En el principio sólo existía arena. Miles de millones de granos de arena fueron la base del gran reino de Saori. Pero ahora la paz que ha prevalecido durante generaciones tambalea a merced de individuos que pasarán a la historia como reyes o usurpadores, leales o traidores, víctimas o víctimarios.
En este juego de conquista, que es la vida, la historia la cuentan los ganadores.
—¿Pero quién gana en una guerra?—le pregunté a mi hermano, quien jugaba con sus pequeños caballos de madera.
—Los ganadores—respodió Koen con fastidio.
—Nadie, Koen. Nadie gana en una guerra—le expliqué nuevamente, con la misma paciencia que las primeras doce veces.
—Si. Hay ganadores y perdedores—. Ejemplificó su punto con sus caballos simulando un breve y fatídico enfrentamiento entre estos, dando por concluida la victoria para el caballo de menor tamaño—. Lo ves esté ganó—, alzó a su pequeño caballo al aire—. Y esté.. perdió—mí hermano, tan descuidado como siempre, lanzó su otro caballo el cuál terminó a los pies de mi padre.
—Oh, pero que príncipes tan desordenados tenemos aquí—dijo mi padre, tomándome en brazos, para luego hacerme cosquillas.
—Ya papá, no puedo respirar—pedí cómo pude debido a la falta de aire, y sentí un gran alivió en cuanto se detuvo—. Ahh, no podía respirar-le sonreí aún sin soltarlo.
—Padre, Kyren dice nadie gana en la guerra. Pero las hadas nos han robado territorio en la última batalla, entonces Kyren está equivocado. ¿Verdad?—. Koen pareció repasar cada palabra en su mente, buscando en ellas algo de sentido. Sin embargo, estás carecen de toda racionalidad.
—Si. Pero de haber evitado la guerra en primer lugar, no hubiésemos perdido nada—me apresuré a defender mi postura, delatando lo absurdo de su favor hacia la guerra.
—Bien, suficiente—mi padre nos detuvo algo agotado de la rutina—. Este no es un tema para niños. Y Koen— mi hermano lo miró expectante—. Tu hermano tiene razón, la guerra nada resuelve... Pero la diplomacia, esa si que es un arma útil.
—Mmm estoy en desacuerdo—dijo mi madre desde el borde de la puerta. Koen, se apresuró hacía ella.
—¡Mami!—. En cuánto lo abrazó, Koen pareció olvidar toda nuestra discusión, asegurándose de darle todo su atención a los abrazos de nuestra madre.
Por mi parte esperé a su acercamiento, ella besó mi frente y dijo; —No es momento para debatir. El pueblo te espera, Kyren. Desean verte.
Podía debatir durante horas, entrenar con espadas y arcos, apesar de no ser muy bueno. Podía participar en el consejo y estudiar durante días. Pero dar un discurso en nombre de mi padre, por su captura de un espía de Feérico, eso suena tan exhaustivo.
—¿Y si digo algo incorrecto? Y se enfadan conmigo.
—¿Cómo podrían enfadarse? Ellos te adoran. Sólo desean saber más de tí—respondió mi madre, aún sin convencerme.
—Debes ir. Es tu deber como príncipe heredero, con el tiempo aprenderás a cumplir con tus obligaciones con más.. naturalidad.
Mi madre soltó una pequeña risa ante lo último, probablemente recordó aquel episodio en que debido a los nervios dí el discurso de despedida al rey con rapidez para luego desmayarme en una fuente.
—Lo harás bien. Sólo piensa en lo que dices, y recuerda que cada palabra es la palabra de un príncipe. Ellos te oiran, deben hacerlo—. Se que su intención no era agregarme presión. Sin embargo, presentía que algo malo iba a ocurrir. Sólo deseé no desmayarme en medio del discurso.
—Yo puedo dar el discurso, mami—habló Koen, con gran emoción en su voz—. Así ellos también me querrán, como quieren a Kyren—dijo, señalandome.
—Oh, pero tú no necesitas que ellos te quieran. Mami ya te quiere mucho, mucho—esparció tiernos besos en su rostro somnoliento, el amor le era entregado sin necesidad de heredar una pesada corona, y yo lo envidiaba por eso.
—Sus majestades, ya todos han llegado. Hemos cerrado las entradas. Pueden salir—. El guardía se retiró tan pronto como llegó.
Y nosotros nos dirigíamos acompañados de doce escoltas. Las personas clamaban por mi padre. Pero no por Koren Seth, mi padre y esposo de mi madre. No, ellos clamaban por su rey, que muy a su pesar, quitaba vidas para protegerlos de las hadas.
—¡Ciudadanos de Saori. Es para mí un gran honor estar aquí hoy, frente a todos ustedes!—gritó, para que incluso aquellos que se hallaban lejos de él lo oyeran, pues el era el rey, todos debían oírle—. ¡Ya han de saber de mi reciente captura de un malvado Fairytwain, una criatura de Feérico!—. Los abucheos ante la mención de Feérico no se hicieron esperar—. Lo sé, lo sé. Pero ahora el principe heredero, y futuro protector de Saori, dirá algunas palabras.
Los abucheos que llegaron a mi causa no eran de desagrado, al contrario, estaban felices de verme. Algunas personas lanzaron monedas a mis pies, otras juguetes de animales tallados en madera.
—Ah..ah la-la seguridad es un tema mu-muy importante—solo podía pensar en la cantidad de personas que nuestra solo presencia había reunido, y en lo ridículo que me estaría viendo—. Y deberíamos tener cuidado con..las fuentes de agua.
—¡¿Las fuentes de agua?!
—¡¿Que hay con las fuentes de agua?!¡¿Están envenenadas?!
—¡Envenenadas, dijo envenenadas!.
Los gritos y murmullos entre la multitud no se hicieron esperar. Todos empezaban a entrar en pánico, y yo no sabía cómo calmarlos.
—¡No! ¿Qué? Padre, yo no he dicho eso, lo juro—dije a mi padre, quien al ver el caos que había causado se apresuró a mí.
—Aún tienes mucho que aprender-susurró en mi oído para tranquilizarme—. Pueblo de Saori, estás aguas son tan puras como la presencia de Jabbar en la sacra ciudad de Jabba. No hay de que preocuparse.
Todos parecieron suspirar aliviados, incluído mi padre quien debido a su posición jamás se daba ese lujo.
Pero entonces a plena luz del día el caos se desató.
Una flecha atravesó el pecho de mi padre, hiriendo de muerte su corazón. Padre para no caer se sostuvo de mí. Y con sus últimas fuerzas, cubrió mi cuerpo con el suyo ante el peligro de una lluvia de flechas.