Los portales cósmicos

El utzikab

En la tierra, el profesor Filippenko observaba absorto un punto en el monitor, el cual se movía cada vez más rápido.

―¡Oh, doctor Einstein! ―exclamó―, ¡cómo me alegro de que usted se equivocara! ―Hizo algunos cálculos rápidos en la computadora, y volteó hacia los demás―. Lo lograrán. Si este aumento en la aceleración es constante, llegarán en aproximadamente dos días y cinco horas, tal como lo predijo Juliano.

―La pregunta es ―dijo el joven wknalliano―, una vez sembrada la semilla ¿cuánto tardará en llegar la protección hacia acá?

―No podemos saberlo ―Kayah tomó su báculo―, y estamos a muy poco de que el tiempo continúe su curso normal.

―Sí, será mejor descansar ―Agastya estiró sus brazos, desperezándose―. Nos esperan momentos difíciles.

En la nave, Ikal y Baba Yagá observaban planetas, soles y nebulosas pasar cerca de ellos y desaparecer en segundos.

―¿Qué es lo que te preocupa? ―preguntó Ikal.

―En todos estos años seduje a muchos magos y los guie hacia la necromancia. Todos ellos deben estar sufriendo el castigo porque yo los persuadí…

―No los llevaste con engaños ni con amenazas ―dijo Jesús―. Siendo humanos comunes es difícil saber quiénes son capaces de dejarse llevar por el hambre de poder. Pero cuando se vuelven magos, es cuestión de tiempo darse cuenta de quiénes ambicionarán más.

―¿Crees que ellos se hubieran convertido en nigromantes aun sin mí?

―Todos presentan los mismos patrones, y todos comienzan igual, desde la adolescencia. ―Ikal la miró fijamente―. Empiezan cuestionando la pasividad que tenemos los adultos. Cuando empiezan a justificar el trabajo de asesinos, genocidas, torturadores, es difícil regresarlos al buen camino. Y todos tus amigos tenían eso en común.

―Neruana ya empezó a cuestionar tus decisiones ―dijo Baba Yagá arqueando las cejas.

―Pero Neruana tiene algo distinto del resto. Él conoció la maldad de propia mano y es lo que más desea combatir. Toda esa ira que tiene guardada, es en realidad aprensión. Él no quiere la venganza en sí, lo que quiere es que no sean capaces de volver a hacer daño.

―¿Tan transparentes somos todos ante tus ojos?

―Todos menos tú ―Ikal rio―. Eres la única nigromante que conozco que corrompió su alma por salvar a la humanidad, y, a decir verdad, eso me sorprendió mucho.

En el tablero de la nave había una canica de vidrio que había permanecido inmóvil en todo el viaje. De repente, rodó, cayendo al suelo.

―El curso del tiempo se ha reanudado ―Ikal exhaló con preocupación―. Espero que todas esas protecciones en el túnel sigan resistiendo mientras nosotros logramos sembrar la semilla.

En la tierra, magos, naguales, chamanes, hechiceros y todas las criaturas mágicas de los deis esperaban en una parte deshabitada del desierto del Sahara.

Habían pasado casi dos días desde que el hechizo del tiempo llegó a su fin, y las protecciones en el túnel se hacían cada vez menos efectivas. El demonio que custodiaba la entrada les hizo saber que ya no podía contenerlos más, y que miles de criaturas estaban por cruzar hacia la tierra.

Sólo Ignacio y el profesor Filippenko se habían quedado en el castillo, monitoreando el movimiento en los portales. Kayah y Agastya habían lanzado el conjuro que atraería a cualquier criatura hacia donde estaban ellos, para evitar que se dispersaran.

Dado que varias naciones en Horlwn habían al fin declarado la guerra, Auset y Dharma viajaron a esa dimensión junto con dos naguales, quienes realizaban un ritual que ayudaría a desaparecer cualquier arma de esa dimensión. Sin embargo, poco después de terminar el ritual, el túnel se hizo más grande abriendo más ramas de las que pudieran controlar las protecciones que dejaron.

―¡Están cruzando! ―la voz de Ignacio se escuchó en el celular de Agastya―. ¡Millones de criaturas están llegando a la tierra!

―Ejércitos enteros están peleando a mano limpia en todo Horlwn ―Auset también hablaba por un celular―. Se están matando con piedras, con palos, y hasta a golpes.

―Parece que la gente de Horlwn quedó demasiado dañada con la avaricia que se despertó en ellos ―Shouta frunció los labios―. Esa dimensión está enfermando tan aprisa como Aaoth.

―Temo que nuestro poder de llamas gemelas no podrá acabar ni con un 1% de toda esa maldad ―dijo Citlalli con preocupación.

―¡Ahí vienen!

Desde el cielo caían criaturas de todo tipo: Humanoides, seres hechos de agua, de fuego, de plasma y hasta de metal.

Los seres mágicos voladores no dudaron en usar sus dones para atacar desde el aire. La batalla dio inicio entre seres alados en el cielo.

―¡Espíritus malignos! ―gritó un chamán señalando una horda de seres hechos como de nube, con armas puntiagudas en mano.

―¡Yo me encargo! ―gritó Durs.

Durs lanzó un astra efectivo en seres no vivos, mientras lo naguales tomaban formas animales y atacaban a una manada de equinos negros que emanaban fuego de ojos y hocico.

Montado en un loro gigante, Caleb, el guardián de Kuiret, lanzaba bombas fétidas hacia un ejército de extraterrestres con cara de dragón que llegaban en aerodeslizadores. Los quinametzin, una raza de gigantes, aprovechaban que estos seres perdían el control de sus naves para tomarlos con sus propias manos y hacerlos estrellar en la arena.

―¿Ya, Ignacio? ―Kenneth estaba preparado con una gema en su mano. A su lado estaban Atziri y Aidan, cada uno con gemas diferentes.

―No, aún no cruzan todos.

Los guerreros de la dimensión de Aaoth peleaban a golpes con seres voluminosos, con cuerpos de alta densidad molecular. La gente con encanto sólo miraba al cielo, pasivos, concentrándose en descomponer las naves de los extraterrestres y, mientras lo imaginaban, las naves se desintegraban.

―Ya, cruzaron todos ―dijo Ignacio.

―¡Atziri, Aidan!, ¡ahora! ―ordenó Kenneth.

Kenneth, Atziri y Aidan activaron los tres astras de mayor poder. En un santiamén, millones de criaturas cayeron a la tierra, sin vida. Pero además de que los tres magos quedaron sin energía por haber usado esos astras, sobrevivieron algunos seres que cruzaron a otras dimensiones.




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