Los puertos que abandoné por ti.

Décimo puerto: Autoconmiseración.

El décimo puerto fue una isla abandonada.

Tenía cientos de cuevas construidas a mano, no por naturaleza. En cada cueva había calendarios tachados como un gigante cementerio de días, y un muerto por cueva que se había quedado varado ahí sin saber a dónde más ir.

Supe que, ellos como yo, habían llegado a esa isla perdidos, guiados por una estrella que adoraban y por el canto de una sirena que los hizo creer que todo valía algo (tan siquiera lo que fuera).

Decidí que no quería quedarme en ese lugar a morir de autoconmiseración, preguntándome en qué había ocurrido para que me dejaran, en si era yo quien se equivocaba, si había algo malo en mi. Así que, con todas mis fuerzas arranqué ramas y fabriqué remos, me alimenté con la necesaria porción de las cascadas de pena, escribí tu nombre en una roca y decidí dejarte ahí.

Hasta luego, dulce mal, espero alguien más encuentre tu nombre y lo ame tanto como yo te amé a ti.




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