Los portales cósmicos

El mago inmortal

Celia estaba sentada entre las rocas, mirando su reloj con insistencia. Esteban había acordado encontrarse con ella en ese lugar y ya tenía una hora de retraso. Con los ojos hinchados por las lágrimas, se levantó, resignada a que él no llegaría.

Pero vio a Pema e Irina en la playa, por lo que se agachó para ocultarse. Pensaba que quizá Esteban vio a las niñas y eso le impidió llegar, pues ellas iban al jardín de niños con los hijos de Esteban. Se secó sus lágrimas e intentó una vez más llamar a su celular.

Pero no terminó de marcar cuando vio a los magos hacerse visibles en el cielo, bajando lentamente en sus escobas.

―¡Rápido! ―gritó Pema―. Baba Yagá acusa a Jesús de ser Ziusudra. ¡Se están batiendo en duelo en las mazmorras!

―¿Qué? ―Soledad fue la primera en caer en la arena―. ¿Jesús se bate en duelo…?

―Tenemos que ver qué está sucediendo ―dijo Kayah.

Celia veía, incrédula, cómo los magos simplemente desaparecían.

Uno a uno, llegaron al sótano del castillo y corrieron hacia las mazmorras. Al fondo se escuchaban gritos, y los habituales sonidos de campanadas o explosiones que se provocaban cuando dos magos peleaban.

―¡No eres ni serás digna de confianza! ―Jesús ya no era más un niño, era un hombre de mediana edad, un hombre que ya habían visto en el pasado. Era Ial, el viejo vicario.

―Palabras de un mentiroso que se oculta bajo el disfraz de un hombre que se cree sabio ―Baba Yagá interpuso un humo oscuro que hizo estallar el mueble en astillas antes de que la tocara.

―¡Basta! ―Durs activó una gema oval de color ámbar.

Ikal y Baba Yagá quedaron flotando en el aire, inmóviles y confundidos. La vieja bruja sacudió su cabeza, aclarando su mente. Volteó a ver a Durs.

―Sabes que el samohana sólo nos detendrá por unos minutos ―refunfuñó viendo el astra que tenía en la mano.

―Lo suficiente para que se calmen y nos aclaren todo esto.

―¡Yo no estaré en calma! ―gruñó la bruja―. Ustedes lo prometieron. Cuando encontrar a Ziusudra, yo podría enviarlo a un inframundo.

―¡Y lo hiciste! ―gritó Neruana―. Ya lo enviaste a un inframundo. Cumplimos con permitirlo. Jamás prometí no regresarlo.

―Pero no me pueden impedir enviarlo de nuevo. Puedo hacerlo de nuevo cuántas veces…

―Él no ha obtenido el aparato que nos acercará al agujero de gusano. ―Interrumpió Kayah―. Baba Yagá, tú nos prometiste ayudar a salvar a este mundo y, para ello, necesitamos a este mago con vida―. Baba Yagá rugió por toda respuesta.

―Yo no voy a colaborar con nadie mientras ella esté con vida ―rugió Ikal.

―Amigo mío ―dijo Agastya―, temo que no estás en posición de exigir nada. Tienes muchas cosas qué explicar.

Por la noche, el grupo entero de magos estaba en casa de Kayah. Ikal volvió a tomar la forma de infante.

―¿Tus padres creen que ya estás en casa? ―preguntó Agastya. Jesús asintió.

―Entiendo que ustedes tienen un pleito de siglos ―dijo Kayah ―, pero ahora el mundo está en demasiado peligro como para pelear entre nosotros. Van a arreglar las cosas, aunque sea temporalmente, y después…

―¡Ella no es digna de confianza! ―gruñó Jesús. ―No podremos salvar al mundo si la magia negra está…

―¡Usé la magia negra para proteger al mundo! ―gritó Baba Yagá―. Para protegerlo de ti. Encontré la primera pista de tu existencia en una pirámide maya.

―¿El hecho de ser inmortal me convierte en alguien peligroso para el mundo? ―refunfuñó Jesús.

―El hecho de ser un arrogante hambriento de sabiduría. En tu afán de conocer más mundos, más hechizos, más seres… No te importó que tus constantes viajes abrieran portales que atraen a seres de maldad a nuestro planeta, y a todas sus dimensiones.

―¿Yo? ―Jesús frunció el entrecejo―. No soy yo el que ha abierto los portales. ¿Es que no han encontrado y leído todos los escritos…? ¿No han sabido aún qué es lo que abre los portales?

―Si hablas de los escritos que hemos estado encontrando últimamente ―dijo Soledad ―, son demasiados. No los hemos terminado de traducirlos todos. Lo único que sé es que en los que hemos leído se menciona que has pasado tus vidas cruzando portal tras portal.

―Nunca fui yo quien los abría. Shilbung y yo descubrimos qué es lo que los abre después de muchos milenios ―Jesús inhaló para calmarse―. Son criaturas a las que bautizamos como gusanos cósmicos.

―¿Por qué no nos ahorras ese jueguito de pistas ―Kayah se paró frente a él― y nos dices tú lo que debemos saber? ―Jesús suspiró. Volteó a ver a Baba Yagá con ira.

―¿Realmente creías que era yo quien abría los portales?

―Lo sigo creyendo ―dijo ella, escéptica.

―Comencemos por el principio. ¿Cuál es tu historia? ―Preguntó Shouta.

Su historia. Tantos milenios, que él mismo había perdido la cuenta. ¿Cómo contar cerca de medio millón de años de vida en unos minutos?

En efecto, había sido el primer mago del mundo, tal y como lo narraba en el escrito más antiguo de todos. Su longevidad se hizo evidente, a los 80 se veía como un adolescente, vio a sus 3 esposas morir y, desesperado al creer que la muerte nunca lo encontraría, dio a sus hijos el don de la reencarnación.

Durante ese tiempo, sus hijos morían y reencarnaban recobrando sus recuerdos tarde o temprano. Entonces se dio cuenta de que cometió un error al hacerlos inmortales. De algún modo, sus hijos eran capaces de elegir en qué familia reencarnar y, con el paso de sus reencarnaciones, optaron siempre por nacer en familias reales, entre reyes y emperadores que les heredarían el trono de algún reino o imperio y, poco a poco, se volvieron fríos y ambiciosos y llevaron a su dimensión justo el tipo de corrupción que él quiso combatir cuando se hizo mago.

Entonces decidió hacer nacer más magos, pues no quería dejar a sus hijos libres de dar rienda suelta a su ambición. Con el paso de los siglos se dio cuenta al fin de que sí envejecía, pero de una forma muy lenta y, al ver morir a otros magos en batalla, supo que no era inmortal.




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