Otra casa de huéspedes y, de nuevo, fingir que Detlef y Flora eran marido y mujer para no levantar sospechas. Esta vez, Herta no tuvo que ser la hermana de Flora, sino que contó con su propio esposo ficticio: Adalberht. Por supuesto, fue éste quien se ocupó de explicarlo así en la recepción, pues Detlef no estaba de humor, ni siquiera para fingir su matrimonio con la joven.
Una vez fuera de la vista del personal, las féminas ocuparon su habitación y los hombres la suya.
Flora no había vuelto a hablar en la casi hora y media última de camino.
-He sido una inconsciente, Herta. Lo siento muchísimo. Os he puesto en peligro a todos con mi fanfarronada.
-¿De qué hablas?
-No debí presumir ante los Enbojup de haberles causado eso con las hierbas. Ahora querrán acusarme de bruja y vosotros os veréis envueltos.
A Herta no se le había ocurrido considerar lo que había pasado desde ese punto de vista.
-No creo que tengan ganas de complicarse la vida -le dijo para tranquilizarla-. Además, muy pronto nos iremos. En un par de días. Ya has oído a Adalberht. Puede que para entonces todavía estén retorciéndose por el suelo.
A la chica morena le habría gustado sonreír ante la broma de su amiga, pero su preocupación era verdadera.
-¿Piensas irte con él?
Herta la miró confusa.
-¡No! Quiero decir: ¡Todos nos iremos con él! Además, ¿Qué otra opción tendríamos ahora mismo?
-Herta, Adalberht te quiere. De una manera u otra conseguiréis que funcione y acabaréis estando juntos. Pero, yo… Bueno, ya has visto cómo me llevo con Detlef. Lo mejor sería que me fuera ahora, antes de que te arruine la vida a ti también.
-¡No seas tonta! Ha sido un momento de enfado en el que le habrías gritado a cualquiera que se te hubiera puesto por delante. Pero ¿qué ha pasado? ¡Nada! Detlef sigue con nosotros, igual que lo vas a hacer tú; y la cosa no es para tanto. Guardemos fuerzas y rabia para cuando haga falta de verdad. Como hace un rato, en la cabaña. Has estado estupenda.
-¿Tú crees?
-¡Desde luego! Me he sentido muy orgullosa de ti. Gracias por la parte de resarcimiento que me toca.
Flora ahora sí sonrió.
-Tal vez me he pasado.
-No, no, no, no. Ni hablar. Si sólo les has provocado dolores de barriga durante unos días, ya pueden dar gracias de que yo no tenga tus poderes.
Flora se rio.
-¿Qué habrías hecho?
-No lo sé, pero más suave, desde luego, no habría sido.
Flora contempló el techo, amarillento por la luz de las velas, desde la cama en la que estaba tumbada.
-¿Sabes lo peor? Que hacer esto, utilizar mis habilidades… mis aprendizajes, más bien… para vengarme no me hace muy distinta a mi madre. De hecho, me lleva a comprender un poco mejor sus acciones.
-¿Tu madre actúa por venganza?
La pregunta de Herta la obligó a mirar atrás y a intentar replantearse y analizar muchas cosas.
-En ocasiones sí.
-Pero no ahora. No contigo y con Adalberht. Ni con Detlef tampoco. Eso no fue venganza, que yo sepa; fue puro y simple interés.
-Sí, es cierto. Igual que tu encierro. Es verdad. No debería afectarme tanto lo que ha pasado hoy.
-Totalmente de acuerdo. Y sigue sacándole rendimiento a tu ciencia. Surgirá más de una ocasión en que nos vendrá muy bien.
-¿No escuchas ruido de caballos fuera? -añadió tras una pausa.
Se asomó a la ventana.
-Es un carruaje de pasajeros. Están entrando. Habrá mucha gente mañana en el desayuno.
Aunque ninguna de las dos lo dijo, ambas se acostaron más tranquilas tras haber comprobado que no se trataba de los mineros de Dwarf.
Cuando se despertaron por los golpes en la puerta, no sabían cuánto tiempo había pasado. Pero seguía siendo de noche y en la calle reinaba el silencio.
Herta se levantó y fue a abrir.
-Pregunta antes quién es -advirtió Flora.
-¿Quién es?
-Soy Adalberht.
Herta abrió y se lo encontró completamente vestido y calzado, como si no se hubiera ido a la cama aún.