Los portales cósmicos

Los muertos cobardes

Al siguiente día, muy temprano, Baba Yagá se despertó por el sonido de pasos que venían del pasillo. Eran las seis de la mañana, no era hora de que hubiera nadie más en el museo.

Salió sigilosa hacia una terraza, en donde Neruana preparaba una mochila con sus pertenencias y montaba su escoba. Ella se recargó en la pared, con los brazos cruzados.

―¿Es esta la versión mago del adolescente incomprendido que huye de casa en su motocicleta?

―No intentes detenerme ―Neruana montó la escoba, dándole la espalda.

―No lo haré. Pero quiero saber, ¿qué te ganas huyendo?

―Si me quedo ―Neruana giró la cabeza sólo lo suficiente para verla de reojo― será para vengarme de Celia.

―La venganza puede corromperte, muchacho. ¡Si lo sabré yo!

―Sólo a eso me quedaría.

―En ese caso, vete. ―Baba Yagá posó su mano en su hombro―. No querrás desviar el camino. Sólo un mago oscuro busca la venganza.

―Sí, lo sé. ―Él estaba punto de partir cuando ella habló de nuevo.

―Neruana… yo soy ya un mago oscuro. ―Neruana se volvió por completo, observando a Baba Yagá, incrédulo.

―¿Qué le harás?

―Vete, no te detengas. Regresa sólo cuando estés listo para perdonar.

Neruana agachó la mirada por unos segundos. Musitó una despedida y salió volando, perdiéndose en el cielo matutino.

El resto de los magos lamentaron la partida de Neruana. Pero no era la primera vez que veían a un adolescente escapar. Sólo necesitaban darle tiempo para aclarar su mente.

Jesús volvió a cambiar su cuerpo de niño por el de Ikal adulto. Dio la caja a Darel y, tras explicarle cómo funcionaba, todos los magos adultos entraron a un halo de energía que salió por el trasmisor de la almena.

Uno a uno, fueron apareciendo en una cueva oscura y fría. Jesús sabía que esos túneles eran capaces de sustentar cualquier clase de vida, pero no debían confiarse. Sus cuerpos podrían sucumbir al frío, por lo que debían darse prisa.

―Kenneth, lanza un hechizo de sueño ―pidió Jesús―. Será más fácil si están dormidos.

Kenneth lanzó el hechizo. Caminaron por los túneles hasta encontrar seres humanoides con ocho brazos y tentáculos en lugar de boca. Pero no eran corpóreos, eran sombras traslúcidas flotando en el túnel.

―Aún están dormidos ―dijo Ikal. Sacó un radio y llamó a Darel―. Te estoy enviando las lecturas de su energía.

―Sí, la estoy recibiendo ―respondió él.

―Están muertos ―dijo Atish al examinarlos más de cerca―. Por eso los astras no les hicieron nada. No podemos matar lo que ya está muerto.

―Son kamojis ―explicó Jesús―, conocí uno cuando estuve atrapado en el inframundo. En efecto, han muerto hace milenios, pero en vida cometieron robos y asesinatos. Están tratando de huir del destino que les toca por haber hecho tanto daño. Son, en efecto, la cobardía.

―Están hechos por completo de partículas subatómicas de carga negativa ―dijo Darel por el radio.

― ¿Puedes ponerlo en palabras que entendamos? ―dijo Atish.

―Electricidad. Si tuvieran un conductor eléctrico, podrían hacerlos viajar como lo hacen los cables de luz ―dijo Darel.

―Los cables de luz ―Ikal meditó unos segundos―. Creo que esto será suficiente…

Jesús llevaba el sello de la verdad. Se sentó y pacientemente giró sus hexagramas.

―Sí. Podemos atraer el oro que hay en Horlwn, crear un cable conductor y enviarlos a un inframundo del que no puedan escapar.

Los magos unieron fuerzas para atraer el oro de Horlwn y convertirlo en un cable que unió el túnel con uno de los más terribles inframundos.

En cuanto el cable tocó a uno de los kamojis, este fue absorbido, con tanta rapidez, que llevó sólo unos segundos para que todos desaparecieran. Regresaban calmadamente cuando escucharon la voz alarmada de Darel, por el radio.

―¡Salgan de ahí! ―gritó Darel―. Un centenar de criaturas van de Horlwn hacia el túnel.

―¿Desde Horlwn? ―preguntó Jesús―. ¡Los nigards!

―Es nuestra oportunidad ―dijo Atish―. Los hemos hecho salir de Horlwn, ahora podemos enfrentarlos.

―Seguramente vieron el oro desaparecer, y no quieren perderlo ―comentó Agastya―. Vienen a buscar su oro.

Darel les abrió un portal por el cuál pudieron regresar sin que los nigards pudieran rastrearlos.

―¿Dejaron la cámara? ―preguntó Darel.

―Sí. ¿Podemos verlos? ―Ikal se acercó a él.

En el monitor se veían, algo borrosas, las imágenes de seres largos y esbeltos, que llevaban armas en sus manos.

―Han revolucionado su armamento ―Ikal resopló al decirlo.

―Parecen campamochas gigantes. ―Comentó Viviana.

―¿Campa… qué? ―Niara la observó con el ceño fruncido.

―Mantis religiosas ―respondió Rulfo. ―Miren, dejan escamas tiradas. En cuanto salgan del túnel, podemos tomar muestras para encontrar sus debilidades.

―Ojalá sigan el rastro del hilo de oro par que caigan en el inframundo ―dijo Auset, apretando los dientes.

―No son idiotas ―dijo Ikal―. Son los seres más astutos que he tenido que enfrentar.

Los nigards, enfadados por haber perdido una gran cantidad de oro, salieron del túnel y regresaron a Horlwn.

―Será mejor esperar a mañana ―dijo Jesús―. A primera hora debemos ir a recoger muestras.

Esa misma noche, el secretario general de la SEP, había ido a visitar al gobernador de Tamaulipas en su casa. Ambos charlaron en el balcón de su casa, el cual tenía una preciosa vista al mar.

―Hay protestas en toda la república ―decía el secretario―, y era de esperarse. Y lo teníamos todo controlado, hasta que ese pueblucho mugriento de San Basilio empezó a meter más ruido.

―Esa manada de indios son demasiado revoltosos ―se quejó el gobernador―. Los estudiantes de la normal y el bachillerato, se han unido a las protestas. Y lo peor es que los mismos empresarios de la zona hotelera están apoyándolos.

―Estoy harto de tratar con el ignorante del alcalde ―gruñó el secretario―. ¿Sabe, señor gobernador? Su casa es demasiado lujosa para su salario. Si esa gente de San Basilio escarba mucho, puede encontrar cosas que a usted no le convienen.




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