Cinco semanas después de la invasión, Emilio logró mantenerse en pie dentro de su casa, haciendo trampas caseras con cuchillos, colocando vidrios rotos en la entrada e incluso usando unas latas en todas las ventanas para saber si alguna de esas cosas intentaba entrar.
Pero no todo estaba bien: él y su gato se estaban quedando sin comida y agua, y el supermercado más cercano estaba a quince cuadras de su casa.
—Debo tener cuidado con esas cosas —dice Emilio—. El supermercado está un poco lejos y no tengo ningún medio de transporte. ¿Cómo podría llegar hasta allá de forma segura?
Mientras observa por la ventana, ve un escuadrón de aliens patrullando la zona. Nota que uno de ellos es distinto: menos corpulento y con un traje que tiene unas luces que se activan con sus gestos o con el brazalete que lleva en la muñeca.
—¿Para qué llevarán esas luces? —se pregunta.
Al instante lo descubre, ya que ve que esas luces sirven para dar órdenes. Cuando el alien apunta a algo con la luz, los demás lo siguen como si fuese una orden directa.
Emilio lo ve funcionar en primera fila cuando una madre y su hijo, escondidos, son descubiertos. El alien los señala y los otros atacan sin piedad.
—Dios… ¡estos bichos son unos monstruos desalmados! —dice preocupado y exaltado—. Si el de la luz me ve, será mi fin. Tendré que esperar un rato más para salir.
Decide esperar hasta la noche.
—Ok, me llevaré un par de cosas en la mochila —comenta para sí mismo mientras cuenta lo que guarda—. A ver: un cuchillo de cocina, una botella de agua, un poco de cinta por si las dudas y unas latas y botellas que no sirven, pero que usaré como distracción.
—Meow… —Pelusa maúlla desanimado.
—Descuida, Pelusa. Volveré vivo, te lo prometo —dice con determinación.
Al salir, revisa cada rincón antes de avanzar, logrando llegar al supermercado. En la entrada hay un poco de sangre, pero igual decide entrar.
—El hambre puede más… —piensa.
Adentro, aunque no hay mucha comida y algunos productos están caducados, logra encontrar alimento en buen estado.
De regreso, ve al mismo escuadrón pasando cerca. Al principio los ignora, hasta que nota que se dirigen a una zona donde una chica y quien parece ser su padre están refugiados en una casa medio en ruinas.
—Oh no… ¡si no hago algo, esas personas morirán! —piensa preocupado.
Emilio lanza unas latas que trajo como distracción. El escuadrón va directo hacia el ruido, mientras él corre hacia la chica y el hombre, haciéndoles señas para que lo sigan.
Al acercarse a la casa de Emilio, paran para descansar porque el padre tiene una herida en la pierna.
—Papá, ¿te sigue doliendo mucho la pierna? —pregunta la chica.
—Nada de qué preocuparse, cariño —la calma el padre—. Y oye, chico… gracias por salvarnos.
—No hay de qué. Si no hacía algo, esos bichos los hubieran matado —exclama Emilio satisfecho—. Por cierto, me llamo Emilio. ¿Y ustedes?
—José… y ella es mi hija Sofy —responde el padre.
—Genial. Ahora lo único que falta es llegar vivos hasta esa casa de allá —dice señalando la suya.
—Solo deja que me ponga en pie… —dice José mientras intenta levantarse, pero cae en el intento.
—¡Papá! Ten un poco más de cuidado —dice Sofy, preocupada.
—¡Tengo una idea! —exclama Emilio mientras levanta a José y lo pone en su espalda—. Vamos, Sofy, tenemos que irnos.
—Wow, sí que tienes fuerza —dice Sofy mientras avanzan hacia la casa.
—Gracias —responde Emilio.
Ya dentro, Emilio nota cosas raras: la mesa está rota, hay cuadros en el piso… y Pelusa no está. Preocupado, deja a José en una silla y comienza a buscarlo.
—¿Pelusa? ¿Pelusa, dónde estás?
Lo encuentra recostado en el piso.
—Ahí estás… no me vuelvas a asustar así, por favor.
Mientras lo acaricia, nota algo raro. Sabe que eso no es Pelusa. No sabe cómo, pero lo siente. Retrocede lentamente.
La cosa se levanta y empieza a gruñirle. Su boca se abre mostrando una fila de colmillos demasiado afilados.
—Pe… ¿Pelusa…?
Editado: 11.12.2025