Ella cantó en el eco del caracol,
y resonante el joven de ojos
apagados le acompañó con
el sonido de las aves en sus cuerdas.
La magia de la dulce voz
de quien se llevaba el sol y
cubría el extenso cielo de
sus lumbreras, le dio como
obsequio el pétalo de
sus azules margaritas.
Así la melodía de la gran
luna llena embestía los
bosques con su luz de
primavera en las costas
de largas noches serenas.
Espejo del sol, reflejó en la
espesura de sus árboles las
letras de noches esbeltas.
Los espíritus piratas se
hundieron en el océano,
recipiente de lo infinito
y oasis de estrellas.
Ella que canta con la luna
vuelta linterna, lleva las
almas sobre la larga cadena
que se extiende como hilos
de nailon en los sueños de
invierno de la inocencia
pacífica, guía de luz eterna.
Quien hunde los pies
descalzos sobre la arena se
lleva consigo el polvo de
los cuerpos celestes. Arrastrando
a los vivos a cánticos del
macrocosmos, cegando con
la tela negra de quien espera
sentado, la estela en el firmamento.
Ella cantó como aquel
flautista tocó, y todos se
lanzaron al mar en busca
de su belleza, cegados por amor.