En el jardín de niños, los magos platicaban con Jesús de lo que había ocurrido desde que el portal se rasgó. Él había tardado demasiado en recordar quién era y lamentaba no haber estado con el cien por ciento de sus recuerdos para ayudar a evitar esa catástrofe.
Pero su gesto de frustración se cambió por uno de gravedad cuando se enteró de lo que estaba sucediendo en Horlwn.
―Claro que son nigards ―aseguró Jesús―. Horlwin es la única dimensión que recibió visitas extraterrestres, los wknallianos. Ellos les enseñaron que pueden cruzar a otros planetas, pero los wknallianos se dieron cuenta de la maldad humana y huyeron antes de que tuvieran la información completa. Por lo que cuenta Agastya, en Horlwin usaron este conocimiento a medias para realizar minería espacial y, por desgracia, cada que abren un portal para cruzar a otros mundos, generan terremotos y huracanes que van cada vez más intensos. Los nigards fueron atraídos por esa ambición y por eso están llegando a esa dimensión.
―¿Podemos vencer a los nigards de la misma forma que lo hizo Gilgamesh? ―preguntó Irina.
―Lo dudo. No caerán en la misma trampa otra vez. Pero por la tarde plantearemos nuevas estrategias con los demás.
Sin embargo, a la hora de la salida, Rita le hizo saber que su abuelo no estaría en el castillo, pues estaba en consulta con el médico. Jesús podría haber usado algún hechizo que confundiera a su actual madre y escapar hacia allá. Pero Rita era por mucho, la madre más cariñosa que había tenido, no se atrevía a hacer nada, por temor a causarle algún daño. Tendría que esperar a la noche.
Jesús fue llevado al restaurante en la playa. Después de comer, Rita lo dejó con Isaac y ella se fue a clases.
Soledad entraba al colegio, distraída. Haber revelado lo que hay en la mente de la gente perversa la dejó tan perturbada que incluso le había provocado insomnio y no quería ir ni al castillo ni a su casa. Necesitaba distraerse. Ziusudra había pasado milenios intentando detener a las criaturas malignas que cruzaban a su mundo, sin éxito. Por el contrario, cada vez era más difícil contenerlas. Por su mente pasaba una y otra vez la idea de que quizá, sólo estaban perdiendo el tiempo. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta de que el profesor Esteban se había parado frente a ella, y chocó contra su pecho.
―Rápido ―le dijo Esteban ―, tómame de las manos y finge que estás platicando de algo importante conmigo.
―¿Qué?
―Por favor, Soledad. Ahí viene Celia y no quiero hablar con ella. Ayúdame. ―Celia, con los ojos hinchados y un gesto de rabia, se acercaba a ellos.
―Esteban, necesito hablar…
―Ahora no, Celia ―interrumpió él.
―Pero…
―Soledad y yo estamos tratando un asunto muy importante. ―Esteban jaló a Soledad por las manos y le dio la espalda a Celia.
―Ella no es alumna tuya este semestre ―gruñó Celia―, ¿qué asuntos puede tratar contigo?
―Es cosa nuestra, Celia. Si me permites… ― Esteban se alejó de ella, llevando a Soledad de la mano.
―Déjeme adivinar ―Soledad le miró de forma inquisitiva―. Ya obtuvo de ella lo que quería y ahora Celia seguramente le exige que deje a su mujer para irse con ella, ¿cierto?
―No, no es eso ―Esteban chasqueó la lengua―. Yo… mi esposa sospecha y yo no quiero que me cause problemas. Pero yo no hice nada malo…
―Excepto meter su lengua hasta su garganta ―Soledad cruzó los brazos con una mirada acusadora.
―¡Está bien! ¡Fue un error! Pero es un error que no quiero seguir cometiendo. Amo a mi mujer y no quiero perderla.
―Pues compórtese como un hombre, y diga a Celia que sólo fue una oportunidad barata para usted. ―Soledad acomodó su mochila en su hombro―. Lo que menos necesito ahora es estar en la línea de fuego.
Soledad se fue hacia el vestíbulo en donde Rita y la maestra Carmelita charlaban sobre la grave situación en el recorte presupuestal al sector educativo.
―Pedimos una cita con el secretario de educación ―decía Carmelita―, pero no quiso siquiera responder la llamada.
―Me contó tu mamá que trató al mismo alcalde como si fuera… no sé…
―Lo llamó “indio” ―Carmelita negó con la cabeza, indignada―. Le contestó el teléfono sólo para decirle que él no trata con indios ignorantes.
―¡Qué imbécil! ―exclamó Soledad―.Viejo arrogante, malinchista…
―¡Vaya, Soledad! ―dijo Rita, asombrada―. Nunca te había visto enojada en todo el tiempo que llevo de conocerte.
―Es que han pasado tantas cosas últimamente que…. ¿Saben qué? Vine a distraerme. Vamos a clases.
Celia pasó toda la tarde acechando al profesor Esteban para hablar con él y cuando al fin lo logró, sólo fue para escuchar que no quería estar cerca de ella porque podía meterlo en problemas con su esposa.
Afuera del colegio, Celia se ocultó entre la maleza, llorando a mares. Odiaba al mundo entero. ¿De qué le servía mantener un aspecto joven?, si no había hombre en el mundo que la amara.
Siempre era igual. No duraban con ella más de algunos meses. Desde adolescente la vivió viendo a los hombres que le gustaban prefiriendo los hermosos rostros y cuerpos perfectos de sus hermanas. Incluso un exnovio la usó sólo para acercarse a su hermana menor y en cuanto vio que la chica no le correspondía, dejó a Celia. Todas ellas casadas con hombres guapos y adinerados, era demasiado para ella. En algún momento logró cobrar venganza, seducir a uno de sus cuñados, pero él sólo se acostó con ella un par de veces y regresó con su mujer, justo como ahora le pasaba con el profesor Esteban. Odiaba ver a Rita con exactamente el tipo de hombre que ella quería en su vida, alguien incapaz de fijarse en nadie más que en ella. Maldecía al destino por haber permitido que Rita lo conociera antes que ella.
Además, Esteban se atrevía a dejarla con la palabra en la boca por estar con Soledad.
Chilló con más fuerza. Soledad era casi de piel negra, algo que ella en su enfermiza mentalidad, creía era un defecto. ―¡Pero claro! ―pensaba―, tiene un trasero del doble de su cintura. Y la muy descarada lo mueve como una cualquiera cuando camina, atrayendo la atención de los hombres.