Los Peleadores de Quetzal - El Lobo de Frizia

09. Xavier Reds, un honorable maestro

Las yemas del Gran Sacerdote retumbaron sobre su silla, manteniendo su semblante calmo, a pesar de lo enfadado que estaba con Niro.

 ¡¿Perseguir lycans por simple placer?! ¡Qué barbaridad! ¡Pero qué acto más indigno de un Peleador! Se decía.

 Rubi le explicó lo sucedido en el prado, haciendo énfasis en la fuerza que todavía irradiaba el cuerpo del joven. Cosa que a pesar de lo sucedido con Ionna, el sublime no dejaba de admirar.

 Por su parte, Lycanhearth contó su versión de lo ocurrido esa noche, además de denunciar lo ocurrido con su gente a causa del accionar de sus muchachos. Y el sublime, le creyó absolutamente.

 Y Niro, estaba mudo, mudo y cabeza agacha. Había tocado fondo. Lo más seguro sería que lo ejecutaran, o por lo menos, lo encerraran en las catacumbas con los criminales más peligroso de Selis.

 Pero lo que al dragón más le quemaba por dentro, era que aquel mocoso que tanto despreciaba ahora se convertiría en uno de los suyos. Y aunque le pesara tendría que asumirlo.

 Entonces, cuando el Signario acabó su explicación, el Sacerdote se levantó de su silla, miró al joven licántropo y le dijo:

 -Joven Lycanhearth, veo que su llegada a nuestro Santuario ha traído no sólo desgracias, sino que también un delicado asunto del cual en nombre de todos quienes habitamos en esta tierra ofrezco mis más sinceras disculpas. Espero que su estancia con nosotros pueda ser una experiencia que le permita alcanzar un mejor porvenir, no sólo para usted, sino que también para aquellos muchachos en problemas que necesitan una mano amiga para salir adelante.

 -Muchas gracias.- Se limitó a decir el joven.

 -Bien.- Replicó el Sublime, y dirigiendo su vista al Signario, le dijo: -Ahora, Rubi, lleva a nuestro nuevo recluta con el maestro Reds. Comenzará su instrucción a partir de hoy.

 -Como usted diga, excelencia.- Replicó el Peleador.

 Y con un ademán, llamó a Ly para que juntos salieran del templo. Y una vez fuera, el Sacerdote se paró a medio metro del dragón y le dijo:

 -¿Te das cuenta de lo que hiciste?

 Niro se mordió el labio y sin alzar la vista, respondió:

 -Yo sólo quise hacer justicia en nombre de mi hermano.

 -¿Asesinándolo? ¿Así como Ionna y tú asesinaron a todas esas tribus? ¿Así como también mataron a la familia de ese chico?

 -¡Sólo prestamos un servicio!

 -¡Asesinaron a pueblos enteros ubicados a kilómetros del asentamiento humano más cercano! ¡¿Pero qué inmundicia se les metió en la cabeza?!

 Niro no respondió.

 El Sacerdote apretó los labios tratando de contener su enojo. Mantuvo así un tajante silencio durante un minuto, para luego, decirle al dragón:

 -En vista de lo sucedido, lo único que puedo concluir es que él fue quien hizo justicia. Y yo lo lamento por Ionna, y lo lamento por ti, pero ustedes mismos se buscaron este destino.

 Tras lo dicho el Sacerdote nuevamente guardó silencio, mientras que el dragón, masticando la rabia y la pena, quebró en amargo llanto, apretando fuertemente sus manos.

 El Altísimo se mantuvo quieto, indiferente. Es cierto que la angustia por perder a un buen Peleador era latente, pero no podía ignorar la grave falta que con su equipo habían cometido.

Lamentable.

Entonces, realizando un ademán para un grupo de guardias que cubrían las esquinas, estos se dirigieron a Niro, lo sujetaron, y uno de ellos descargó una serie de golpes sobre el torso del dragón.

-Ya no volverás a usar tu Esencia para difundir dolor, aunque tampoco vas a necesitarla en el lugar a donde vas. Así que, Niro, hijo de Frost, quedas bajo arresto por tus crímenes contra inocentes. Quedas destituido de tu cargo, sin derecho a protestar, y hasta que no tengamos a todos los involucrados permanecerás en las catacumbas mientras decida qué hacer contigo.

Y cerrando su declaración, los guardias sacaron a Niro del salón.

Ahora es un buen momento de terminar con esto, ¿no, corazón? Se dijo a sí mismo mientas lo llevaban a su destino.

En tanto, Rubi condujo a Ly por el lado oeste de la playa. El lycan había tenido que soportar murmullos por parte de su alrededor y en verdad deseaba con ansias alejarse lo más rápido de ellos.

 La noticia del lycan que asesinó al buen Ionna se había esparcido cual polvorín por todo el Santuario, y el hecho de que su propio verdugo ahora se uniría a la Orden se había vuelto razón suficiente para que una ola de chismes fuera y viniera por todos lados.

 Pero a Ly, ni le importaba.

 Siguieron andando, bordeando la playa sobre un tierno y brillante césped. Pero en eso, ¡Plaf! un fuerte impacto hizo gritar al lycan. El Signario no dudó un instante en atender al joven, y luego giró la vista de lado a lado buscando al culpable, hasta que a unos metros de ellos pudo ver a un par de chicos muertos de la risa comentando aquella pedrada.

 -¡Oigan, ustedes dos!- Les reprendió Rubi. -¡¿Quién les dio derecho de estar agrediendo a sus compañeros?!




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