Los Peleadores de Quetzal - El Lobo de Frizia

15. De vuelta a las calles

Dos semanas pasaron desde el inicio de su entrenamiento, y Mark e Isabel, nuevamente pasaron sus días libres con los castigados. No estaban en líos, al contrario, pero sin un hogar al cual volver, ¿qué sentido tenía salir del campo?

Los días libres en ese lugar eran aburridos, silenciosos; salvo por los reclutas que mandaban a limpiar, no se movía un ratón por toda la zona.

Para matar el tiempo, los chicos practicaban su lectura, al mismo tiempo que Mark se ejercitaba, poniéndole todo el empeño posible. Después de todo, su tropa estaba teniendo altas expectativas de su desempeño, en especial por esa actitud demostrada la primera noche.

-¿Has pensado que pudimos haber hecho esto desde hace mucho?- Le comentó Isabel a su amigo, mientras ensayaba sus trazos en una libreta.

-¿Ah? ¡Bah! ¡Por favor!- Exclamó este. –Como que no tuvimos mucho para elegir en ese entonces.

-Lo sé, Mark. Solo que… no sé…- Suspiró ella. -Mira, hicimos tantas cosas que… ¡Oh! y ahora, aquí… aquí estamos, haciendo cosas de gente normal…

-¡Espera! ¿Normal?- La interrumpió este. -¿Cómo que normal? ¿A qué te refieres?

-Ahm… ¡Normal!- Exclamó. –Gente normal, con una familia, con un oficio. Una vida honesta… Mira, no espero a que puedas entenderme, porque si te soy honesta, ni yo lo puedo entender.

-¡No, no, no! Sí lo entiendo.- Contestó Mark. –Pero, sabes, a estas alturas, como que mucho no importa.

-¿Tú crees?

-¿Y tú no?

Isabel guardó silencio.

-¿Sabes? Voy a darme una vuelta.- Dijo el joven, levantándose del suelo.

-¿Irás a fumar a escondidas de nuevo? Si alguien te ve, te vas a meter en un lío.

Este se detuvo.

-No…

Y salió sin hacer el menor ruido.

Aunque sí se le antojaba un buen cigarrito.

El muchacho bordeó las paredes del campo, divagando en sus pensamientos, masticando una sensación de vacío que le enfriaba las entrañas. Y es que la verdad, fuera de las flexiones por lento, no lo había pasado tan mal. Es más, no podía negar que su amiga tenía razón. No podía negar que esas semanas habían sido más que satisfactorias, pese a los comentarios idiotas de sus colegas de tropa (que por muy dedicados que fueran, no dejaban de ser unos niños) y pese al tener que lidiar todo el tiempo con que la gente se enterara de su pasado, cosa que poco a poco empezó a incomodarle.

De seguro Lycanhearth sabría qué hacer. Pensó este.

Lycanhearth. Siempre preocupado de sus compañeros.

No había pensado en mucho tiempo en esos momentos, salvo un par de veces, cuando el grupo se dispersaba para huir de la guardia y se cruzaba por esa esquina donde todo empezó.

La historia no era gran cosa (o eso pensaba él). Ly simplemente se tiró del techo y encaró al matón que los tenía a él y a Isabel contra el muro. Pero sí había algo que lo hizo admirarle, el que se dejara comer una lluvia de puños y sonreír después como si nada. Su amigo era muy valiente.

Le hubiese gustado conocer a más personas con su mismo carácter.

Tras dar un par de vueltas decidió echar un ojo a los que estaban castigados. Pudo ver así a quienes, en la cocina, pelaban sacos interminables de papas, mientras otro grupo fregaba los trastos con una cara llena de risa. Estaban tan absortos en sus deberes que ni siquiera se dieron cuenta.

Salió de ahí para no estorbar a nadie. Cortó entonces por unos pasillos del complejo y regresó al patio, camino a las cabañas.

¡Maldición! Se decía. Este sitio se ve tan grande, pero en realidad es tan pequeño. Definitivamente los próximos dos días libres me los voy a tomar en la calle.

Subió de ese modo a uno de los techos de las cabañas, echándose sobre los tejos. Le resultaron hasta más cómodos que las piezas de ladrillo que cubrían los tejados de Frizia. Una vez ahí, cerró los ojos y apartó por un instante sus pensamientos.

Pasó un rato así, desconectado de todo. Pero tan ese instante de silencio, una voz femenina le llamó desde la orilla.

-¡Mark! ¡¿Qué estás haciendo, por el amor a Frizia?!

-¿Eh? ¡Isabel! Creí que practicabas tu escritura.- Le dijo este, mientras se asomaba por el tejado.

-¡Baja de ahí! ¡Te van a sancionar!

-¡Och! ¡De acuerdo!

Y de un brinco, volvió al suelo.

-¿Y qué pasó con eso de no meternos en problemas, rata de dos colas?- Se burló ella.

-Yo no escuché ninguna queja.

-Pues ahora la tienes.-  Pero su risa le quitó en el acto la veracidad.

-No sería mala idea que nuestras rondas las pasáramos por los techos de la Capital, como antes.

-¿Y eso para qué?

-Ya sabes, atrapar maleantes y hacerlo con estilo.

-¡Él! ¡Seguro!- Se volvió a burlar. -¿Te olvidaste acaso de quiénes somos?

-No, pero sería divertido volver a correr por los techos de la ciudad como antes.




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