Las explicaciones a Herta hubieron de seguir el cauce habitual de escritura.
Mientras los dos ratones originales procuraban poner al día a la joven de las novedades y justificar la presencia en su cuarto prestado de un tercer roedor, el susodicho miraba con curiosidad a la muchacha, de cuya presencia en el palacio tenía ahora la primera noticia.
Adalberht, por su parte, cuestionaba su propia lucidez, sintiendo lo que indudablemente eran celos de un ratón que se presentaba por primera vez ante Herta.
-Bueno, Señor Detlef, encantada de conoceros. Bienvenido a nuestra locura particular -saludó ella, una vez informada.
Adalberht recibió en su corazón todo el cariño, la camaradería y el humor que desprendieron las palabras de Herta, y se enamoró de ella mucho más.
-Y ¿qué asuntos suyos son los que precisan de tu asistencia? -le preguntó el nuevo.
-Precisan de nuestra ayuda -corrigió Adalberht, esperando que el maleducado ratón entendiese que a quien pretendía incluir también era a Flora.
-¿Y bien? -insistió el obstinado tercero.
-La Duquesa la ha hecho traer a Palacio con el propósito de que Kasimir se sienta atraído por ella. Aún no sabemos realmente lo que pretende en última instancia; pero, por lo pronto, la quiere en el baile mañana, dispuesta a servirle de entretenimiento al nuevo Príncipe.
Detlef reflexionó sobre lo que acababa de escuchar.
-Lo que está claro es que esa mujer no se conforma con poco -fue su observación.
-¿No será una crítica lo que escuchan mis oídos? -saltó Flora.
-Lo es -le dijo él con calma, y dando a entender que comprendía perfectamente los motivos de la pregunta de Flora; lo que dejó a Adalberht con la impresión de que debía de haber una historia detrás de la animadversión actual.
Ella no quiso seguir hablando y regresó junto a Herta, que había contemplado la escena involuntariamente ajena.
-Herta ha decidido -explicó Adalberht- huir durante el baile.
Detlef, de nuevo, lo pensó bien antes de contestar.
-Sí. Es lo mejor.
-En tal caso, yo me iría con ella. -Esto iba dirigido principalmente a Flora, que, gracias a la aparición de Detlef, ya no se quedaría sola en su búsqueda de la solución al hechizo.
Flora sabía que su amigo estaba hablando ─y obraría─ impulsado por los sentimientos y no por un razonamiento concienzudo; pero no pudo por menos que entenderlo y disculpar su temerario apasionamiento. Ella también se había sentido así, una vez, y sabía lo impetuoso que podía llegar a ser un corazón enamorado. Poderoso hasta el punto de no dejar ver siquiera la ausencia de correspondencia.
Nada más se dijo sobre el asunto. Decidieron separarse y dedicar el resto de la tarde a explorar el palacio, sin saber muy bien qué buscar, pero atentos a cualquier información que alcanzase sus oídos, de unas u otras personas, y que pudiese serles de utilidad.
Por la noche, Flora se fue a dormir con Herta. Buscando su compañía y, también, la cercanía del lugar donde con más probabilidad se hallase la clave que necesitaba, aunque no hubiesen sido capaces de encontrarla todavía.
Era ya bastante tarde; sin embargo, la muchacha seguía despierta y demostró alivio al verla llegar. Flora no sabía que el alivio obedecía a la oportunidad de descargar pronto su conciencia.
-Quiero pedirte perdón -le dijo la joven-. He dejado que mi intención de sobrevivir anule los principios que deben… que quiero que rijan mi vida. Y mientras he estado obnubilada así, se me ha ocurrido que cuando eras humana, y como hija de la Duquesa, podías tener aquí en tu habitación dinero u objetos de valor, que he pretendido robar para llevármelos conmigo mañana.
Flora escuchaba atenta, no influida por sentimientos de ningún tipo que pudiesen afectar al aprecio que poco a poco había ido creciendo hacia Herta. Le parecía tan lejana, aunque no lo era, su vida como persona y, sobre todo, como hija de la Duquesa… No se había dado realmente cuenta hasta ahora de hasta qué punto todo lo ocurrido la había distanciado de su madre ─una madre ya distante de por sí. Las palabras de Herta no representaron más que un chaparrón de consciencia de la realidad de su desapego.
-La verdad es que lo que he descubierto en mi imperdonable registro (aparte de la lógica conclusión de que, cuando recuperes tu forma, este mismo robo, que en tu caso no lo sería, podría hacerte a ti igualmente falta) es que eres una chica bastante parca en lujos. No sé si por voluntad propia o por la de tu madre. Perdóname de nuevo. Pretendía disculparme por mis vergonzosas intenciones y acaba pareciendo que critico tu modestia. Pero no es así. No es así en absoluto. Pretendía ser un halago, te lo aseguro. Es igual. Si sigo, sólo voy a estropearlo más.