Mientras tanto, en el jardín de niños, Jesús repartía invitaciones para su fiesta de cumpleaños. Los niños magos aprovecharon el momento para interrogarlo más sobre aquel aparato que los podría hacer viajar al túnel. Pero él seguía sin recibir señales. Era como si las voces de pronto dejaran de hablarle.
Jesús salió del colegio y se fue caminando hacia el pequeño restaurante de mariscos que su padre tenía cerca de la playa. Isaac estaba en la barra, cabizbajo y sonrojado, hablando con Celia.
―… debes tenerle demasiado miedo a tu mujer ―decía ella.
―Yo la respeto mucho ―Isaac terminó de preparar un coctel y llamó a una de sus empleadas―. Lolita, por favor cuando termines con eso, atiende a la señora.
―Señorita ―dijo Celia, indignada―. Nunca me he casado. ¿Por qué tienes problemas en atenderme tú? ¿Tienes miedo a que tu mujer…?
―Tengo miedo a hacerle daño, porque la amo ―dijo Isaac, tajantemente―. Nunca en mi vida había sido tan feliz, y no voy a arruinarlo por una mujer como usted.
Los ojos de Celia se inyectaron de sangre. Bajó del banco hecha una furia y, después de darle una bofetada a Isaac, caminó hacia la salida.
Jesús observó a su padre yendo a atender a una pareja de ancianos. Fue hasta ese momento que hizo conciencia del lazo tan estrecho que tenían sus padres. Pocas veces los había visto discutir, y nunca eran peleas graves. Ambos abrían juntos el restaurante todos los días. Sólo se separaban cuando ella asistía a clases en la escuela normal, pero al anochecer, después de cerrar el restaurante, llegaban juntos a casa.
―¿Papá? ―Jesús llamó. Isaac sonrió y le recibió con un beso en la mejilla.
―Dime.
―Esa mujer sabe que eres casado. ¿Por qué te busca? ―El niño se sentó a su lado y él le sonrió.
―Hijo, hay personas muy solas en este mundo ―explicó Isaac con paciencia―, porque en sus vidas toman malas decisiones.
―¿Ella está sola?
―Muy sola. Y no es digna más que de lástima, y ese es el único sentimiento que no quisiera que nadie sienta por ti. ―Isaac sacudió la cabellera de su hijo―. Por eso es muy importante pensar bien antes de actuar.
Fue suficiente para él. Comió y pidió permiso para ir con su abuelo al monasterio. Una vez allá, encontró a los magos en un ir y venir por el castillo.
―¡Jesús! ―exclamó Agastya―. Hijo, no queríamos inmiscuirte demasiado, pero en verdad necesitamos de ese don tuyo.
―¿Qué pasó?
―Darel encontró una muy pequeña cantidad de seres aglutinados en una parte del portal ―dijo Irina.
―Eso quiere decir que ya tienen mucho tiempo ahí, ¿o no? ―preguntó Jesús.
―No creo que tengan intención de acercarse a la tierra. Lo que no sabemos es qué es lo que hacen en el túnel.
Los magos trataban de ayudar a Jesús por medio de hipnosis, con pociones o con hechizos, pero nada funcionaba. Simplemente no podía decirles cómo llegar al aparato que necesitaban.
Por horas, los magos discutieron las opciones que tenían para sacar a esas criaturas del túnel. Habían usado algunos astras, y hechizos. Pero era definitivo que estaban ocultos en algún recoveco al que esas armas no podían llegar.
Al final, determinaron que la solución no estaba entre los astras sino recurrir a la invocación para hacerlos salir, pero no por medios electrónicos. Forzosamente tendría que hacerla algún mago, y la más diestra en invocaciones era Soledad. Sin embargo, ella ya había invocado otras criaturas, si hacía una invocación más, podría atraer mucha maldad alrededor de ella.
Hasta la misma Baba Yagá observaba con preocupación a Soledad, quien invocaba a las criaturas.
Esos seres salían lentamente de su escondite, yendo hacia ellos, y ya cerca de la atmósfera, Baba Yagá al fin pudo ver qué tipo de criaturas eran.
―Son la mentira ―Jesús habló antes de que Baba Yagá lo hiciera―, engañan a quien se les ponga enfrente con tal de obtener lo que quieren.
―¿Qué es lo que quieren? ―preguntó Danbi.
―Todo. Todo lo que les puedas dar lo sacarán de ti ―Jesus habló con total seguridad. Baba Yagá giró la cabeza rápidamente hacia él, y sus ojos se encendieron en color verde―. En el libro de Thot está descrita el arma para vencerlos.
Jesús quedó boquiabierto. El sagrado libro de Thot voló directo hacia sus manos. Su rostro se iluminó, como si, con sólo tener el libro, muchas cosas le fueran reveladas. Pasó pergamino por pergamino, hasta encontrar el dibujo de cientos de langostas devorando un trigal.
―Ya han venido antes ―dijo el niño―, en forma de plagas. El hombre confundió su historia. Los hebreos no lanzaron la maldición contra los egipcios para ser liberados. Egipcios y hebreos lucharon juntos, con ayuda de un mago, para vencer a este enemigo.
―Las aguas del mediterráneo, ¿no? ―dijo Baba Yagá, observando a Jesús atentamente.
―¡Deben atraerlos a mar abierto! ―Gritó Jesús, de inmediato―. Sólo las altas presiones bajo el mar podrán con ellos.
Los magos adultos salieron de inmediato, a excepción de Neruana, quien observaba a Baba Yagá con desconfianza. Ella había tomado el libro de Thot.
―Los magos tardamos años en aprender a leer esta escritura antigua ―dijo la Bruja.
―Y una nigromante, encontró el modo de hacer que el libro estuviera al fin en sus manos ―dijo Jesús apretando los dientes.
Jesús se apresuró a tomar la varita de Irina, pero apenas la levantaba por encima de su cabeza cuando Baba Yagá sacó de su bolsillo un frasco con un líquido oscuro que lanzó al suelo. En cuanto el frasco se rompió, se creó un agujero que tragó a Jesús y se encerró en seguida.
―¿Qué le hiciste? ―reclamó Juliano.
―Lo mandé a uno de los más terribles inframundos que nos rodean.
―¿Qué? ¿Por qué hiciste eso? ―reclamó Pema.
―Porque él es Ziusudra. Sólo él sabía que egipcios y hebreos no fueron enemigos, sólo él sabía que las plagas eran seres de otro mundo y que fueron vencidos bajo las aguas del mediterráneo.