Alexander Lancaster, Duque de Lancaster, ha fallecido producto de un fulminante ataque al corazón. Lamentamos profundamente la temprana partida de un noble tan valioso, destacado y respetado como él.
Su único hijo, el joven Gregory Lancaster, arribará a las costas Londinenses la semana próxima.
Esperamos que su heredero este a la altura de tan importante Ducado.
Periódico "Las gacelas de Londres"
Residencia Duques de Lancaster, Londres.
— Desgraciados — Espetó molesta luego de leer el publicado de esa semana — ¿No era suficiente con decir que mi esposo se murió?, ¿Acaso el periódico se ha vuelto un espacio para dar rienda suelta al cotilleo?, no debería importarles en absoluto la llegada de mi hijo - vociferó enfadada.
—Señora, no se altere — inquirio la criada Lucy.
—Eso intento, pero se me hace tan difícil. Años sin poder estar a su lado, y ahora, todo Londres sabe que llegará, ¿Cómo crees que se sentirá el?, acaba de morir su padre, debe hacerse cargo del ducado, de las finanzas, e intuyo que las madres casaderas no lo dejarán en paz - suspiró Lady Johanne.
— Todo saldrá bien señora, ya lo verá.
6 días después.
Aquel soleado y cálido día Gregory arribo al puerto de Tilbury, al bajar del barco y pisar suelo Londinense una sensación de Deja vu lo dejó paralizado. Observó a su alrededor; flota de barcos mercantes, comerciantes acarreando barriles, sacos de especias, hortalizas y vegetales, mujeres abrazando con fervor a sus amados, y familias celebrando el arribo de sus seres queridos.
Y Ahí estaba el, luego de haber anhelado ese momento durante años, al fin volvía a su hogar. Hubiese deseado que las circunstancias de su regreso fuesen diferentes, pero nada podía hacer.
De pronto la llegada de un carruaje interrumpió sus pensamientos, entrecerró los ojos y espero.
Leopold, el mayordomo, descendió del carro con prisa, temía haber llegado tarde, barrió el lugar con su mirada, sin embargo no se percató de que Gregory ya caminaba hacia él.
—Leopold, ¡Que alegría verte! — Exclamó.
El hombre parpadeó un par de veces — ¿Joven Gregory?, ¿Es usted?.
—Si, si —sonrió.
—¡No puedo creerlo!, como ha cambiado, bienvenido a Londres — Estrechó su mano.
—Me conoces desde niño, y ¿solo me darás la mano?, ¡Por Dios, dame un abrazo!.
El hombre soltó una risa y se acercó a él para rodearlo con sus brazos y apretarlo fuertemente — ¡Que no respiro Leopold!.
— Disculpe Milord, es emocionante verlo luego de tantos años.
—Descuida, pero por favor no me llames Milord, sólo Gregory. Eres de la familia —sonrió.
—Está bien —Asintió con su cabeza —. Vamos, su madre lo espera.
Sin demorarse un segundo más, Gregory subió sus maletas con ayuda de Leopold, y se marcharon.
De camino a la mansión la emoción del joven era evidente, ansiaba ver a su madre, casi tanto como ansiaba recorrer las calles de Londres.
Luego de un buen rato, los caballos se detuvieron, habían llegado.
Con las piernas temblorosas descendió del carruaje, su corazón latió rápidamente al observar la preciosa y gigantesca mansión que estaba ante él. Seguía exactamente igual a como la recordaba, esbozó una sonrisa.
Bajo el umbral de la puerta principal estaba su madre, al verlo comenzó a correr con lágrimas cayendo por sus mejillas.
— Querido hijo, oh mi muchacho, ¿Es una ilusión o realmente eres tú? — cuestionó al ver el hombre en el que se había convertido su pequeño, que ya no era para nada un pequeño
— Así es madre, soy yo — respondió mientras recibía a su madre entre sus brazos. Fantaseó con aquel momento durante mucho tiempo, cerró sus ojos y suspiró. Beso la coronilla de su cabeza con ternura, su madre, su querida y amada madre, la había extrañado tanto.
— Qué alegría volver a verte hijo mío — alzó su rostro y acarició su mejilla —. Estás tan guapo.
Gregory soltó una risita — Usted no ha perdido su encanto, es tan hermosa como la última vez que nos vimos — Y no mentía, aquella mujer poseía una gran belleza. Una cabellera castaña brillante, ojos grandes adornados con pestañas tupidas y crespas, hoyuelos salían a relucir cada vez de sonreía, cualidad que heredó Gregory. A pesar de su edad, no poseía una sola arruga en su rostro, su piel era de un precioso tono dorado, sus facciones finas y elegantes, gozaba de una sonrisa y mirada que denotaba amabilidad y serenidad, sin duda era la envidia de las señoras de la más alta nobleza. En su juventud incluso el mismísimo rey la había deseado a su lado en el trono, sin embargo ella no buscaba formar parte de la realeza, sólo anhelaba un amor puro y verdadero, amor que encontró en los brazos de Alexander, padre de Gregory, y al igual que ella, deseaba que su hijo encontrará amor, felicidad y lealtad.
—Hijo, no hace falta halagarme, se que cada día estoy más vieja — sonrió —. Siempre tan caballero, así es como te recuerdo; educado y gentil.
Lamento profundamente que las circunstancias de tu venida sea la muerte de tu padre, fue todo tan, tan rápido —sus ojos se llenaron de lágrimas, sus piernas comenzaron a temblar —. Estaba en el jardín, Leopold me llamó, había escuchado ruidos extraños desde la oficina de tu padre, golpeó pero él no atendió, así que lo más correcto es que yo ingresará al despacho, corrí rápidamente, pero al entrar — se llevó la mano a la boca —. Tú padre estaba en el suelo con una mano en el pecho, pude ver en su rostro dolor, mucho dolor, me acerque a él, pero al instante perdió el conocimiento y dejó de respirar, tuvo un infarto hijo, no pude despedirme de él — Lady Johanne hizo una pausa y caminó al salón seguida de su hijo.
—Yo... yo no sé qué haré ahora, no puedo y no quiero vivir sin él —dió un paso hacia atrás, paso que la desestabilizó cayendo por poco al suelo, Gregory la tomó en sus brazos, y acarició su cabello, sintió como su madre sollozaba en su pecho mojando con lágrimas parte de su camisa.
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Editado: 21.01.2023