso, todos muertos.

—¿Qué está pasando? —musita sin siquiera poder escucharse a sí mismo, su cuerpo tiembla mientras mira Eric con confusión—. Eric, ¿qué…?

Aion Samaras calla al encontrar al hombre helado, su mirada está fija en un punto detrás de él. El joven apenas comprende lo que están diciendo sus labios.

¿Cómo nos encontraste?

Aion empieza a alarmarse. Con el corazón en la garganta, da vuelta y se encuentra con el autor de aquel espectáculo, dando dos pasos más cerca mientras sostiene a Gris del cuello con su Glock apuntando su sien.

Tuve un poco de ayuda —dice Gabriel.

El ver y oír a su padre hace que los ojos de Aion se ensanchen de horror; un escalofrío comienza en su espina vertebral y se abre paso a través de su cuerpo hasta llegar a la punta de sus cuatro extremidades. Vomita ahí mismo una vez más.

«No puede ser.»

Un segundo hombre se aproxima por el otro extremo, empujando a Sebastián y tirándolo al suelo.

«Esto no está pasando…»

Sebastián se ve espantoso, con una gran herida en su frente, su nariz desarmada a golpes, dos ojeras negras y profundas se pronuncian en su pálida e hinchada cara llena de msgulladuras azulverdosas.

Su mejor amigo tose escupiendo sangre, balbuceando alguna especie de disculpa por haberle revelado todo a Gabriel. Aion quiere acercarse a él para asistirle, pero se congela al oír el desbloqueo de un arma.

La angustia invade su cuerpo. Su corazón late desenfrenado mientras esa risa, esa horrible carcajada de Gabriel consiguiendo lo que quiere resuena en cada esquina.

Debió saber que no estaba seguro, jamás lo estaría. Gabriel lo hallaría siempre, rompiendo todo lo que a él le pertenece, desarmando a sus amigos, a sus seres queridos.

—¡Al fin estamos todos juntos, ¿eh, Eric?! Lamento haber llegado tarde, pero no podía perderme de este gran reencuentro. —Dice Gabriel lamiéndose los labios, como si saboreara una victoria, antes de fijar sus ojos en él—. A ti tengo que darte una maldita medalla. Agotaste toda mi paciencia, toda. Eres el más inútil, desesperante, y tozudo hijo que podría haber tenido. No puedes huir de lo que eres, Sam, me canso, y me canso de decírtelo pero te entra por un oído y te sale por el otro, ¿verdad?

Los ojos de Aion van hacia Gris primero, antes de dirigirse a Gabriel de nuevo, incapaz de decir una sola palabra. Esto no es normal, Gabriel está alterado, y eso no puede ser bueno.

—Ahora, ¿quién quiere morir primero, eh? —continúa el hombre, apuntando con su Glock hacia Eric primero—. ¿Tú? —Apunta hacia Sebastián—. ¿Tú?, o… —El arma se dirige a Gris de nuevo, y sus labios le susurran al oído—. ¿Tú?

—¡Déjalos en paz! —Protesta Eric y Gabriel vuelve a dirigirse a él.

—¡Ah, amigo, es un gusto verte! —Dice, mirándolo de arriba abajo y luego asiente como si aprobara su aspecto—. Te ves bien.

—¡Ya cállate! —espeta Eric apretando su arma con mayor fuerza.




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