El director recibió un breve homenaje para que pudieran despedirlo como se debe y todos salieron de la sala, dejando sólo a la nigromante para que hiciera su trabajo.
Baba Yagá usó una serie de pociones y hechizos que redujeron el cuerpo a huesos en pocos segundos. Tomó el cráneo, e hizo algo que no había hecho desde sus primeras víctimas: agradecerle por permitirle encontrar la respuesta que buscaba.
Con un carboncillo, dibujó un trazo extraño en una mesa de madera y en el centro colocó el cráneo. El símbolo se encendió en fuego que recorrió la mesa, trazando líneas curvas en una elipse que terminaba en un círculo central. Lentamente el dibujo se desprendió de la mesa y fue flotando, formando una serie de imágenes, como una película en la que un hombre maya montaba un extraño aparato metálico que lo llevaba desde la tierra hasta el centro de la galaxia, en donde, en efecto, todo era púrpura. Pero no había muerte en ese lugar. La vieja bruja sintió perder el aliento al ver rostros conocidos en ese lugar, gente que perdió en su primera vida, magos que vio morir en su segunda vida, todos ellos estaban ahí, tomando energía oscura que llegaba desde el cielo para ser transformada en sus manos en polvo brillante que emanaba en un chorro de luz que salía despedida hacia los confines del universo.
―¡Lo tengo! ―Baba Yagá salió hacia la sala en donde los demás esperaban―. El agujero negro no es otra cosa más que el destino final, el de las almas más evolucionadas. Desde ese lugar atrapan la energía maligna de que nunca pudo encontrar su luz, la transforman, la purifican y la envían de vuelta al universo para formar nuevas estrellas.
―¿Cómo se llegaría hasta allá? ―preguntó Citlalli.
―Es un aparato extraño, como una combinación de una bicicleta con un aparato del futuro. Y vi a un maya montado en él.
―El astronauta ―dijeron los naguales de Innon.
―¿Cuál astronauta? ―preguntó la nigromante.
―Entre nuestros ancestros hubo uno que descubrió cómo viajar entre el espacio ―dijo uno de ellos―. Es un aparato como el que ella describe, hay un grabado de él en la pirámide de Chichén Itzá en nuestra dimensión.
―Iré por Ikal ―dijo Neruana―, tenemos que construir ese aparato y decidir quién viajará.
Jesús estaba en la terraza trasera, observando el pueblo de San Basilio, sumergido en ese halo púrpura, con el tiempo detenido.
Era justo por eso que no quería involucrarse emocionalmente con ninguna familia en la que nació. Al final dejó a su abuelo sacrificarse porque no quería que el anciano pasara por el dolor de quedarse solo, sin familia. Pero ahora él se sentía justo así, aislado, condenado a ver morir persona tras persona a la que había amado en ese mundo. En verdad quería dejar de sentir esa responsabilidad por salvar al mundo. Realmente deseaba que cada vida, fuera su última vida. Estaba harto de la muerte.
―¡Ikal! ―Neruana gritaba, corriendo hacia él―. ¡Baba Yagá encontró la respuesta!
Escuchar eso fue suficiente para sacarlo de su depresión. Corrió junto con Neruana de vuelta al castillo.
Pidió a los demás que llevaran con él a alguno de los extraterrestres de Wknall y que abrieran comunicación con sus aliados en Andrómeda mientras revisaba los hallazgos de la bruja.
Ikal vio en manos de Baba Yagá el cráneo de su abuelo. Se aceró a ella, estirando sus manos para recibirlo.
―Se fue en paz, ―le dijo la nigromante entregándole el cráneo―, de hecho, él me guio a ese lugar pues su alma ya es una de las privilegiadas que no necesita pasar a otros deis, él ya es completamente puro.
―Algo me dice que era un alma vieja ―dijo él tomando el cráneo con cariño―, y este sacrificio fue suficiente para encontrar la evolución final.
La comunicación se abrió. Un joven mboho de cabello azul zafiro y labios negros apareció en la pantalla.
―¿Cómo van con la obtención del utzikab? ―preguntó en seguida.
―La semilla se está madurando ―respondió Jesús acercándose a la pantalla ―pero tenemos que llegar al centro de la galaxia lo más rápido posible. Supe que, hace algunas décadas, dos mbohos viajaron al centro de Andrómeda. ¿Sabes algo de ellos?
―Sí. Fueron mis abuelos ―respondió el mboho―, aunque no tengo los detalles completos, sólo sé que usaron la energía que nuestro planeta nodriza emana hacia el centro de nuestra luna. ―En ese momento entraba Neruana con el wknalliano.
―Nmgl, ¿cuánto tardarían sus naves en viajar al centro de la galaxia?
―Alrededor de dos meses ―respondió ―, pero nuestras naves de exploración nunca resistirían la fuerza de gravedad del agujero negro. A pocos pársecs son desintegradas por completo.
―Mis bisabuelos resistieron esa fuerza de gravedad sin necesidad de naves. ―dijo el mboho―, pero ellos eran protegidos por nuestros espíritus sagrados. Eran mbohos de corazones puros.
―A nosotros no nos protege nada ―Baba Yagá volteó a ver a Ikal, quien había retomado su forma adulta―, sería un viaje sin regreso.
―Mi familia se ha ido y si el utzikab protege a la galaxia entera ―dijo Ikal―, yo ya no tendría razón para volver. ―Baba Yagá y él asintieron, sin decir más.
―Tu abuelo dio su vida para salvar la tuya ―reclamó Neruana ―, y ¿ahora vas a morir?
―Mi abuelo no quería presenciar mi funeral, y ahora él está en paz. Yo me quedé en este mundo para salvarlo ―Ikal suspiró con tristeza―, y, para ser honesto, yo tampoco quiero quedarme a ver el funeral de nadie más.
Neruana gruñó y salió de la sala. El resto se quedó para armar el plan.
Entre los naguales, los extraterrestres de Wknall y los de Andrómeda encontraron pronto cómo construir la nave del astronauta maya y entre todos comenzaron la tarea de construirlo.
Por la noche, Ikal viajó a Kuiret. En el centro de la pirámide flotaba un capullo plateado que palpitaba lentamente. Ahí estaba Juliano, sentado en flor de loto, presionando botones de su calculadora.
―Sabía que Kuiret sería el sitio ideal para que la semilla madurara ¿Cuánto le falta? ―preguntó Ikal.