Ella se aleja.
La miro irse, me deja.
Trato de pensar que estuvo mal, y una nube me borra la mente.
Finjo no saber, pero en realidad si sé.
Ella lo sabía, y por eso se fue.
Sigo varado aquí pensando retenerla, pero ya no está.
Me ha dejado con recuerdos y sin felicidad.
Miro a todos lados, y no encuentro una respuesta para seguir luchando por ella.
Quiero pero a la vez no, eso no sería posible, me digo una vez.
Veinte minutos han pasado y aquí sigo parado.
La calle está sola, los perros ladran y los pájaros cantan.
El sol está como si fuese un día de playa, intenso que siento mi piel arder.
“Sigue luchando por ella”, me dijo un señor unos quince minutos atrás.
Solo le di una mirada, y él bajo la suya apenado por entrometerse en algo que no debía.
Yo traté de sonreír, pero no pude.
Me siento dejado, mal humorado y queriéndome ir de aquí.
Lo hago, y quien si sabré a donde ir.
“Déjala ir”, me dice mi mente. “Ella no te merece”, y eso lo sé.
Pasan las horas, no la he llamado, y pienso que así será, a mi parecer.
Esperemos que sucede, si el tiempo me cura o solo me permite dejarla ir.