Los pedazos de mi corazón | ~{amores Verdaderos #1}

Capítulo 31

Lady Johanne había llegado a palacio, tal como lo pronosticó, el rey le concedió una audiencia de inmediato... con la carta en la mano, se presentó ante el.

Durante largos minutos relató los detalles que ella conocía, le hizo saber a su majestad el peligro inminente en el que se encontraba la joven, y le rogó por su libertad.

El rey, analizó cada palabra que salía de la boca de ella, ¿debía creerle?, era una Duquesa, aquel título era muy importante, no estaría ante su presencia si la acusación fuera falsa.

—Esta bien, le creo, creo cada palabra que me ha dicho —se levantó de su trono, con ambas manos detrás de su espalda, camino pensativo de un lado a otro —. Guardia —llamó firmemente.

—Si, su alteza — un fornido hombre se presentó.

—Quiero que la Duquesa de Lancaster sea escoltada hasta la residencia de los Condes de Pembroke, ella sabe el motivo. Tu, y tus mejores hombres me traerán al Conde para ser juzgado por sus delitos, ¿entendido?.

—Si, su alteza —contestó el guardia, hizo una reverencia y se marchó del gran salón.

—Ahora, voy a redactar una carta para autorizar la libertad de la joven, nadie podrá impedirlo ni aun cuestionarlo ya que llevará mi sello real.

—Oh, su alteza, muchas gracias, es usted un rey muy benevolente.

El rey solo sonrió y asintió con su cabeza mientras hacía un gesto con sus manos, y un sirviente corría para buscar papel y lápiz.

Lady Johanne no podía más de la felicidad, sabía que todo saldría bien, aunque en un segundo realmente dudo, pero ahora, la vida les sonreía.

Un grupo de soldados entró al salón, se inclinaron ante el rey y el guardia encargado habló: —Su alteza, estamos listos, el carruaje está preparado para escoltar a la Duquesa.

—Perfecto, esperen afuera —. Tome, no permita que nadie impida que la joven salga de ahí — extendió la nota con su sello real.

—Muchas gracias.

—El Conde será juzgado, le doy mi palabra.

Así fue como se marchó escoltada por la guardia del rey a la residencia de los Condes de Pembroke, al llegar vio a Elvira estaba sentada en la vereda de la calle, con sus manos cubriendo su rostro.

—Elvira, Elvira, ¿Qué haces aquí? — Lady Johanne se acercó a ella y tomó su hombro moviéndola suavemente.

Elvira abrió sus manos, la vio,  se levantó rápidamente y la abrazó sollozando.

—Oh Lady Johanne, gracias a Dios que ha llegado, paso algo terrible.

—¿Qué?, ¿Qué paso?, yo vine a buscar a Anastasia, el rey ha decretado su libertad, le lleve la carta que nos enviaron hoy, y le conté todo, ¿donde esta ella?.

—No, no está —respondió llorando —. El conde contrató a dos hombres para que se le llevaran... La subieron a un carruaje, y cuando creí que no habría esperanza, su hijo llegó junto a la policía, fueron tras ellos — hizo crujir sus dedos debido a los nervios —.  Estoy tan preocupada, solo espero que lleguen sanos y salvos.

—¡Santo Cielo!, todo esto es culpa del infeliz del Conde.

Lady Johanne se dio vuelta y caminó decidida hasta el guardia encargado de la escolta.

—Vamos a buscar al Conde, es hora de que pague por sus delitos.

El hombre asintió, miró a sus soldados y movió su cabeza indicando que debían adentrarse en la residencia.

—Vamos Elvira, dime dónde está ese desgraciado.

Elvira no sabía qué sucedía, y no se atrevía a preguntar, solo se dispuso a caminar delante del grupo de hombres hasta llegar al salón.

—Elvira, ¿dónde está Lady Christine?.

—¡Ooooh! — exclamó alarmada —.  Me olvide de ella, intentó defender a Anastasia, pero el Conde la tiró sobre el tualet, y quedó inconsciente en el suelo sobre un charco de sangre.

—¡Oh que desgracia!... ¡Corre a verla Elvira!, e indicame donde está el despacho del Conde.

—Sí señora —le dio las indicaciones y se fue corriendo hacia el segundo piso.

Lady Johanne junto a la escolta atravesaron el salón para llegar a un largo pasillo, luego debían doblar a la derecha, la habitación que estaba al final, era la oficina del Conde.

El guardia encargado comenzó a golpear la puerta —. Abra en nombre del rey —al no recibir respuesta golpeó con más insistencia, pero nada, no se oía nada.

—¿Y si escapó? —preguntó Lady Johanne.

El guardia la miró con el ceño fruncido —. Más vale que no, tenemos una orden y la cumpliremos, busquen al mayordomo, y traigan la llave —unos de los hombres asintió y salió.

Al cabo de unos instantes, regresó junto al mayordomo, quien se dirigió a la cerradura y la abrió dejando a la vista una escena aterradora. Lady Johanne se llevó las manos a la boca para silenciar el grito que salía de sus labios... La habitación estaba destruida; papeles, y vidrios por todas partes, el escritorio, la silla, un sillón, todos dados vuelta.

El conde en el suelo boca arriba, con la garganta y el pecho lleno de sangre, ¿Qué había pasado?.

El guardia dirigió la mirada a uno de sus hombres y hablo: — Traigan a la policía.

Luego observó a Lady Johanne —. Es mejor que no siga viendo esto, nosotros nos encargamos.

Ella sólo asintió con la cabeza, estaba perpleja, se dio vuelta y caminó hacia la escalera donde vio subir a Elvira, escuchó un llanto proveniente de una habitación, entró y observó a Lady Christine acostada sobre una cama, Julieta estaba a su lado sosteniendo su mano mientras lloraba, y Elvira tenía un paño ensangrentado sobre el brazo de ella.

—Elvira, ve a buscar a un médico, yo la atiendo.

Lady Johanne tomó su brazo, y quitó el paño, tenía un corte profundo, estaba perdiendo mucha sangre.

Miro a Julieta y le dijo: —. Trae una botella de alcohol, rápido —la joven asintió con sus ojos llenos de lágrimas y salió de la habitación.

Lady Christine estaba pálida, pero lúcida, abrió sus ojos lentamente...

—¿Dónde está Anastasia? —preguntó confundida.

—Está bien, tranquila, descansa — respondió Lady Johanne pasando la mano por su frente, al instante se dio cuenta que estaba ardiendo, tenía fiebre, miro hacia todos lados desesperada.




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