Los Peleadores de Quetzal - El Lobo de Frizia

17. La isla de los enamorados

Acabado el almuerzo el grupo se dividió para cambiarse de ropa y luego reunirse en la playa. Llevaban un par de tenidas de baño (como si no pasaran bastante tiempo en la costa) y alguna capa extra para la noche.

 Mientras se alistaban, Reds le enseñó a Ly una copia de un texto que hablaba sobre los Daimas (pues a la fecha, ya había aprendido a leer). Allí pudo entender muchas cosas sobre dichos seres, como el hecho de que tomaban formas más humanizadas a medida que absorben la esencia vital de la gente, además de incrementar sus fuerzas. En cuanto a sus víctimas, una vez muertas regresaban a la vida convertidas en uno de ellos.

 También descubrió que dicha especie no toleraba los climas fríos, lo que explicaba por qué motivos estas nunca se acercaran a Frizia.

 Un alivio para el muchacho.

 Lo único que le inquietaba era la posibilidad de que estos pudiesen adaptarse a dichos terrenos y lograran causar estragos allá, algo por lo que Reds le comentó que cabía la posibilidad, pero de momento no había nada que avalara esa teoría.

 Eso lo tranquilizó.

 Aunque si pasa, den por hecho que ahí estaré. Se dijo a sí mismo.

 El grupo volvió a reunirse luego un rato por la bahía, la bahía sureste del Santuario con una ropa un tanto más ligera de la que usaban entrenar. Lucy, por decir un nombre, llevaba una falda de suave tela con una partidura en el muslo, y una blusa translúcida de color accua marine que le llegaba hasta los hombros.

 Casei, por su parte, llevaba consigo una toga hasta la rodilla de color cerezo y una bata sin mangas atada con un cinto negro.

 -¡Oye, linda falda!- Sonó una voz, de pronto.

 Era Kharima. Quien se presentó a la cita con una falda hasta el muslo que hacía juego con un peto, ambas piezas decoradas con figuras geométricas de naranja y dorado en un blanco telón de fondo.

 -¿Linda yo? ¡Mírate tú! ¡Estás increíble!- La alagó Lucy con una sonrisa.

 -¡Oh, por favor! No es para tanto. No es nada fuera de lo común. 

 -De acuerdo, ¿somos todos?- Interrumpió Reds.

 -Así parece.- Dijo Casei. –Bueno, partamos.

 Entonces el Peleador extrajo de sus ropas una extraña piedra de color lechoso, la cual comenzó a irradiar un extraño brillo, y cuando Casei la arrojó al suelo, a la distancia, ¡Krish! un inmenso círculo se dibujó frente al grupo, en cuyo interior se veía claramente, como si de un espejo se tratara, las aguas de la bahía kartaliana. Unas aguas color turquesa bañadas por la luz del sol.

 -¿Las damas primero?- Agregó el Peleador.

 Las chicas no tardaron en acercarse hacia aquella ventana, y en cuanto pusieron una mano sobre dicha figura, ¡Push! pasaron a través del círculo, para el asombro del joven licántropo.

 -Ahora nos toca a nosotros.- Dijo el maestro Reds. –Lycanhearth, ¿lo intentas?

 El chico no pudo evitar revolverse un mechón de pelo con el dedo.

 -¡Vamos! Es seguro, no te preocupes.

 -¡Oh…! Si usted lo dice…

 Y se adentró en el portal.

 Sintió como si su cuerpo se sumergiera en una colcha de fango, hasta que finalmente sus pies descalzos se hundieron en una cálida arena cubierta del sol de la mañana.

 Asombroso. Aunque no tanto como volar en dragón. Pensó Ly.

 -¡Bienvenido al Festival Anual del Amor Libre Kartaliano!- Exclamó Lucy, de repente.    

 Y mientras el muchacho apreciaba el alrededor de la bahía, Reds y Casei se presentaban en escena. Fue así como el portal se cerró a sus espaldas, a lo que Casei recogió la piedra y la guardo entre sus ropas.

 Frente a ellos, una gran masa de gente se aglomeraba entre puestos de comida, tragos y la música de cierto grupo que atrajo sin más la atención de Ly. Sonidos de tambores, trompones de madera, acompañados de cantos intensos, pero delicados, y graciosas bailarinas vestidas en faldas de colores.

 -Bueno, llegamos más o menos temprano.- Comentó Reds. -¿Qué les interesa hacer primero?

 -A mí se me antoja un trago, aunque está más o menos lleno… ¿Y si mejor vamos a darnos una refrescada? Digo, antes de que llegue la caravana.

 -¡Oh, sí! Buena idea.- Comentó el grupo.

 A Ly no le hizo mucho la idea, después de todo entrenaban a los pies de una playa… Pero no pudo negar que la vista era espectacular.

 -Yo creo que iré por un trago.- Avisó el chico.

 -Pues hazme un espacio.- Le dijo Casei.

 Ly sonrió.

 Tras una fila que no se hizo nada al compás de aquellos vientos, el chico lycan regresó al lado de su maestro con un par de batidos y fruta bañada en dulce. Ambos se sentaron en la arena a disfrutar de la música, charlaron animosamente  y contemplaron el reflejo del sol sobre las aguas. Era como ver un espejo de esmeralda en que cabellos de oro desataban su hedonismo.

 Las aves cantaban casi al ritmo de los tamboriles.

 -Tienes que probar esta agua.- Le comentó Reds.




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