La primera vez que la vio no le prestó atención. No la conocía y las circunstancias invitaban a centrarse en lo más urgente: asegurarse de estar lo suficientemente lejos, si bien lo suficientemente cerca.
Allí lo estaban.
Y agotados también estaban.
Una transformación así es algo completamente inexplicable. Sólo quien lo hubiese vivido podría entender el brutal proceso de adaptación al que se estaban enfrentando estos dos seres mientras, en medio de tal vorágine, tenían además que huir… Por si llegara a ocurrir que su castigo actual ─quién sabe si irrevocable─ pudiera ser conmutado por un destino menos tormentoso, pero definitivo.
Por tanto, que aquella noche, la chica que entró a hurtadillas en la cocina, a buscar algún resto de calor en las brasas de la lumbre, le pasase poco más que desapercibida, salvo por los necesarios momentos de alerta ─breves… ya estaban bien refugiados en un agujero de la pared para cuando ella llegó─, no era en modo alguno indicativo de que le fuera a ser indiferente en el futuro.
Nada más lejos de la realidad.