Los que susurran en la oscuridad.

El silencio antes del hielo.

Todo comenzó con un silencio que no supe nombrar. No fue repentino, no hubo un día exacto, Fue como el cambio de estación cuando no prestas atención. El aire se vuelve distinto, los árboles dejan caer sus hojas y un día despiertas, y todo está cubierto de escarcha.

Yo seguía ahí, por fuera, funcionando, respondiendo, sonriendo cuando debía. Pero dentro… algo empezaba a apagarse. No era tristeza. La tristeza al menos quema, arde en el pecho, te recuerda que sientes, que estás vivo.

Esto era distinto. Era más denso. Como caminar bajo el agua, como respirar con el corazón ahogado. Las palabras dejaron de tener peso. Las promesas se hicieron aire. Y las miradas... Las que alguna vez me sostuvieron
ahora pasaban de largo, como si mi presencia se hubiera vuelto transparente.

Y fue ahí, en ese vacío que no dolía pero tampoco sanaba, donde comenzaron a susurrar. Al principio no entendía sus voces.
Eran apenas un murmullo entre pensamientos cansados.

Creí que era yo, repitiéndome lo que ya me temía. Pero no. Eran ellos. Los demonios no llegaron gritando. No traían fuego, ni castigos, ni cadenas. Vinieron con disfraces sutiles: una voz parecida a la mía, una frase que parecía lógica, una certeza disfrazada de verdad:

"Esto te pasa por confiar."
"Te quieren mientras sirves."
"No eras suficiente. Nunca lo fuiste."

No tuve fuerza para contradecirlos. Porque, en el fondo, ya lo había pensado antes. Solo que nunca tan claro, nunca tan seguido, nunca con ese frío pegado al pecho.

Empezaron a quedarse. Como sombra en pared sin luz.
Como humedad en casa cerrada. Y poco a poco, se volvieron compañía. Ya no era yo contra el mundo. Era yo… y ellos, los pensamientos deformes que crecieron con cada decepción, con cada palabra que me juró quedarse y terminó dándose la vuelta. Y no me defendí. Porque para defenderse,
uno necesita creer que vale la pena proteger algo. Y yo, ya no estaba tan seguro.

Me volví hielo. Pero no fue elección. Fue reacción. El calor me lo fueron robando las veces que di todo y me devolvieron silencio. Las veces que lloré con el alma abierta y me respondieron con indiferencia. Las veces que me arranqué pedazos para sostener a otros y nadie notó que me quedaba hueco.

Así se enfría un ser humano. No con traumas dramáticos. Sino con decepciones pequeñas que se acumulan como copos de nieve hasta volverse avalancha. Y en medio de esa nieve caminan mis demonios. A veces con los pies descalzos, otras veces con mi rostro. Pero siempre con palabras que cortan, con verdades que queman más que el hielo que llevo dentro.

Nadie los ve. Porque saben esconderse. Se disfrazan de ansiedad, de desvelo, de ese nudo que no se va de la garganta. De esa voz que repite que no sirves. Que no eres suficiente. Que estás solo. Y lo peor es que lo dicen con calma. Sin odio. Como quien cuenta una historia que ya está escrita.

A veces, trato de recordar cómo era antes. Cuando aún sentía. Cuando aún creía. Pero los recuerdos están tan lejanos que parecen de otro cuerpo, de otra vida. Y yo ya no sé si quiero volver. Porque el frío, aunque duele, también protege. Ya no espero. Ya no caigo. Ya no me quiebro. Porque ya estoy roto. Y eso, de algún modo, también es paz.



#1174 en Otros
#11 en No ficción

En el texto hay: frialdad, soledad.

Editado: 29.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.