Los portales cósmicos

El arca de la alianza

Soledad y Atziri llegaron al museo por la tarde. La mulata había ingresado al colegio normal sólo por entretenimiento, y platicaba a su amiga de lo interesante que le resultaba estar aprendiendo de técnicas de educación

En ese momento, el director del museo salió vociferando en lo bajo, chocando con Atziri por accidente.

―¡Perdón, hija! ―exclamó―, no me fijé por dónde iba.

―No se disculpe, director. ¿Ha pasado algo?

―Misael. Nuevamente recibí una queja de unas visitantes. ―El director negó con la cabeza―. Tuve que darle ya un ultimátum, una sola queja más y no sólo será despedido, sino que enfrentará cargos por acoso.

―No entiendo qué pasa últimamente en San Basilio ―expresó Soledad―. Aquí la gente solía ser muy tranquila. Pero de hace unos meses para acá es como si la malicia de las ciudades llegara repentinamente.

―Sé a lo que te refieres ―dijo el director―. Entre los turistas es normal ver borracheras, pero en los pobladores no se veía sino hasta hace poco. Y esa maestra que recomendé en la normal de maestros… Celia. La verdad es que me dio lástima, la conozco desde que éramos muy jóvenes, era un poco amargada, pero mi hija me dice que en el colegio es una mujer demasiado conflictiva.

―Lo sé ―Soledad suspiró―. He tenido clases con ella.

―Supongo que con la llegada de turistas y nuevos pobladores en este lugar, el ambiente se malea ―Atziri frunció los labios―. No dudo que el pueblo es cada vez más próspero, pero con la prosperidad la gente se vuelve más difícil.

―¡Y que me lo digas! Las dejo, tengo que ir a dar un buen escarmiento a ese vigilante, pero los veré en unos minutos, los supervisores del INAH vienen a inspeccionar la sala que descubrió el antiguo director Torquel, están muy emocionados por el descubrimiento.

Soledad y Atziri se despidieron del director y se encaminaron hacia las oficinas.

Por su parte, los niños estaban en el quinto piso, en donde Kayah había creado una habitación paralela a la sala de Ikal, oculta al resto de la gente, y era ahí donde los dedicaban un par de horas a monitorear portales hacia los deis. Hicieron de eso una competencia. El primero en encontrar pistas de que alguna criatura cruzara un portal, tenía la opción de poner un castigo a quien eligiera.

No tardó más de veinte minutos cuando Irina exclamó en señal de triunfo.

―¿Qué encontraste? ―preguntó Pema acercándose junto con los demás.

―Algo cruzó hacia Horlwn ―dijo ella―, hacia Bulgaria.

―En Horlwn regularmente cruzan criaturas benignas ―dijo Darel, bufando―, así que no cantes victoria aún.

―¿Disculpa? ―dijo Irina con ironía―. La apuesta siempre ha sido que aquel en ser el primero en encontrar que una criatura cruzó, gana. Nunca hablamos de peligrosidad.

―Yo digo que no cuenta ―insistió Darel.

―Tú lo que no quieres es que ella gane ―intervino Sirhan―, porque en tu última apuesta ganada te pasaste con el castigo.

―Sí ―dijo Niara, riendo ―, lo que tú tienes es miedo a la venganza.

―Auset y Dharma están en Horlwn ―dijo Pema―. Enviémosles un mensaje.

En ese momento se escucharon voces. Mientras Juliano se comunicaba con Auset, Viviana y Pema se asomaron al pasillo. El director Muñoz caminaba hacia la sala oculta de Ikal junto con cuatro arqueólogos y su nieto, Jesús. Kayah y Soledad los acompañaban.

―… fue encontrada hace unos meses, cuando estaba Tomás Torquel como director ―comentaba Kayah.

―Sí, recuerdo que vine junto con mi hija a verla cuando entré a trabajar, hace un año ―dijo el director―. Fue un hallazgo simplemente impresionante.

―¡Vaya! ―exclamó Darel―. El tipo es incapaz de recordar que él ha pasado cinco años trabajando en este castillo. Muero por aprender a modificar memorias.

―Si tú practicas cómo modificar memorias ―dijo Irina ―, yo me haré experta en bloqueos mentales.

―El mundo no gira alrededor de ti, Irina ―gruñó Darel.

―Pues en los últimos años has dedicado más tiempo a molestarme que a aprender.

―Eso es porque eres una arrogante insufrible ―intervino Juliano―. Si no fueras tan presumida…

―¿Es mi culpa tener la razón más veces que ustedes? ―dijo ella con una fingida indignación y gesto de burla.

―Ya, déjense de eso, nos tienen hartos ―dijo Rulfo―. Voy a ver qué hacen en la sala de Ikal.

Todos los niños salieron con Rulfo, pero no por curiosidad, sino por escapar de la discusión entre Juliano, Darel e Irina.

En la sala, los arqueólogos se maravillaban con objetos que venían de diferentes eras, desde el preclásico hasta inicios de la independencia, escuchando lo que el nuevo director les contaba acerca de los análisis realizados a cada objeto.

Jesús, el nieto del director Muñoz, observaba la sala, boquiabierto. El niño parecía entre asustado y asombrado, volteando a todos lados, sus ojos al fin se fijaron en una libreta y lápices que los arqueólogos habían dejaron en una mesa cercana.

Tomó lápiz y papel y, con rapidez y habilidad, comenzó a hacer trazos. En minutos, ya tenía el dibujo de al menos tres objetos. Pema se acercó discretamente a verlos. Abrió la boca, alarmada. Lo que ese niño había dibujado eran tres de los artefactos mágicos que alguna vez hubo en esa sala, ubicados exactamente en donde estaban originalmente.

Fue como si de pronto el niño se diera cuenta de lo que hacía y se asustara de sí mismo. Lanzó la hoja y el lápiz al suelo y echó a correr fuera de la sala. Pema guardó la hoja en el bolsillo de blusa y fue por Soledad.

―Soledad, pasó algo muy extraño ―le dijo en susurros―. ¿Podemos salir un momento? Creo que es importante.

―Aprovecharé para sacar a los demás. Están abriendo demasiado la boca y nos pueden delatar.

Soledad hizo a todos salir de la sala, y fueron a su nueva sala de monitoreo.

―… y además, los barabaos se la pasan molestando mujeres hermosas ―decía Irina―. Tienen cierto grado de peligrosidad.

―Tú molestas a todo mundo y nadie te ha catalogado como peligrosa ―reclamó Juliano con sarcasmo.




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