-Ni hablar. Eso ni pensarlo.
-Pero quizás sea lo más seguro para ella en este momento.
-No.
Flora inclinó el cuerpo hacia atrás, cansada, hasta que su lomo topó con el frío granito del lavadero. Adalberht había elegido éste como su punto de encuentro por tratarse de un lugar alejado de la comida y, por tanto, poco proclive a albergar ratoneras.
-¿Alguna vez te habías fijado en la cantidad de resquicios que hay en las paredes y puertas? Resulta sorprendente teniendo en cuenta que estamos en un palacio. Claro que, ahora, nos viene de perlas.
-Flora, no cambies de tema.
-Y ¿qué quieres que haga la chica? Por descontado que yo tampoco me fío un pelo de lo que mi madre se trae entre manos, pero ¿qué va a hacer? ¿Negarse? ¿Cómo?
Adalberht sabía que a su compañera no le faltaba razón, pero también tenía la certeza de que Herta se embarcaría en una travesía de difícil vuelta atrás.
-Lo más sencillo será que simplemente fracase en su cometido.
Flora no tuvo por más que sonreír interiormente ante tal comentario.
-¡Vaya! ¡Qué fácil lo ves! Y ¿por qué iba a ser Kasimir inmune a los encantos que a ti te subyugaron desde un principio?
Adalberht no sabía qué responder a eso. Lo había pillado desprevenido. Finalmente, optó por el recurso más socorrido: el de pagar una incomodidad con otra.
-¿Estás celosa?
Durante un momento, el ratón pardo torció su pequeño hocico.
-No. No lo estoy. Sin embargo, tú sí estás prendado de esa muchacha y no quieres admitirlo.
-Eso… Eso no tendría nada que ver. Herta es nuestra amiga. De los dos. Nos ha ayudado y nosotros debemos, queremos, ayudarla. Y, por otra parte, por muy encantador que uno o una sea, siempre se puede fingir, si lo que deseas es caerle mal a la otra persona.
-Cierto. Pero ¿cómo crees que reaccionará mi madre si Herta no le hace gracia a Kasimir? ¿Crees que simplemente se resignará y lo aceptará?
-No. Supongo que no. -Pausa-. Y en el fondo, ¿cuál puede ser su interés?
-Se me ocurre que quiera casarlo para afianzarlo en su posición como príncipe a los ojos del Rey… y que busque a una mujer a la que poder manejar a su antojo.
-Y ¿por qué Herta?
-¿Porque no tiene familia, salvo tres semiparientes, que la tratan de pena y, encima, están deseando deshacerse de ella? Por no hablar de la relación tan estrecha entre esas tres mujeres y mi madre. Creo que todo se reduce a que la tenía muy a mano.
-Quiero hablar con ella -resolvió finalmente Adalberht.
Antes de hacerlo, tuvo que esperar junto con Flora, en la habitación de la Duquesa, a que ésta le pasase a Herta la bandeja de comida que una criada acababa de traer. En esto tardó muy poco, pues, tal y como la había informado previamente, ya no deseaba ocuparse más de ella hasta el día siguiente, por lo que no se entretuvo.
Flora tenía razón: Este viejo palacio, aunque excelentemente conservado y notablemente bello, contaba con no pocas grietas por donde un par de ratones curiosos podían filtrarse. Pronto se hallaron en presencia de Herta, y ésta muy contenta de verlos.
-Hemos decidido -le escribió Adalberht-, que lo mejor es que procures, de manera educada, no gustar mucho a Kasimir.
Flora se quedó boquiabierta por encima de lo que habría sido el hombro de él. Estaba a punto de saltar con que eso no era en lo que habían quedado, cuando Herta se le adelantó.
-Yo he decidido otra cosa.
Ambos ratones se dispusieron a escuchar atentamente lo que la joven tuviera que decir, pues sus palabras habían sonado firmemente resueltas.
-Aprovecharé la confusión del baile para marcharme. Voy a estar muy vigilada por la Duquesa, lo sé, pero seguro que en medio del bullicio, entre tanta gente, podré encontrar el momento adecuado para escapar sin que lo noten inmediatamente. Es lo mejor. De lo contrario, creo que me habré metido en una trampa de la que luego no podré salir. Ya he visto de lo que la Duquesa es capaz -añadió, señalándolos-, y realmente dudo mucho que quiera incorporarme a su familia (y mucho menos como princesa). En sus planes tiene que estar deshacerse de mí tarde o temprano. Es mejor que me vaya ahora.
Con su discurso, Herta despertó la admiración de Adalberht y Flora. Del primero, por su claridad de pensamiento y templanza ante la adversidad, y de la segunda, por hacerse tan rápido una idea así de ajustada de su madre.