Esta historia es la de un muchacho por el que nadie daba una triste moneda, pero que pese a lo que dijeran, era un chico muy especial. Tal vez no era un erudito, que cada día aprendía algo nuevo, ni un deportista con un formidable talento. Simplemente, era alguien especial.
Su nombre era Lycanhearth, un hijo de lobos que vivía en el reino de Frizia, una fría, pero próspera tierra al extremo norte del mundo, adornada por altos pinos y cumbres de roca que apuñalaban el cielo.
Todos los días vagaba por las calles junto a sus amigos, Mark e Isabel, entre los tres se las arreglaban para sobrevivir robando a los mercaderes y escapando de los guardias, pero pese a que la vida de un huérfano era dura, siempre estaban felices.
Ese día era como cualquiera, los tres se encontraban en el tejado de una casa frente al bazar, la calle estaba repleta de gente y en el puesto de una esquina se exhibían unas exóticas frutas traídas de Tenmori, una tierra de frondosa vegetación y maravillosas costas color turquesa.
En eso, Lycanhearth (o Ly, para los amigos) clavó sus ojos en ese puesto, reunió a su equipo y les dijo:
-Escuchen, el viejo gordo ya nos conoce, así que no nos servirá de nada el teatrito de Isabel.
-¿Y qué sugieres?- Preguntó Mark.
-Mark, sin que te reconozca corre hacia la mesa y derríbala, finge que estás apurado y te vas. Que no te vean los guardias.
-Cuenta con eso.
-Buena distracción.- Opinó Isabel.
-Isabel.- Continuó el chico. –Tira el toldo sobre su cabeza y mézclate con la gente.
-De acuerdo.- Sonrió ella.
-¿Y qué harás tú?- Preguntó Mark.
-Cuando el toldo caiga saltaré del techo y tomaré las frutas. Nos dispersaremos y cuando sea seguro nos veremos en casa.
-Bien.- Dijeron en coro.
Mark e Isabel bajaron del techo y se mezclaron con la muchedumbre, Lycanhearth se mantuvo detrás de las tejas con la mirada estampada en esos frutos azules con manchas negras, eran estrafalarias para él, pero lo que más llamaba su atención era su excitante e intenso aroma, lo estaba enloqueciendo de manera apasionada.
El plan se llevó a cabo, Mark corrió y gritó por el bazar como un chiflado, chocando todo y a todos los que tenía en frente.
-¡Oh, no! ¡Es tarde! ¡Me van a hacer pedazos si no me presento en el trabajo!
-¡Cuidado, jovencito!- Se quejaban algunos.
-¡Lo siento, lo siento, lo siento!
De pronto se dirigió al puesto de frutas, empujó la mesa y se tiró al suelo, el ajetreo de bazar se detuvo por un instante, como el tiempo se hubiera congelado.
-¡Oye, mocoso!- Gritó el mercader.- ¡Mira lo que has hecho! ¡Fíjate por dónde vas!
Mark se acomodó la capucha y se alejó en picada.
-¡Lo siento, lo siento!
-¡Oye, vuelve aquí!
Los cuchicheos se esparcieron por la calle y el mercader recogió sus frutas a regañadientes. En ese momento una jovencita con capucha verde y trenzas rojas se acercó al gordo, diciéndole con un tono amable e infantil.
-Yo lo ayudo, señor.
-Oh, gracias, jovencita, eres muy amable.- Respondió el mercader, tratando de calmarse.
La chica levantó la mesa y colocó las frutas en su lugar, aunque con mucho sigilo guardó algunas en su capa.
-¡Pero qué alboroto armó ese chico!- Comentó ella. –Ni siquiera se quedó para ayudar.
-Hay gente muy maleducada en esta ciudad, pero da igual, ya todo está en su lugar.
Pero sin previo aviso el toldo se desplomó y cayó encima del mercader, Isabel se disculpó y se metió bajo la lona.
-¡Ay, perdone! Pero que tonta soy, no se preocupe, ahora lo levanto.
El mercader contuvo la rabia y trató de salir de la tela.
-¡Sí! ¡Muchas gracias, niña!- Gruñó.
Finalmente, un estruendo levantó el toldo por los aires y el mercader se enredó aún más, la multitud del bazar volvió a quedarse congelada y cuando el gordo logró zafarse de la manta descubrió que una caja de frutas ya no estaba, e Isabel, ya se había ido…sin dejar rastro.
-¡¿Pero qué?! ¡Me han robado! ¡Esos mocosos lo hicieron otra vez! ¡Guardias, guardias! ¡Me han robado!
Pero para entonces los tres ya estaban muy lejos de ahí, Mark se escabulló por un pasaje y se metió entre las ruedas de una carreta hasta la salida de la ciudad; Isabel avanzaba entre los mares de gente cuando un grupo de guardias empezó a seguirla, la chica se echó a correr hasta que llegó a un callejón, subió al tejado y dando grandes saltos logró pasar los edificios y alejarse del peligro, los guardias ni siquiera pudieron encontrarla.
En cuanto a Ly, él surcaba los tejados a la velocidad del rayo, una gran ráfaga de vientos huracanados se levantaban en las casas cuando su cuerpo desgarraba el aire, ya que él era más fuerte que un hombre común, más veloz que cualquiera de los guardias de Palacio, por eso es que era tan especial. Todo había salido a la perfección y ya sólo quedaba reunirse con sus amigos en su guarida secreta. El joven aterrizó en un callejón cercano a las puertas principales de la ciudad, colocó la caja en el suelo y descansó durante un momento.
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Editado: 01.10.2020