Los portales cósmicos

Represión

―Entonces ―Niara habló después de que Jesús les contara a todos sobre aquel ángel―, aquí fue donde creciste en tu primera vida, ¿no es así? Por eso terminaste congregando a todos los magos aquí.

―Imagino que todos estos milenios te mantuviste cerca para vigilar a ese demonio que el ángel te ayudó a atrapar ―comentó Juliano.

―Este lugar, que cambió de nombre tantas veces, fue siempre el sitio más pacífico de todas las dimensiones, gracias a ese ángel ―Jesús suspiró―. Si este pueblo está cayendo ante la maldad es que las cosas están peor de lo que pensaba.

―¿Por qué no regresas al pasado y le cuentas todo a tu yo del monasterio? ―preguntó Pema―, quizá podrías darte a ti mismo la pista para adelantar más sobre cómo obtener el utzikab. No cambiarías nada del presente, sólo dejarías…

―Cambiaría mi presente ―interrumpió Jesús―. El recuerdo que tengo de ese momento es haber visto en ese viaje en el tiempo a mi yo de esta era. Fui a buscar a Viviana y Rulfo de entonces para evitar que se encontraran con sus versiones del futuro, cuando fui a la explanada, los vi desaparecer en el ojo de cristal. Pasaron los días y supe que lo que fuera que hubiera pasado en ese viaje, yo no debería enterarme aún.

―No podemos cambiar el pasado, pero quizá podemos cambiar drásticamente el futuro ―dijo Darel―. Ese demonio puede que sea muy poderoso, pero ahora lo tenemos a nuestra merced, con la tecnología con la que contamos podemos enviarlo a algún inframundo cuando queramos, así que podemos hacer un trato con él, ¿no creen?

―No lo había pensado. ―Una sonrisa se dibujó en el rostro de Jesús. Corrió de inmediato de regreso a la sala donde tenía atrapada a la bestia. Tomó su forma adulta y golpeó tres veces el ropero y habló con voz gruesa y firme.

―Te propongo un trato. Tú nos ayudarás a custodiar aquel túnel e impedirás que más criaturas crucen mientras nosotros encontramos el secreto del utzikab. Si nos ayudas, te regresaré a tu propio reino, en donde volverás a gobernar, pero sin la posibilidad de regresar a este mundo. Si te niegas, te enviaré ahora mismo a un poderoso inframundo en donde vivirás una eternidad de sufrimiento.

La bestia gruñó una y otra vez desde su prisión hasta que, evidentemente iracundo, aceptó.

Jesús dejó salir a la bestia. Los niños tuvieron que bajar la mirada, no podían resistir verlo, era en verdad asqueroso, un ser humanoide con la piel cubierta de agujeros como llagas al rojo vivo, como un montón de bocas de donde salían lenguas bífidas.

Jesús selló con magia el pacto con la criatura, bajo la cláusula de que, en caso de traición, sería enviado de inmediato a otro inframundo. La criatura fue enviada al agujero de gusano, dando a los magos una tregua que necesitaban. Ni la más poderosa arma mágica había logrado detener el paso de todas las criaturas que por ahí llegaban, pero con ese demonio resguardando la entrada, al fin tuvieron la seguridad de que, al menos temporalmente, nada más cruzaría por ese túnel, permitiéndose concentrarse en los nigards y el resto de seres que habían logrado escapar y ocultarse en las dimensiones.

Al siguiente día, recibieron el aviso de Auset. Los nigards se preparaban para atacar a la humanidad con armas de alto poder. Los magos adultos, comandados por Jesús, partieron hacia Horlwn, dejando a los niños en el castillo.

En la ciudad, profesores y alumnos de la normal y la escuela preparatoria, se preparaban para subir en autobuses que los llevarían a Ciudad Victoria.

El alcalde y su esposa se adelantaron en su automóvil particular, acompañados de su hija, Carmelita. Estaban por salir del pueblo, cuando notaron cinco camiones llenos de policías, flanqueando el camino.

―¿Qué demonios…? ―el alcalde frunció el entrecejo―. Yo no ordené este desplante.

―Saben que vamos a protestar en la ciudad ―dijo su esposa, sin aliento.

―Rían ―dijo el alcalde.

―¿Qué?

―Rían y finjan que no les preocupa ―el alcalde esbozó una sonrisa ―, que no temen a la policía que rodea la avenida.

Carmelita y su madre obedecieron. El alcalde rebasó los camiones, sin siquiera voltear a ver a nadie. Dio vuelta un par de cuadras más adelante, entre las calles que limitaban el pueblo.

―¡Rápido, hija! ―ordenó mientras se estacionaba―, comunícate con esos magos, diles que vengan. Yo llamaré a la directora de la normal para decirles que no salgan del pueblo.

El sol se ponía cuando Beatriz volvía a su casa. Pensó que lo de Josué habría sido el peor golpe de su vida. Pero, después de eso, fue como si su vida diera un giro Por primera vez en su vida, se sentía segura de sí misma. Ella venía de una familia de personas de tez y ojos claros. Su madre era morena y muy hermosa, pero sólo por el hecho de nacer con piel apiñonada entre tantos rubios, vivió escuchando a sus primos y tíos llamarla fea. Y parecía que Josué se dio cuenta de esa inseguridad suya y la usaba para evitar que otros se fijaran en ella. Beatriz en realidad era una mujer bella, pero estaba tan convencida de no serlo que nunca hacía por arreglarse. De pronto sintió la necesidad de cambiar todo eso, compró ropa ceñida, maquillaje y fue con un estilista para que le enseñara a dejar su acostumbrado chongo y recurrir a peinados que le dejaran lucir su larga cabellera.

En esos días, varios jóvenes, tanto turistas como del pueblo, habían mostrado interés en ella. Incluso un compañero del trabajo tuvo el detalle de recordar que ella cumplía un año en la compañía, le regaló un ramo de rosas y la invitó a comer. Había pasado un momento muy ameno con él y al fin ella comenzaba a interesarse en buscar otras opciones.

Pasaba por la avenida principal cuando vio a Josué entrar al complejo de apartamentos donde vivía Celia. Por mucho que lo hubiera pasado bien sin él, seguía siendo una herida abierta. Continuó su camino a casa, sintiéndose una tonta por haber perdido tres años de su vida con alguien tan ruin.




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