Después del descanso de fin de semana, Rulfo, Ignacio y Viviana caminaban hacia el jardín de niños. En la calle estaba el pepenador, don Modesto, sentado en la banqueta, abrazando un sucio perro labrador, envuelto en una manta.
―Ya, muchacho. Todo va a estar bien, sólo tienes un pequeño resfrío.
―¿Nuevo perrito? ―preguntó Rulfo.
―¡Santa virgen de Guadalupe! ―se quejó el pepenador ― ¡Sálvame de gente tan despiadada! En la madrugada alcancé a ver a unos desgraciados dejar caer a este pobre animal en mar abierto. Gente de dinero. Tenían un yate. ¿Cómo es posible que no pudieran cuidar de este indefenso animal? Le tuve que pagar a un lanchero para que me llevara a salvarlo, pero el pobre pasó mucho tiempo nadando en el agua fría y ahora ha pescado un resfriado.
―Los labradores tienen fama de ser muy traviesos ―Viviana se acercó, triste, a acariciar al perro―. Son de los más abandonados.
―Pero estos no lo abandonaron ―gruñó Rulfo―. Querían que se ahogara en el mar.
―Qué bueno que logró salvarlo, don Modesto. ―Ignacio sacó un emparedado de su lonchera para dársela al perro―. Es usted un verdadero ángel.
Los niños continuaron su camino, sintiendo enojo y tristeza. Era increíble que un pepenador, alguien que vivía en una casa humilde entre el basurero, fuera más capaz de proteger a aquel animal que unos dueños adinerados.
En la entrada del jardín de niños estaban todos los alumnos y algunos padres, conglomerados en la puerta.
―¿Qué pasa? ―preguntó Ignacio.
―No sé. Hay unos tipos vestidos de traje impidiendo la entrada ―respondió Rita, la mamá de Jesús.
En ese momento, la directora de la escuela se subía por encima de una banca, dirigiéndose a la multitud.
―Señores. Tenemos aquí a representantes de la SEP. Aparentemente, sin darnos aviso, se firmaron reformas que obligan a esta y otras escuelas a entrar en la modalidad de tiempo completo. Esto, sin…
―¡No los mal informe! ―gruñó un tipo vestido con un costoso traje gris―. Señores, la comunidad ya había sido avisada de estas reformas, y…
―¡Apenas ayer! ―gritó la directora de la escuela ― ¡Ayer por la noche recibimos el aviso! Nos quieren obligar a eliminar el turno vespertino, despedir a las educadoras de ese turno, y hacer que las del turno matutino trabajen más horas, con más niños, por el mismo sueldo.
La gente de la SEP intentó hablar, pero con eso bastó para que padres y maestras protestaran. Los sujetos, cobardemente, entraron en un auto y salieron del lugar.
―Creo que se cancelarán las clases ―dijo Rita―. Será mejor regresar a casa.
―Mamá ¿puedo ir a buscar al abuelo al museo? ―preguntó Jesús.
―Está bien. Pasaré por ti en la tarde.
Jesús se fue junto con los niños magos, caminando hacia el castillo. Era el único que se mantenía callado mientras los otros hablaban de las repercusiones que ese problema traería.
Llegando al castillo, Jesús se separó de ellos. Los niños se dividieron, yendo cada uno a lugares diferentes.
Viviana, Rulfo y Sirhan se fueron a la explanada principal, justo en el punto donde, en su viaje al pasado, fueron fotografiados por el vicario.
―Noté algo en la foto que se tomó del vicario. Estábamos parados en este ángulo ―Sirhan volvió su cabeza hacia arriba ―, y el vicario parece estar viendo hacia allá ―, señaló una torre con techo cónico.
―Hay algo oculto ahí. ―Los niños respingaron cuando Jesús habló saliendo por detrás de una banca.
―¿Qué haces aquí? ―gruñó Sirhan.
―De nuevo esas voces ―Jesús fruncía los labios―. He venido aquí desde hace tres días. Me dicen que hay algo ahí.
― No hay nada ―dijo Rulfo―. Sólo una escalera de caracol que da a un campanario que, por cierto, ya ni tiene campana.
―Pero por dentro el techo es plano. Por fuera es cónico. Lo que sea, está dentro de ese cono. ―Viviana y Rulfo intercambiaron miradas cuando Jesús habló.
―¿Recuerdas el cuento de los novios del campanario? ―preguntó ella.
Era otro de los cuentos del vicario. Hablaba de dos jóvenes enamorados cuyas familias habían hecho arreglos para casarlos con otras personas. Ellos huyeron de casa, ocultándose en la iglesia, en donde el padre los casó a escondidas.
Pasaron su primera noche juntos, en una habitación por encima del campanario. Pero las familias no aceptaron ese matrimonio. Los iban a obligar a separarse. Entonces ellos se ocultaron de nuevo en el campanario. El sacerdote hizo repiquetear la campana cinco veces seguidas, una pausa, y luego tres campanadas. Las dos familias entraron a la habitación arriba del campanario, pero estaba vacía. Los amantes desaparecieron dentro de ella…
―…y jamás nadie les volvió a ver. ―Fue Jesús quien concluyó el cuento, sorprendiendo a los otros―. La gente de ese pueblo decía que cuando las campanas repiqueteaban en ese orden, se podía ver a la pareja besándose encima del campanario.
―¿Conoces el cuento? ―preguntó Viviana.
―¿Por qué escucho eso en mi cabeza? ¿Qué es lo que me está pasando?
―No lo sé. Pero hay que conseguir una campana, quizá podamos abrir esa habitación.
Los niños tomaron una vieja campana de una de las vitrinas de exhibición, y junto con Jesús, corrieron hasta la torre. Tocaron la campana en el orden que dictaba el cuento, y una puerta se dibujó en el techo.
Sin dudarlo, subieron, adentrándose en un sitio húmedo y oscuro. Sirhan sacó su varita, y tras hacer un conjuro, encendió una luz que flotó hacia el techo.
―Ustedes buscan más pistas del utzikab. ―Jesús no preguntaba, lo afirmaba―. Y lo que están buscando está…
Era una habitación muy pequeña. Jesús se inclinó y quitó una piedra del suelo. Los cuatro se hicieron para atrás al ver que debajo de la piedra había un valle lleno de vegetación. Se dejaron caer, hacia lo que parecía el mismo San Basilio, pero en un estado virgen, sin casas, sin gente.
―¿Dónde estamos? ―preguntó Viviana. Pero Jesús no respondió, veía todo el lugar, boquiabierto.