Los Peleadores de Quetzal - El Lobo de Frizia

06. Exiliados

El rostro de Lycanhearth se arrugó como una pasa al sentir la luz de la mañana siguiente. Pudo sentir además una intensa punzada perforándole la sien. El joven lycan tenía la boca empapada en sangre, la ropa desgarrada, los pies descalzos y todo el torso quebrándose de dolor. Lentamente fue levantándose del suelo y reconociendo el lugar en que se encontraba. Era el estero de un río en medio de un frondoso bosque, y en sus cristalinas aguas, pudo ver el bello y juvenil cuerpo de Isabel flotando de espaldas. Ly la observó en silencio, apreciando la hermosura de su amiga. Sus rojos cabellos relucían como rubíes en el agua, al igual que su piel de perla tan suave como la porcelana, y esos carnosos labios con aroma a rosas cuya dulce esencia era capaz de traer la calma a su tempestuoso corazón de lycan.

 De pronto, al darse cuenta de que su amigo había despertado, Isabel se enrojeció a muerte y rauda se ocultó en las aguas.

 -¡Ly, despertaste!- Exclamó.

 El muchacho soltó una risita y al ver la ropa de su amiga, se dirigió de inmediato a recogerla. Isabel le dijo que no la mirara mientras se vestía, cosa que el joven cumplió, a pesar de la suspicacia de su amiga.

 Poco después, Mark hizo aparición con un puño de bayas envueltas en ropa. Y al ver a su amigo, dejó caer su carga para darle a este un fuerte abrazo. Por su parte, Isabel no podía quedarse al margen y también rodeó al abatido lobo con su cálido afecto.

 Tras lo dicho, Ly se acordó del incidente en la finca Zeta y, con una mirada de preocupación, inquirió:

 -¿Qué ocurrió anoche?

 Sus amigos lo hicieron sentarse, le pidieron que conservara la calma y finalmente Isabel comenzó a decir:

 -Una vez que te irradió la luz de la luna…destrozaste la puerta y arrasaste con todos los guardias que se cruzaron en tu camino. Luego de eso…el capitán del escuadrón nos tomó como rehenes y trató de usarnos para obligarte a desistir, pero…

 -Por supuesto, no accediste y casi lo hiciste pedazos.- Continuó Mark, tras la pausa de la chica. Pero cuando estabas a punto de acabar con él…un jinete de dragón apareció y te lanzó una ráfaga de hielo. En eso, tú le respondiste y, y…

 -Lo maté...- Concluyó este, en desaires. -¿No es verdad?

 Isabel se llevó las manos a la boca, mientras que Mark desvió la mirada. Ly apretó los dientes, volviéndose la presa de un profundo remordimiento.

 -Ellos te provocaron…- Comento Mark, tratando de calmarlo. –Tú sólo…

 -¡Nunca debí hacerle caso!- Lo interrumpió su amigo. – ¡De no ser por mí…esto jamás habría pasado…!

 Pero Isabel, tocando el hombro de su amigo, le dijo:

 -Ly, esto lo decidimos entre todos. Fue NUESTRA decisión, fue NUESTRO plan, y ahora nos toca asumirlo. ¡Sí, había riesgos! Pero estuvimos conscientes de ello desde el principio y a estas alturas ya es tarde para lamentarnos.

 Al oír esas palabras, el lycan abrazó a su amiga, a lo que ella respondió con un abrazo aún más fuerte. Se quedaron así por un par de minutos, tratando de alejar toda la angustia que tan fatídica noche les hizo pasar.

 Entonces, tras un largo silencio, Ly se separó de ella y dijo:

 -¿Y ahora qué vamos a hacer?

 Haciendo una mueca, Mark comenzó a decir:

 -Hay que huir. Ya no podemos volver a Frizia, no después de lo de anoche. Hasta ahora, estamos a unos días de la frontera con Seikos. Si llegamos ahí, quizá podamos empezar una nueva vida como recolectores, pero por ahora mientras más lejos estemos de Frizia, mejor será para nosotros.

 -Mmhh…comprendo.- Afirmó el lobo, ya más calmado. -Bien. Comamos algo y luego partamos.

 -De acuerdo.- Repitieron sus amigos en coro.

 Luego de eso Mark desenvolvió las bayas de la ropa, le entregó las prendas a Ly y junto a Isabel le dieron espacio al chico para que se vistiera (no pregunten de dónde salió esa ropa).

 La ropa era ancha. Más de lo que el joven acostumbraba. Las mangas de la camisa sobrepasaban sus dedos y los pantalones parecían un saco. Pero la intención era la que valía. Pese a todo era mejor que ir con el pecho al aire y los pantalones partidos.

 El grupo se zampó las bayas como si no hubieran comido en años. Y después, se pusieron a andar.

 Los minutos fueron pasando y para la molestia de Ly, los instantes de aquella noche fueron apareciendo poco a poco en su mente. El aroma de ramas en llamas, el calor de la sangre mojando su boca, gritos, alaridos, el peso de su palma ante cada impacto. Pero por alguna razón, un punto de su memoria estaba totalmente oscuro.

 Pasaba siempre. Se transformaba, pasaba la noche y luego pasaba horas recobrando pieza a pieza los instantes que pasó como bestia. A veces venían de golpe, otras iban y venían poco a poco, y otras veces perdía completamente los recuerdos de su transformación.

 Era difícil.

 Generalmente los jóvenes lycans contaban con el apoyo de sus padres y de los chamanes de la tribu para guiarlos durante y después de las transformaciones. Pero en su caso sólo le quedaba arreglárselas por su cuenta y procurar no hacerle daño nadie.




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