Los portales cósmicos

El visor de auras

Dado que la directora del DIF, esposa del alcalde, ya tenía conocimiento sobre los magos, los niños pudieron dejar de asistir al jardín de niños para poder concentrarse de lleno en su propio trabajo en el castillo.

Regresaron al túnel para tomar muestras de piel y escamas que dejaron los nigards. Estando ahí, Kenneth y Durs se dedicaron a explorar y analizar la naturaleza de ese portal.

Por lo que Darel examinó desde la computadora, se determinó que el túnel estaba hecho por completo de oxígeno, con una capa de plasma. Cuando se recibía alguna energía negativa compatible con algún mundo al que el túnel tuviera acceso, la capa se resquebrajaba.

―Podríamos dejar la energía del manavastra en la capa ―dijo Durs sintiendo la textura tibia de la pared―, y así, cada que se resquebraje, las criaturas que quieran cruzar serían expulsadas de aquí.

―Pero Darel advierte que la energía de los astras se expande por el túnel. Podríamos quedar dispersos en el universo.

―Tal vez ―intervino Atziri ―, pero si dejamos armas combinadas con hechizos, lograríamos que las armas se encarguen de aniquilar a quien quiera pasar por el túnel y hacer que el astra se concentre únicamente en el objetivo.

―Pero el uso del arma depende de la naturaleza del enemigo.

―Sí, Durs. Pero recuerda que podemos dejar aquí los detectores de Darel. Configurados de la forma adecuada, esos aparatos pueden determinar qué tipo de enemigo es, y así el arma llegaría al llamado.

―Atziri tiene razón ―dijo Kenneth―. Podríamos dejar la espada de Dáinsleif para seres corpóreos de piel blanda, la de Darm para seres de piel dura…

―Otro hilo de oro para espíritus de energía ―concluyó Durs―. De los astras debemos elegir cuidadosamente los hechizos para que no se expandan.

Regresaron al castillo, dejando las muestras a Rulfo para su análisis y se dedicaron a decidir qué armas podrían ayudar a mantener la seguridad en el túnel.

Fue un día en el que sus esfuerzos rindieron frutos. Rulfo encontró similitudes entre las células de los nigards y las de insectos comunes en la tierra. Esos seres usaban el túnel para ir y venir de la tierra a su planeta. Podían colocar una trampa, con el asurastra que, al pasar, los envenenara de inmediato.

Igualmente colocaron armas mágicas recolectadas a lo largo de los años, con las cuáles podrían acabar con espíritus, seres de energía y seres corpóreos.

Ya no necesitarían estar en monitoreo constantemente. Si algún ser viviente sobrevivía a todas esas trampas, recibirían un aviso en sus celulares para atender la emergencia.

Diez nigards que querían cruzar hacia la tierra fueron aniquilados en el mismo túnel. Y no fue sino hasta tres días después que los que estaban en la tierra, se dieron cuenta de la trampa cuando perdieron a otros ocho de su especie.

Pero esto los hizo enfadar. Era obvio que sabían que no podrían declarar la guerra a la tierra, pues no habría forma de que les llegaran refuerzos. Pero su táctica fue ingeniosa, y más perversa de lo que los magos hubiesen esperado.

Mujeres jóvenes comenzaron a desaparecer en grandes grupos en las ciudades más pobres de la tierra. Auset, quien dirigía la investigación en Horlwn, pronto encontró la respuesta con el alcalde de Ciudad Juárez.

Los nigards, con ayuda de los líderes mundiales, estaban tomando a todas esas doncellas como rehenes. Esas criaturas viles y perversas no habían declarado la guerra a la tierra, sino a los magos.

Los jóvenes y los niños se encargaban de las labores pendientes en el museo mientras el resto planeaba un contraataque en Horlwn.

Atziri y Aidan estaban siendo atendidos por la gente de soporte técnico para la reparación de una computadora del museo. Beatriz, la tímida novia de Josué, estaba revisando la computadora del contador cuando su teléfono timbró.

Por la naturaleza de su charla, era obvio que Josué había cancelado alguna cita con ella, con el pretexto de ayudar a su “tía” en un trabajo.

Aidan negó con la cabeza, frunciendo los labios. Intercambió miradas con Atziri. No necesitaron decir nada. Regularmente, los magos nunca intervenían en problemas mundanos, pero en esta ocasión pensó en hacer una excepción.

―Eres una mujer muy hermosa, Beatriz ―dijo Aidan acercándose a ella.

Sacó un frasco de su bolsillo. Dejó caer una gota de líquido en el aire que se dispersó cubriendo a Beatriz con un aroma floral. En seguida borró su memoria inmediata.

―¿Qué le echaste? ―preguntó Atziri.

―Una poción que hará que ella misma sea consciente de su propia belleza y deje de ser tan insegura. Le di un empujón, ya será cuestión de ella si sigue caminando o se aferra a ese sujeto que la trata como basura.

Beatriz no recordaba lo que Aidan hizo con ella. Salió del castillo por la tarde para comer en el pueblo.

Un poco más adelante, Celia esperaba por Josué en una fonda. Estaba sentada en la barra, bebiendo una cerveza fría cuando una mujer de avanzada edad se paró muy cerca de ella, invadiendo su espacio personal.

―¿Le importaría? ―dijo en un fingido tono amable―, no me permite tomar mi vaso…

―Sí, me importa. Me importa demasiado. ―Era Baba Yagá, volteó acercando su mano a la cara de Celia. Abrió el puño y sopló un polvo marrón que hizo toser a Celia.

―¿Está loca? ―reclamaba Celia, tosiendo. Pero Baba Yagá no dijo nada. Simplemente salió de la fonda, encaminándose de vuelta al castillo.

Josué estaba por llegar a la fonda cuando Beatriz lo vio. Frunció el entrecejo. Se suponía que él iría al colegio donde trabajaba Celia para brindarle ayuda y por eso no compartiría la comida con ella. Sin embargo, estaba cerca del malecón, en la zona hotelera.

Decidió seguirlo. Lo vio entrar a una fonda, en donde Celia esperaba, malhumorada. Celia le reclamaba por el retraso, y para su sorpresa, Josué le rogó una disculpa después de besarla en la boca.

Beatriz se quedó congelada en la entrada. Los comensales, que conocían a la pareja, quedaron en un silencio incómodo que obligó a Josué a voltear, y darse cuenta de que su novia lo había descubierto.




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