Anastasia abrió los ojos como plato, con sus manos trató de soltar el agarre que apretaba con firmeza su cuello, más no podía, su fuerza no era comparable con la de aquel monstruo.
Con cada segundo que pasaba su rostro cambiaba de color; paso de la palidez a una coloración azulada. Desesperada intentaba, en vano, dar bocanadas de aire, pero las fuerzas la estaban abandonando, su vista se estaba nublando.
Lady Christine no pudo hacer nada, aunque lo deseara, no fue capaz de moverse de su lugar, estaba en estado de shock.
En cambio, su hermana, Julieta, se abrazó a su madre y simuló estar aterrada, a pesar de que en su interior, anhelaba que Anastasia cayera sin vida al suelo.
Alex, su hermano pequeño, fué el único miembro de la familia que suplicó por ella, por su amada hermana, se levantó de su asiento, y se lanzó a los pies del Conde.
— Padre, ¿Que estas haciendo?... es mi hermana, déjala, por favor, le haces daño — suplicaba con sus ojos llenos de lágrimas.
Elvira acababa de entrar con el té para el dolor de cabeza de Lady Christine, cuando vio a Anastasia suspendida en el aire, se horrorizo y soltó la taza que llevaba en sus manos. Sin importarle nada más, corrió a salvarla.
— Señor, si usted hace esto, irá a prisión, por favor sueltela — Repetía una y otra vez mientras forcejeaba con el brazo que sostenía el cuello de la joven — Sueltela, llamaré a la policía, terminará tras las rejas, se lo aseguro — gritó desesperada, no le importaba nada, solo su niña.
El conde había perdido la consciencia de lo que sucedía a su alrededor, todo su ser estaba enfocado en acabar con la insignificante vida de Anastasia, por lo que al escuchar las primeras palabras de Elvira las ignoró, pero al oír el grito y la amenaza de irse preso, la soltó. Cómo si saliera de un trance, vio como la joven caía al suelo, su rostro estaba morado, y la marca de su mano en su cuello parecía tallada con fuego, sin embargo no sintió una pizca de arrepentimiento.
— Elvira levántala y llévatela, no quiero verla más aquí, que no intente poner un pie fuera de su habitación ¿Queda claro? — Entornó su mirada desafiando a la criada.
—Si — mordió su labio inferior para contener las ganas de gritar en su cara lo desgraciado y maldito que era —. Me la llevo de inmediato.
Se agachó, puso sus manos debajo de sus axilas, e intentó con todas sus fuerzas levantarla, más no pudo. El pequeño Alex al percatarse de esto, se apresuró y tomó un brazo de la joven, Elvira lo vio, y sonrió, ella tomo el otro brazo. Con cierta dificultad lograron levantarla, Anastasia estaba ida, su respiración era irregular, pero se dejó llevar por ambos, cruzaron el salón, y subieron la escalera hasta llegar a su habitación.
Al dejarla acostada, Alex se despidió de su hermana dándole un beso en la frente y susurró — Te amo hermanita, para mi eres perfecta, la flor más bella. Descansa y duerme bien, te veo mañana.
Anastasia estaba sentada en el borde de su cama, inhalaba y exhalaba con dificultad, aún podía sentir el agarre en su cuello quemando su piel.
A su lado sólo permanecía la que para ella era su verdadera madre; Elvira, quien con suavidad acariciaba su cabello y espalda.
Sus ojos se nublaron de lágrimas al recordar lo sucedido momentos atrás. Apretó sus puños con fuerza enterrando sus uñas en sus palmas, rabia crecía dentro de su ser, impotencia.
Suspiró con pesar, se había prometido a si misma ser fuerte, la irá no debía adueñarse de ella. Aflojó sus manos mientras lágrimas resbalaban por su cara.
Un resplandor en el cielo la sacó de sus pensamientos, un estruendo violento la asustó. La tormenta, parecía que el firmamento la acompañaba en su aflicción y sufría junto a ella, lágrimas comenzaron a caer de sus ojos, se levantó, eran las 10 en punto de la noche, dibujaba con su dedo trazos en el vidrio empañado de la ventana, un dolor en el pecho le hacía desear estar muerta, un dolor que mataba su alma lentamente.
—¿Como le hago para levantarme y ser fuerte?, si todo lo que deseo en este mundo es que mi corazón deje de latir, estoy cansada de ellos, cansada de esta vida no debí haberlo enfrentado, fue mi culpa — pensó con los ojos enrojecidos.
Elvira cómo si adivinara sus pensamientos, se allegó a ella y la abrazó — Tu no tienes la culpa de nada, nunca pienses de esa manera. No te merecen mi niña, no merecen conocer lo increíble y maravillosa que eres —. Anastasia se aferró a ella con sus brazos rodeando su cintura —. Perdonalos, perdona su necedad y falta de amor, perdona todo el daño que te han hecho. Sólo así podrás sanar y avanzar.
Estoy segura que Dios te tiene preparada la felicidad, pero por favor no permitas que el odio y el rencor entre en tu corazón.
La muchacha tenía los ojos cerrados meditando las palabras de Elvira, ¿Podría un corazón dañado perdonar a los causantes de su dolor?
— Si — susurró —. Debo perdonarlos, aunque me cueste y me duela, debo hacerlo. No puedo permitir que sus comportamientos destruyan mi alma, merezco ser feliz.
Yo sólo deseo que algún día puedan ser conscientes de todo el daño que me han causado, y cuando eso suceda, quiero estar lejos, muy lejos de sus malos tratos y humillaciones.
Aunque deseara odiarlos, no puedo, son mi familia, por eso anhelo marcharme de este lugar, respirar el mismo aire que ellos me hace daño —Levanto su rostro y vio a los ojos de Elvira —. Si tu no estuvieras conmigo, nose que hubiera sido de mi, me hubiera perdido —continuó—. Gracias por ser una madre para mi, eres valiosa y te amo, se que puedo sonar insistente ya que te lo repito a diario, pero nunca me cansaré de decirte que te amo, realmente lo hago.
Elvira no pudo contener las lágrimas que fluían de sus ojos, la niña le había dado un sentido a su vida, un propósito. Anastasia creía que sin ella se habría perdido, pero la verdad era todo lo contrario. Anastasia había salvado a Elvira de caer en el más doloroso y profundo abismo. Ella fué su luz en medio de la oscuridad y el impulso para seguir viviendo.
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Editado: 21.01.2023