Los pedazos de mi corazón | ~{amores Verdaderos #1}

Capítulo 10

Con aquellos pensamientos se levantó rápidamente, e hizo una reverencia — Lo lamento, debo irme, sin duda fue un gusto haberlo conocido, Adiós.

A Gregory se le descompuso el rostro, se levantó y la tomó de la mano — ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Dije o hice algo malo?, por favor, solo un momento más, necesito saber su nombre — su voz evidenciaba la  desesperación.

— No, por supuesto que no, usted es maravilloso, sólo que no puedo, ni debo conocerlo, por favor, olvide que nuestros caminos se cruzaron — Lo miró fijamente por última vez, y en un impulso, se acercó a su rostro y beso su mejilla.

Se apartó de él y echó a correr, vio a Elise junto a Andrés, solo hizo un ademán con la mano, y continuó.

Corrió tan rápido como pudo, lágrimas salían de sus ojos, recuerdos fugaces aparecieron en su mente; desprecio de su padre, malos tratos de su madre, burlas de Julieta.

~{ ¿Por qué las personas que hacen el mal siempre tienen una vida plena? ¿Por qué a los que hacemos el bien, siempre nos suceden cosas malas? ¿Podré alguna vez encontrar el amor sin que la sombra de mi familia lo echen a perder? }~

Al sentir su respiración agitada, se detuvo para descansar, se sentó a los pies de la escalera de una casa, cubrió su rostro con sus manos y sollozó con dolor, realmente le dolía su corazón, de pronto siente una mano en su hombro, de un susto se levanta, y mira hacia atrás.

—Elvira, oh madre, debiste haber visto cómo me miraba ese joven, nunca me habían mirado con tanto amor — Se apretó contra su pecho y lloró, como si se le fuera la vida en ello.

Elvira había estado observando todo desde la esquina de la calle Oxford, no quiso abandonar a Anastasia desde que vió lo triste que se puso luego de golpear la nariz de aquel joven, al verla levantarse y salir corriendo, supo que algo había pasado, podía sentirlo, corrió tras ella, pero no logró alcanzarla, creyó que no la encontraría hasta que la vio sentada en una escalera.

La abrazó y la acompañó en su dolor, era su hija, no importa que no la hubiera dado a luz, era suya, su pequeña que ahora la necesitaba, y ella nunca pero nunca la abandonaría.

— Mi niña, venga, vamos a la casa, pediré que le preparen un pudin de nata, su favorito, ¿Que dice? —Elvira sacó un pañuelo de su bolsillo y limpio con cuidado las mejillas de Anastasia.

—Está bien, muchas gracias — Se levantó, tomó la mano de Elvira y las beso —. Vamos, pronto olvidaré esto, estoy segura.

— Estoy de acuerdo, pero, ¿no quiere contarme cuál fue el motivo de su llanto?

—Si —Hizo una pausa —. Caminemos, y en el camino le cuento — Un suspiro salió de sus labios. Miró al cielo, cerró los ojos, y se dispuso a contarle con detalle lo ocurrido.

Luego de unos minutos, al haber escuchado el relato, Elvira hablo: —¡Oh mi niña!, lo lamento tanto, sus padres, tan egoístas, siempre velando por sus propios intereses. Yo soy testigo de lo que son capaces con tal de lograr lo que quieren — Negó con su cabeza.

Anastasia arqueó una ceja, y miró de reojo a Elvira —¿Por qué lo dices? A qué te refieres — preguntó con el ceño fruncido.

— No mi niña, nada, nada —Había hablado de más, pero Anastasia no le dió mayor importancia, ya que sus pensamientos aún seguían en el muchacho de ojos azules y mandíbula afilada.

Al llegar a la mansión, ingresaron por la cocina, luego por el pasillo en dirección a las escaleras. El salón aún seguía con la puerta cerrada, al parecer Lady Cristhine y Julieta continuaban sumidas en un profundo sueño, que bien había resultado esa parte del plan.

Anastasia entró a su habitación — Elvira, deseo estar sola — su voz se había quebrado, su mentón estaba tiritando, el dolor era evidente, a paso lento se dirigió a su cama.

— Descanse, iré a pedir que le preparen un pudin, no tardo.

—Está bien, muchas gracias —tomó su almohada, la puso sobre su rostro, y gritó, gritó muy fuerte dejando salir de su interior la rabia, la impotencia, pero sobretodo la pena. Tal parece que la vida se empeñaba en darle la espalda, su corazón ya no aguantaría más golpes, estaba hecho pedazos.

Con resignación se dejó caer sobre la cama, se puso en posición fetal, y lloró hasta que el sueño se apoderó de su cuerpo.

Elvira había llegado con el pudin, sabía que su postre favorito mejoraría su ánimo, pero al abrir la puerta de su habitación la encontró dormida. Sus ojos estaban rojos e hinchados.

~{Mi niña, cuánto debe haber llorado}~ pensó con tristeza.

Se acercó a ella, acarició su rostro, y la cubrió con una manta. Se prometió a sí misma contarle la verdad, aquel oscuro secreto que no hacía más que daño. Buscaría la manera y el momento propicio para revelar aquella atrocidad.

La observó mientras se alejaba, su corazón le pedía a gritos correr tras ella, pero su cabeza rogaba por sensatez.
¿Quién era él para detenerla? ¿Acaso se había enamorado de ella? — Imposible — susurró.

Sus pensamientos y sentimientos lo estaban dejando en una encrucijada, tomó aire, se llevó las manos a su cabello y se peinó con disgusto.

Debía tranquilizarse, y buscar al estúpido de Andrés, que no hacía más que reír y coquetear con Elise.

Caminó hacia ellos con el rostro turbado, se paró en seco, y carraspeó — Andrés, debo irme, ¿Me acompañas, o te quedas?.

— Amigo, ¿Qué te sucede? ¿Está todo bien? — Pudo ver que Gregory no era capaz de articular palabra, simplemente miraba el suelo.

Se giró, observó a Elise, quien estaba igual de confundida que él, y besó su mano para despedirse —. Fué un placer haberla conocido, hasta pronto.

— Hasta pronto Lord Chesterffield, fue un gusto.

Ambos jóvenes se encaminaron al carruaje, una vez dentro, Gregory se dejó caer en el asiento con pesar, desabotono el cuello de su camisa, miró hacia arriba, dio un golpe al techo y los caballos comenzaron a moverse.

Cerró sus ojos intentando recordarla, aquellos ojos color miel con intensas manchas turquesa, su pequeña nariz respingada y esa boca, ¡Por Dios que boca tan perfecta!, con gruesos labios que lo llamaban a caer en la tentación, era preciosa, su belleza no estaba encasillada en la típica doncella de nobleza; de cabellos rubios y ojos azules, no, ella era totalmente diferente, pelo oscuro, piel blanca, tersa y suave como la seda.




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