Aquella noche, Herta ya no se extrañó tanto de ver entrar en su dormitorio un ratón, que se dirigió directamente hacia ella.
El animalillo levantó su pata vendada.
-Echémosle un vistazo -dijo ella, imbuida ya por completo de esta fantasía real-. ¿Dónde te has dejado hoy a tu amigo? Espero que no le haya pasado nada.
El ratón sacudió la cabeza.
-Madre mía. Sigo sin asimilar esto -reflexionó Herta. Y sabía, se dio cuenta de que, por mucho que se acostumbrara al comportamiento de estos ratones, le sería imposible no sorprenderse ante cada novedad.
Si es que volvía a verlos.
Lo único claro era que en este instante uno de ellos ─el herido─ estaba aquí con ella; y ella se sentía más contenta de lo que lo había estado en muchos días.
El ratón fue a buscar un trozo de papel que había ocultado tras una silla al entrar, sin que la joven se percatase, en el momento en que el nuevo vendaje estuvo listo. Esta vez, la cura había sido un poco más dolorosa, porque Herta se había hecho de un frasquito de alcohol por si se presentaba esta ocasión. Ahora que había desinfectado bien la herida, se curaría mucho más deprisa.
“Mañana iremos contigo”, rezaba la nota.
Herta volvió a leer el papel y miró al ratón.
-¿Vendréis conmigo? -Reparó en que, sin medios de escritura a mano, tendría que ceñir sus preguntas a las respondibles sí o no.
-¿Sabéis que voy a Palacio?
El ratón movió afirmativamente la cabeza.
Herta abrió mucho los ojos, aún incrédula.
-¿Habéis estado allí antes?
Sí, de nuevo.
-¿Sois… sois unos ratones adiestrados?
No.
-¿Qué sois? Quiero decir… -No encontraba la pregunta adecuada.
Adalberht se señaló a sí mismo, sujetándose en dos patas, y, a continuación, la señaló a ella.
Herta no acabó de entender. Pero dedicó unos segundos a pensarlo.
-¿Intentas decir que eres una persona? ¿Una chica, como yo?
Adalberht lamentó que ahora hubiese optado por formular las cuestiones de dos en dos. Eso haría la comunicación mucho más difícil.
Afortunadamente, ella se dio cuenta.
-¿Eres una chica?
Sacudida de cabeza.
-¿Eres humano? ¿Eres un hombre?
Con gran estupefacción, Herta vio cómo el ratón bajaba su equivalente a barbilla en ambas ocasiones.
Ella sopló. Un soplido muy largo, muy largo, y silencioso.
-¿Cuánto tiempo lleváis en esta casa? -Cerró los ojos, buscando la manera de replantearlo y, cuando los volvió a abrir, se encontró con que el ratón había levantado varios dedos en el aire.
-¿Días?
Sí.
- Y ¿cómo…? Uf, creo que no voy a saber decir esto…
El ratón le pidió con gestos que lo siguiera.
Una vez en la cocina, Herta leyó con la tenue ─tenebrísima─ luz de las brasas ─y disfrutando de su calor─ las notas que le fue escribiendo Adalberht. Así descubrió cómo habían llegado a encontrarse en ese estado, aunque no su verdadera identidad. Esa omisión de información por parte de Adalberht la llevó a figurarse que eran sirvientes del palacio.
-¡Vaya! Había oído hablar de cosas así ─de embrujos─, pero lo cierto es que siempre pensé que no existían de verdad. ¡Vaya! Y yo que pensaba que servir aquí era lo peor de lo peor… Supongo que, en comparación con vosotros, hasta he tenido suerte.
Para Adalberht fue un alivio que alguien más conociera su situación.
-Entonces -dijo Herta, abrigándose mejor con su toca de lana (la única que le quedaba después de haberles prestado la otra a ellos)-, tu amiga es Flora y tú eres Adam -Adalberht pensó que, como príncipe, su nombre sería conocido-. Y servíais juntos en Palacio…
Flora asomó entonces la cabeza por el agujero al oír que la nombraban.
-¿Cómo puedo ayudaros?