Al siguiente día, el grupo entero de magos se citó muy temprano en el castillo.
Si bien habían encontrado la mayoría de los sitios donde Ikal había ocultado escritos y aparatos mágicos, este era un lugar al que nunca hubieran podido entrar sin él.
―Hace un par de siglos ―explicó―, encontré cómo evitar que los gusanos cósmicos hicieran túneles cerca de la tierra. Comenzaron a hacerlos por encima de la atmósfera terrestre y eso ayudó a disminuir el número de criaturas que cruzaron hacia aquí.
―¿Por qué creaste entonces un aparato que permita viajar a esos portales? ―preguntó Atziri.
―Porque seguí viajando por esos portales con la esperanza de encontrar otro ángel que me diera más pistas sobre el utzikab. Nunca se lo dije a nadie porque no quería ponerlos en riesgo y, antes de terminar mi vida anterior, lo oculté en este lugar. ―Jesús miró a Shouta y Citlalli―. Esto les va a encantar. Será una breve aventura para poder sacar ese aparato. Verán, en este lugar lleno de sortilegios es donde oculto las armas más peligrosas de todas las dimensiones y no cualquiera podrá tener acceso a ellas.
―¡Oh genial! ―Shouta adoptó su clásica pose heroica―, ¡será grandioso!, ¡será heroico!, ¡será…! Exactamente, ¿qué tenemos qué hacer?
―No le des alas, por favor ―reclamó Atish―. Debemos ser serios. Entonces, esas armas que ocultas aquí, ¿nos podrían servir para atacar a las criaturas?
―No, sólo usaremos ese aparato. Todas son armas demasiado letales, armas que logré quitar de las criaturas más peligrosas del universo para estudiarlas, pero no es nada recomendable usarlas.
―Ok, entonces sólo sacaremos el aparato ―dijo Neruana―. Dinos qué hacer.
Jesús cerró los ojos, concentrándose. Su cuerpo pronto se transformó en el de un adolescente.
Les había explicado de los peligros que colocó en ese escondite. Sólo se podía acceder a él si entran dos o más magos. Uno solo, jamás lo lograría, ni siquiera él. Además, se requería de mucha agilidad para evadir las trampas, por lo que sólo pidió ayuda a los más jóvenes: Soledad, Neruana, Shouta, Citlalli, Aidan, Danbi y Atziri. El único adulto que los acompañaba era Atish.
Comenzaron en la cueva que había debajo del castillo, pero esta vez no siguieron derecho. Muy cerca del acantilado, Jesús saltó golpeando la parte alta, y una trampilla se abrió dejando salir una escalera de piedra.
La escalera los llevó a un sitio donde la oscuridad era plena. Jesús dio un golpe al suelo con su báculo, y una serie de antorchas se encendieron en un enorme vestíbulo.
―¿Es esto una pirámide? ―preguntó Atziri, observando la piedra de terracota alrededor.
―Lo era. Hace miles de años. Lo primero y más importante ―Jesús caminó hacia una esquina dónde había una palanca de madera―, mientras estemos dentro, esta palanca debe estar hacia abajo ―decía mientras tiraba de ella ―, si alguna criatura maligna o un nigromante llega a entrar, es importante salir y regresar la palanca a su lugar.
―¿Qué pasa si alguno de nosotros aún está dentro? ―preguntó Shouta.
―Tiene una maldición que ni yo puedo romper. La entrada se sellará, y no se abrirá por treinta días. Puse esa trampa para poder atrapar a cualquier invasor.
―¿Si alguno de nosotros queda atrapado, tendrá que esperar a que pasen 30 días para salir? ―preguntó Citlalli.
―Así es. Y esto de aquí ―señaló un par de botones por encima de la entrada―, es por si alguna criatura muy peligrosa penetra. Provocará que se abra un canal desde el mar para inundar la cueva, los puse a esta altura para que no se puedan presionar por accidente, se deben presionar ambos al mismo tiempo, pero sólo es para casos de emergencia.
Una reja metálica se fue abriendo lentamente, dejando una entrada por la que apenas cabía una persona delgada.
―Atish, por favor vigila la entrada. Si alguna criatura maligna llega a cruzar, avísanos de inmediato para salir y sella la entrada.
―¿Estarán bien? ―preguntó Atish, preocupado.
―No te preocupes, amigo. Somos seis. Mientras más seamos, más fácil podemos obtener lo que buscamos.
Siguieron a Jesús por una escalera hasta la entrada, en donde ingresaron con algunas dificultades. Llegaron a un estrecho y largo pasillo rodeado de antorchas. Alrededor había una gran cantidad de diamantes.
―Esto es una trampa ―les explicó―, destinada a tentar manos ambiciosas. Nadie debe tocar nada, tocar uno solo de estos objetos provocará que la cueva se llene de un vapor que los sumergirá en un sueño de varios años.
La segunda sala tenía enormes agujeros en el piso. Jesús tomó vuelo y saltó hacia una soga que colgaba del techo. De ahí se balanceó para llegar a otra y a otra hasta pasar al otro lado. El resto de los magos intercambiaron miradas burlonas. Elevaron el vuelo y tranquilamente pasaron al otro lado.
―¿Cómo demonios aprendieron a volar? ―preguntó, extrañado.
―Tus niños ―dijo Soledad―. Nadie les dijo que era imposible, así que simplemente lo hicieron.
―¡Maldición! ―Jesús rio―. Creo que tendré que cambiar el reto de esta sala.
Llegaron a la tercera y última sala, una habitación rectangular con treinta y cuatro entradas diferentes.
―Aquí comienza lo interesante. Ninguno de nosotros podemos entrar por la misma puerta. Y estas se mueven de lugar constantemente. Sólo una lleva al aparato que buscamos, es una caja de oro con rubíes, la reconocerán de inmediato.
―¿Qué se supone que debemos hacer una vez que entremos?
―Es simple, Neruana. Cada lugar tiene tentaciones mundanas. Sólo deben evitar tocar aquello que les parezca una tentación. Y nuestras mentes deben estar fijas en nuestro objetivo. Al final de cada una encontrarán una habitación pequeña, con un objeto mágico diferente. La sala sabrá cuál es el que buscamos y si tomamos cualquiera que no sea el que buscamos, se activarán trampas. Ah, y otra cosa más. Una vez entrando, sólo tenemos cinco minutos para regresar aquí, o se abrirá un portal que nos llevará hacia algún inframundo. No duden que podremos sacarlo, pero por algunos minutos lo pasarán muy mal.