Ignacio se quedó con Darel ayudándole a hacer los nuevos ajustes a sus aparatos, mientras el resto buscaban a algún adulto. Encontraron a Kenneth y Neruana en el camino. Les hicieron saber lo que hicieron y todo lo que Ikal les había respondido.
―Nosotros jamás pensamos que fuera Ikal ―dijo Neruana, molesto―. Si pusieran atención en sus lecciones habrían recordado que, para apresar un alma, la persona primero debe morir. Hicieron ese viaje en vano.
― Quizá no del todo. Después de todo, Ikal les hizo saber por qué quiso que tuviéramos esos escritos.
―Rulfo tiene razón ―comentó Viviana―, además de que nos dio un mensaje para ustedes, así que no digas que nuestro viaje fue en vano.
Viviana los dejó escuchar el audio en donde la voz enérgica de Ikal les ordenaba apresar de inmediato a Baba Yagá. El gesto de Neruana se iba endureciendo mientras lo escuchaba.
―Como sea. ―Neruana contesto, enfurruñado―. Ahora vayan a devolver ese ojo a los naguales.
Los niños regresaron con Darel para que los ayudara a cruzar a Innon. Neruana estaba dispuesto a bajar para regresar a Baba Yagá a su prisión. Pero Kenneth lo detuvo.
―¿Acaso quieres dejarla libre? ―refunfuñó Neruana.
―Neruana, conforme crece ese portal, la intuición de Irina se va haciendo menos efectiva. Baba Yagá, a pesar de todo, sigue siendo una vidente. Ya quitó vidas, eso no lo podemos cambiar. Hagamos que valga la pena.
―¡Pero Ikal nos dijo claramente...!
―Ikal ya no está entre nosotros ―interrumpió Kenneth―. Es nuestra responsabilidad decidir, no de él.
―Pero…
―Si quieres lo podemos discutir con el resto, y se hará lo que decida la mayoría. ―Neruana hizo un gesto cuando Kenneth le dijo esto―. Lo siento, amigo, pero si bien Ikal no es Ziuzudra, en ese audio se hace evidente que él sabía algo de ese mago y nos lo ocultó. ¿Por qué? No lo sé, pero si no tuvo la confianza de decirnos, no puedo confiar tampoco en él.
Después de discutirlo con el resto de los magos, la mayoría decidió que valía la pena usar la videncia que Baba Yagá había ganado por medio de la necromancia. Como sea, el mal estaba hecho y no se podía revertir.
Atish estaba en la mazmorra mientras Baba Yagá dormía plácidamente. En ese momento, recibió una llamada de Darel. Una nueva rama se había abierto en el portal y la cantidad de seres que cruzaban por ahí era tan grande que los astras usados no mataron ni a la mitad de ellos.
Las voces hicieron despertar a la anciana. No dijo nada, sacó de su bolsillo una serie de huesos, aparentemente, de dedos humanos. Los meneó dentro de sus manos y los dejó caer sobre una mesa. Analizó la forma en que los huesos quedaron regados y volteó a ver a Atish.
―Entre todos esos marcianos que han conocido ―le dijo ― ¿hay algunos que parezcan rocas?
―¿A qué te refieres, Yagá?
―Que esas criaturas que vienen cruzando son especialmente peligrosas ―decía observando los huesos―. No deben perder tiempo, los únicos que pueden decirles cómo detenerlos son los seres de roca.
―Los seres de Holcen… ―musitó Atish―. Darel, pronto, abre una comunicación con la gente de Holcen. Voy para allá.
―Deben preguntarles cómo detener a la arrogancia ―agregó Baba Yagá.
―¿Qué?
―Tú sólo pregunta eso.
―¿Qué son las criaturas de Holcen? ―preguntó Babá Yagá.
―Es una especie extraterrestre, de las pocas que logramos contactar. Tienen exoesqueletos y justo parecen de piedra, deben ser ellos.
Atish salió a toda prisa hacia la sala de monitoreo. En una pantalla, se veían tres seres extraños, como cangrejos de largas patas, formados de roca sólida.
―Nos están atacando seres de su planeta. Dice Baba Yagá que debemos detener a la arrogancia ―dijo, sin siquiera saludar.
―¿De qué hablas? ―preguntó Durs, débil por haber usado un astra que le dejó sin fuerza.
―Naís. ―dijo de inmediato uno de los seres de roca―. Si hablamos de arrogancia, entonces quienes están cruzando deben ser naís.
―¿Qué son los naís? ―preguntó Darel, también débil.
―Son seres de energía térmica. Creen ser superiores a cualquier criatura viviente y desprecian a cualquier otra forma de vida ―dijo una de las criaturas mientras más de los magos llegaban a la sala―. Ellos necesitan mucho calor para cobrar fuerza, seguro se dirigirán a donde sientan emanaciones de lava. Pero si entran a algún volcán, será técnicamente imposible detenerlos.
―¿Qué hacemos entonces? ―preguntó Atish.
―Deben tenderles alguna trampa que los obligue a ir a las zonas más frías de su planeta. El frío los mata. Pero debe ser frío intenso.
―Su planeta es principalmente agua. Si caen al agua no morirán, pero contraerán una enfermedad que les impedirá volver a encenderse. Si caen al agua, ya no son peligrosos aunque seguirán con vida.
―¡Rápido! ―ordenó Atish―. Danbi, tú eres la única que conoce hechizos que cambian la geografía terrestre. Debes viajar al polo sur y crear el volcán más grande que haya habido en el planeta. En cuanto los veas llegar, debes desaparecerlo.
―Iré contigo ―dijo Kayah. Ambos desaparecieron en una fotografía del antártico.
―Darel, Ignacio, estén atentos. Si alguno de esos seres se desvía, busquen cómo atraerlos para poder controlarlos.
Danbi y Kayah llegaron al polo sur. Ella sacó su varita y, cerrando los ojos, comenzó a recitar un conjuro. Kayah, blandiendo su báculo, creó un campo de energía alrededor de una montaña que emergía por entre el hielo, haciéndose más y más grande hasta formar un volcán con un enorme cráter lleno de lava ardiente.
―Atenta, Danbi ―dijo Kayah al ver en el cielo, una espiral púrpura.
Centenares de esferas negras con venas rojo brillante caían en picada hacia ellos. Kayah mantenía en alto su báculo, observando atento aquellas esferas que se acercaban cada vez más rápido.
―A mi señal… uno… dos… ¡Ahora!
Cuando estaban a menos de un kilómetro en el cielo, Kayah retiró su báculo y Danbi hizo un giro violento con su varita. El volcán implotó, provocando un alud que cubrió todo de nieve. Las criaturas caían como asteroides, estrellándose en la nieve. Kayah golpeó su báculo en el suelo, creando una campana invisible que los rodeó, evitando que alguno de ellos les cayera encima.