Los ratones de la cocina

Capítulo 3

-Desde luego, mira que eres tonta.

Así de esplendoroso fue el saludo que le brindaron las que hasta hacía pocos días habían sido sus hermanas ─a los ojos de su padre, al menos.

-Herta, la estúpida. Estupiderta. Y ¿qué me dices de su cara? ¿Qué es eso? ¿Ceniza? Herta, la chica de la ceniza. Herta, la cenicienta.

-¡Aaahh! ¡La cenicienta! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!

La muchacha, unos años mayor que Herta, casi se cayó de la silla con el ataque de risa.

La aprendiza de sirvienta fue a coger las dos tostadas que habían resbalado en la mesa al dejar el plato.

-Déjalas donde están -le ordenó, procurando no levantar la voz, la mujer que miraba a sus hijas preguntándose por qué, pese a todos sus esfuerzos, se estaban criando como dos burdas escandalosas.

Así lo hizo. Y, luego, subió apresuradamente al piso de arriba a prepararlo todo para ellas. Era la primera vez que habían sido invitadas a Palacio y Herta se preguntaba si sería casual que esto ocurriera tres días después de la muerte de su padre.

Desde luego que soy tonta por dudarlo siquiera, pensó con la amarga evocación de las recientes palabras de Regine. Cecilia no iba a conformarse con ser una viuda acomodada y vivir así el resto de sus días. No iba en su carácter. De eso, Herta estaba segura. Durante toda su vida, la había visto hacer lo posible por estimular la ambición de su padre, llevándolo muchas veces a extremos. Pero siempre había sido lo suficientemente hábil como para que él, a pesar de sentirse presionado en exceso, se mantuviera unido a ella. O casi.

Mientras hacía la cama de la que ahora era su Señora, el ratón la observaba ─la escoltaba, más bien─ desde la puerta, sabiendo que Flora tenía razón en que se arriesgaba demasiado. Pero algo que no habría sabido explicar, ni entendía cómo había empezado, le hacía necesitar velar por el bienestar de ella, incluso desde su reducida e indefensa forma.

O semi-indefensa… El tobillo de la cocinera podía dar buena fe de que aún disponía de recursos.

Se situó un poco más resguardado durante lo que a él le pareció un rato agradablemente largo, teniendo en cuenta las prisas y el nerviosismo de todas sus últimas actividades. Ahora estaban los dos solos y aprovechó este lapso de extraña intimidad para conocerla un poco mejor. Para vigilar si los delataba, según rezaría la explicación posterior al otro ratón.

Tenía el cabello rubio oscuro y unos dulces ojos castaños. Su nariz era afilada, llena de personalidad, y dos hoyuelos se le marcaban en las mejillas cada vez que se mordía el labio inferior, cosa que ocurría con frecuencia. Sus movimientos eran cansados, pero con determinación. La determinación de quien está resuelta a hacer frente a la adversidad, aunque de momento su única arma sea soportar el instante presente. No obstante, Adalberht podía notar que las fuerzas ─y no necesariamente las físicas─ le fallaban muchas veces. Más bien, se lo había notado antes… dos noches atrás.

Ella caminaba por el vertiginoso borde de la desesperanza. Afortunadamente, él, por ahora, no había llegado ahí.

-Pero ¿se puede saber por qué te arriesgas de esta manera?

Del susto, a Adalberht se le erizó todo el pelo y experimentó por ello un cosquilleo desconocido hasta entonces.

Era Flora, a quien las ganas de reprochar la conducta de su compañero le habían podido más que el afán de mantenerse a refugio.

-Ni siquiera…

-¡Espera! -la interrumpió él, de repente asaltado por una idea-. Quiero probar una cosa.

Miró fijamente a la chica, permaneciendo completamente inmóvil durante unos segundos.

-Y ahora ¿qué haces?

-Nada -se rindió Adalberht-. Creí que a lo mejor ella podría leer también mis pensamientos si me concentraba lo suficiente.

-¿También?

-Bueno… como tú. Como tú lees los míos y yo los tuyos.

Flora lo miró extrañada.

-¿A qué te refieres? Yo no puedo… saber lo que tú piensas. Yo simplemente oigo lo que me dices.

-¿Lo que te digo?

-¡Claro!

El ratón se quedó estupefacto.

-¿Quieres decir que tú y yo hablamos?

-¿Es que no te habías dado cuenta? Y por alguna razón entendemos estos chirriantes ruidos que emitimos.



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En el texto hay: magia, misterio, amor

Editado: 26.08.2019

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