En Gaalas, los magos se reunieron de nuevo en san Basilio. Lo que creían que era una falla en la tarjeta de video o el monitor, no era otra cosa más que la energía del utzikab dispersándose en toda la galaxia.
Aún había miles de personas que seguían teniendo esos instintos malignos. Pero no importaba lo que hicieran o dejaran de hacer, algo les impedía causar daño. Lo que podían haber sido ataques mortales, se convirtieron en escenas cómicas, de gente hiriéndose a sí mismos tontamente, mordiendo su lengua al grado de arrancarla antes de poder dar la orden de atacar un poblado, incluso los más decididos, provocando sus propias muertes de formas tan absurdas que podrían ser nominados para los premios Darwin.
Los aliados de los magos regresaron a sus propios mundos cuando se aseguraron de que el túnel había desaparecido para siempre.
Por primera vez, los magos decidieron dejar San Basilio, el único lugar en donde los pobladores conocían la historia de seres mágicos que ayudaron a la humanidad a defenderse de terribles amenazas cósmicas.
Pero antes de partir, enviaron las armas más peligrosas hacia el sol, justo como Ikal se los había pedido.
En el tunel, el nivel del agua había bajado por completo, así que Neruana aprovechó para recuperar el cuerpo de Soledad.
Increíblemente, a pesar de haber pasado tanto tiempo bajo el agua, su cuerpo permanecía incorrupto. Cualquiera hubiera jurado que estaba simplemente durmiendo. Con dolor, Neruana le dio un beso en la mejilla.
―En su momento me enamoré de Lupita ―le dijo―, pero si se nos hubiera permitido conservar esa necesidad de amar, habrías sido tú con quién hubiera querido pasar el resto de mi vida.
Neruana enterró a su amiga en el cementerio local. Un lugar en donde sólo ellos sabían, habían sido enterrados, todos los magos que vivieron en Gaalas.
Las historias pronto se hicieron leyenda, y poco a poco atrajeron a más turistas, haciendo de San Basilio un lugar cada vez más próspero, pero en donde nunca se perdió la sencillez.
Antes de terminar su gestión, el alcalde dejó sentadas las bases para proyectos que permitieran abrir más escuelas. Además, destinó las ganancias del museo a un refugio para animales, supervisado por don Modesto. El restaurante que alguna vez perteneció a Rita e Isaac, fue convertido en el comedor de un asilo para ancianos abandonados, construido a un lado de la playa. Un asilo que don Modesto visitaba constantemente.
Agastya y Kayah fueron los últimos en abandonar el casillo. Con nostalgia, veían a la gente que, por primera vez, era capaz de ver el antiguo despacho de Ikal.
―¿Alguna vez pensaste en qué harías en caso de encontrar el utzikab? ―preguntó Kayah.
―Siempre pensé en que sería bueno visitar todos los deis. Tantos años, y apenas conozco unos quince.
―¿Necesitas un compañero de viaje? ―Kayah ofreció su brazo.
― Sí, ¿por qué no? ―ella lo tomó del brazo―. Después de todo, Imamú y tú fueron siempre mis mejores amigas.
―Sí. ―Kayah rio―. Recuerdo que ella y yo éramos adolescentes, y tú una niña que no nos soltaba ni a sol ni a sombra. Al final, aceptamos que no podríamos deshacernos de ti.
Los ancianos subieron al techo, en donde, tras consultar el sello de la verdad, decidieron en cuál dei comenzar a disfrutar de su retiro.