Recuerdo que fue un invierno
el que congeló parte de mi corazón.
En ese entonces
dejé que la tormenta creciera,
jamas dejé salir el sol.
Moría lentamente,
y mi cuerpo crecía con rapidez.
Me fui convirtiendo en una rosa,
y deje que sus pétalos cayeran,
no los cuidé.
Caminé arrastrando mis pies descalzos,
que tantos clavos pisaron.
Quería buscar la luz,
pero solo encontré
un desierto marchito.
Mi corazón de hielo
pasó a ser arena.
Entre los delirios,
observé en la distancia
un oasis de esperanzas,
y cuando llegué a ellas
se robaron de mi
hasta la ultima gota de agua.
Me senté a esperar al tiempo,
y preguntarle que pasó conmigo
en todos esos momentos.
Pero cuando llegó,
sólo me quedé en silencio.
Mis ojos hablaron por mi,
y un soplido de "te entiendo"
se metieron en mi mente
cristalizandose para siempre.
Me levanté del suelo con optimismo.
Me dije: «No todo está perdido».
Volé como gaviota
buscando el sonido de las olas.
Un mar vacío esperó mi llegada,
y se encargó de reflejar
cada parte de mi alma.
No ví un cielo azul,
sino uno gris que
atormenta mi interior.
Una gota de lluvia salada
bajo por mis mejillas.
La dejé ir para que
se perdiera con la brisa.