Londres, 1850. INGLATERRA
Eran las 10 en punto de la noche cuando Anastasia dibujaba con su dedo trazos en el vidrio empañado de la ventana, lágrimas caían de sus ojos descendiendo por sus frías y pálidas mejillas. Un intenso dolor en su pecho le hacía desear estar muerta.
—¿Cómo hago para levantarme y ser fuerte, si todo lo que deseo en este mundo es que mi corazón deje de latir? —su miraba estaba perdida en la inmensa oscuridad que se apreciaba a través de su ventana—. Ya no quiero sentir este dolor, ya no quiero seguir viviendo, estoy cansada de esta vida de sufrimiento y rechazo. Dios, por misericordia, llévame — pensó, luego del maltrato vivido en carne propia momentos antes a manos del ser más despreciable y malvado; su padre, el Conde de Pembroke.
Los minutos pasaban con lentitud, el tiempo parecía detenido, y aunque la joven suspiraba con pesar deseando recomponerse, le resultaba, en aquel instante, imposible.
Día a día el escarmiento a mano de su familia, la hacía sentirse como la peor basura del mundo.
1 HORA ANTES.
— Señora, la cena está lista, tal y como usted lo solicitó. Pediré a las muchachas que bajen... el pequeño Alex ya está en su lugar, al parecer tiene muchísima hambre — comentó Elvira a Lady Christine.
— Esta bien. Por favor no tardes, y que la incompetente de Anastasia no demore, me enerva saber que pasa horas en su cuarto escribiendo Dios sabe que cosas en ese librito, maldigo el día que a su tía se le ocurrió la brillante idea de obsequiarselo. Si me muero de un infarto, será culpa de ella, si tan solo fuera como su hermana; brillante, hermosa, hábil con el arpa, el piano, conocedora de cinco idiomas diferentes, con un porte y elegancia que hasta el mismo rey caería rendido a sus pies, sin duda yo sería una madre feliz — exclamaba mientras se masajeaba la sien, ya había comenzado a sentir punzadas en su cabeza —. Ve y no tardes, necesito comer pronto, y luego preparame un té, con hierbas para el dolor de cabeza, siento que me explotara.
Sí señora — Respondió Elvira entre dientes, y haciendo uso de toda su fuerza de voluntad para no rodar los ojos ante sus palabras necias, salió a paso rápido del salón rumbo a la pieza de las jovencitas.
—Señorita Anastasia, Señorita Julieta —golpeaba una puerta y luego se dirigía a la que estaba al frente —. La cena está servida, por favor apresúrense, su madre está en la mesa junto al pequeño Alex, sólo faltan ustedes.
Al cabo de unos minutos Julieta fue la primera en abrir, con una mueca de desagrado y hastío la observó —. ¿Que maneras son esas de golpear la puerta?, pareces una loca desquiciada, ¿Acaso todos estos años junto a la nobleza no te han enseñado de modales? —preguntó con los brazos cruzados y una ceja enarcada.
— Pe...perdóneme señorita Julieta — contestó clavando sus ojos al suelo —. No era mi intención provocar su enojo, su madre se siente mal, y desea comer pronto —aquella desalmada jovencita era realmente dañina si se lo proponía.
Julieta alzó una ceja — ¿Provocar mi enojo?, lo único que provocas en mí, es lástima — declaró arrastrando la última frase con desprecio, lo que provocó que el mentón de Elvira comenzase a temblar.
De inmediato Anastasia abrió su puerta y al ver a Elvira mirando al suelo, supo que la altiva e insolente de su hermana lo había vuelto a hacer.
— ¿Realmente no te cansas de hostigar a la pobre Elvira?, suficiente para ella tener que soportar tus insultos de niña caprichosa y malcriada, déjala en paz —espetó.
El rostro de Julieta se tiñó de carmesí debido a la rabia, ¿Quien era ella para hablarle de esa manera?, con furia levantó su mano y la dejó caer
sobre la mejilla de su hermana, esta perdió el equilibrio retrocediendo dos pasos y gimió de dolor.
Las comisuras de los labios de la rubia se elevaron en una sonrisa socarrona y con desdén soltó:
—Que sea la última vez que me hablas de esta manera querida Anastasia, te recuerdo que la favorita de mami y papi soy yo, la perfecta Julieta. No acumules más a tu larga lista de defectos. Ahora toma a tu criada protegida y sal de mi vista, debo ir a ver a mi madre ya que está enferma, y me necesita. A menos que no quieras que vean la marca de mi mano en tu cara, sin duda es toda una obra de arte, ¡una maravilla! — simuló dar un beso al aire, se dió la vuelta y se fué meneando exageradamente sus caderas.
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Editado: 21.01.2023