Los Príncipes de Saori(el Mundo de Arena)

Capitulo IV : Algo ocurrió...

Algo ocurrió en medio de la guerra de los cien años, un rey con corazón de príncipe decidió que la guerra que azotaba a su pueblo había sido suficiente. Y sin importar las insistencias del consejo por lo contrario, aceptó tomar cómo reina y esposa a la hija de sus enemigos.

Ese rey era yo, y escaso sería el sacrificio al desposar a la princesa de Feérico por traer paz a Saori.

Observo el basto territorio de mi reino extenderse más halla del sol. Experimentando la calidez de este último chocar con mi piel. Y sé que apesar del odio que recibiré habré tomado la decisión correcta.

—Te recordaba más alto— a mis espaldas la burlesca voz de mi pequeño hermano se dió a conocer, retumbando por los petreos muros, recordándome que ya no estaba solo.

Podría jurar por Jabbar que salté de alegría y corrí a abrazarlo antes de reaccionar en lo que hacía—. Desconoces cuánto te he extrañado, mi querido hermano—murmuré, perdiendome en su aroma tan peculiar. Carraspee avergonzado por mis actos poco dignos de un rey. Tomé distancia de él, para verlo mejor.

Ya no es el pequeño sarcástico e introvertido al que el consejo envío al frente de los Jardines de Elder. Es un joven que ha habitado en los campos de batalla y se ha hecho de una fuerte reputación; ¿Sus "medallas"? Ligeras cicatrices visibles en su cuello y rostro. Aparte incómodo mi vista de ellas, pues pese a ser el rey poco hice por evitarle aquel sufrir a mi hermano; desconocía entonces del poder que poseía, viéndome envuelto por cualquier influencia codiciosa que ocultara sus intenciones tras mantos de desinteresada benevolencia y fingido querer.

—Y yo a tí—. Una de mis manos se posó sobre su cabeza midiendo cuánto había crecido—. Creo recordarte más guapo...—reí, viendo la inexpresividad en su rostro.

—No es divertido—se deshace de toda firmeza, propia de un comandante en jefe, y sonríe alegrando mi existencia—. Supongo que con el tiempo me has idealizado.

El crujir de la puerta nos alerta de la llegada del consejo, forzandonos a retomar nuestra rígida postura. Siete hombres representando las siete regiones del reino, entre ellos el general mayor Kovok, quién adquirió su cargo tras la muerta de Lord Mosk, el representante y protector de la ciudad real de Seth.

—Sean bienvenidos—expresé sin titubeos, cualidad adquirida con el tiempo. Los veo inclinarse, bajando sus cabezas en señal de sumisión y lealtad para su rey. No puedo evitar pensar en la disposición de estos hombres a dar su vida por la pesada corona en mi cabeza. Pero no por mí, jamás por mí—. Por favor, tomen asiento—ordenó, mientras sacudo mi cabeza, buscando apartar aquellas ideas tan dañinas. Con prisa aparto un lugar junto a mí, para mi hermano. Necesitaré su apoyo, sé que todos aquí me odiaran en poco tiempo, por las declaraciones que haré.

—Su majestad, nos honra haber sido llamados por usted, y tener el placer de estar en su presencia—. Asentí ante lo dicho por Lord Ikeer Shaak, representante de Sheker—. Sin embargo, no se nos ha informado el porqué de ese honor.

Observé a mi alrededor, hallando solo rostros sumidos en ideas propias; en reinos de fantasías, donde cada uno era rey. Mentes maquiavélicas que tramaban planes sobre cómo afrontar la guerra y ganar más poder. La ambición palpable en cada rostro conocido; excepto mi hermano, quién parecía guardar un desinterés por todo lo relacionado a estar atado a un silla, y la diplomacia que está representa.

—Lo que aquí los ha traído, y de sus familias los ha robado no es más que la propia paz de Saori—tras ponerme de pie, caminé tras cada asiento, buscando indicios de apoyo u objeción—. ¿Acaso no están exhaustos de esta guerra? Porque yo lo estoy.

La honestidad de mis palabras, sumado a la informalidad en mi voz, incómodo a más de uno en esa mesa. Algunos contrajeron su rostro con extrañeza, otros compartieron miradas "¿Acaso el rey ha enloquecido?" Decían sus ojos.

—Majestad, con todo respeto, le imploró sea claro al hablar—dijo Kovok, su autoritaria voz me hizo estremecer—. Es evidente que toda persona en Saori daría lo que sea por paz. Pero no hay mucho que hacer, más que luchar y vencer—. Los representantes mostraron favor a sus palabras, y un sonoro murmullo creció entre ellos, asegurando haber hecho todo lo humanamente posible por obtener la paz para el reino.

—¿Daríamos lo que fuera por paz?—la gran mayoría en esa sala asintió ante mi pregunta, otros se reservaron la respuesta. Sentí mi corazón acelerarse, amenazando con saltar de mi pecho. Inhale profundamente, recordando el poder de mis palabras y decisiones, capaces de acabar guerras o iniciarlas—. Por eso he decido desposar al enemigo, y volverlo aliado en este mundo, para evitar el constante derramamiento de sangre.

Tal cómo predije, los hombres en aquella sala se mostraron reacios a tomar aquella alternativa; su preocupación, limitada por el poder y la codicia, les arrebató la visión del dolor de nuestro reino.

—Caballeros, muchos de nosotros no hemos ido a la guerra. No hemos sufrido heridas, ni hemos visto morir a nuestros amigos. Pero sentimos su ausencia en Saori, y su dolor. Esto no puede continuar así—suspiré, endureciendo mi mirada sobre cada uno de ellos, cada vez más alborotados. Sus murmullos fueron convertidos en quejas audibles e indiferentes a mi corona—. ¡Miles de personas han muerto! ¡La guerra nos ha arrebatado más de cien años de paz!—grité desesperado, al no verlos razonar los daños causados por la guerra. Mis ojos se movieron de un rostro a otro, hasta que solo fueron manchas borrosas en el aire.

Impactado por los aullidos indecorosos que me tomaban por presa estuve a punto de perder el equilibrio. Poco antes pude notar en un rincón de la sala a Kovok quien bajó su mirada con compasión, se aproximó a mí dándome algo de estabilidad al tomarme por los hombros para luego hacerse a un lado. Lo sentí cómo un aliado silencioso, o quizá solo servía a quién carga la corona.



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En el texto hay: principes, saori, arena

Editado: 10.10.2025

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