Los ratones de la cocina

Capítulo 26

-Estoy desesperada. De no ser así, no habría vuelto a pedirte ayuda. Sé cuánto te molesto. Me lo has dejado muy claro con tu actitud; incluso con tus palabras. Pero no sé a quién más recurrir. Como comprenderás, no puedo andar preguntando a mis amistades si conocen la dirección de ese joven, o enseguida sabrán que Gloria se ha fugado con él.

Wilhelmina seguía cepillándose el pelo, de espaldas a su hermana, demostrando cuán poco compartía su preocupación.

-Es absurdo que te alteres de esa manera -se limitó a responder-. Los hijos no merecen tantos desvelos.

Cecilia caminó unos pasos para poder ver al menos el perfil de la Duquesa de Bosfor.

-¿Qué es lo que te ha pasado? Ninguna de las dos hemos sido nunca un ejemplo de amor incondicional, pero tú parece que hubieras perdido todo ápice de compasión o de sentimiento como madre.

La Duquesa se giró para mirarla de frente.

-No me permito debilidades que me alejen de mis objetivos.

-¿Ah, no? Y ¿cuáles son esos objetivos ahora? Tu hijo ha muerto, tu hija está desaparecida… o a saber qué has hecho con ella. Si tu objetivo es quedarte sola, desde luego lo estás consiguiendo.

Wilhelmina no pensaba dejarse enfadar tan fácilmente.

-Acabar sola no es algo por lo que haga falta esforzarse, como tú bien estás experimentando. Tu hija menor ya se ha marchado y la otra cualquier día lo hará. Ambas estaremos solas, pero, a diferencia de ti, mi soledad no será patética. Tendré todo lo que necesite y todo lo que quiera. Tendré, incluso, a quien quiera.

Cecilia sopesó unos momentos la situación. Decidió no desperdiciar energía.

-Está bien. Siempre has sido más lista que yo; lo admito. Sólo dime si sabes dónde vive la familia de ese chico y me iré por donde he venido.

Wilhelmina no conocía la dirección exacta, pero sí la ciudad y alguna otra indicación.

Como había prometido, Cecilia se marchó sin importunarla más.

Antes de girarse de nuevo hacia el tocador, la Duquesa contempló su última adquisición, que adornaba un rincón de su cuarto: una urna de cristal. Dentro de ella, una hermosa serpiente marrón se recuperaba lentamente de la enfermedad.

 

Adalberht no tuvo más remedio que separarse de Flora para encontrar lo único de la misión que sabría distinguir: una rana verde. Así que él se fue más cerca del pantano, mientras ella se iba adentrando demasiado entre la espesura de los árboles. No eran plantas raras las que buscaba y, como bien les había dicho, a modo de despedida, a los Enbojup (de lo cual se arrepentía), su bosque era un tesoro maravilloso de hierbas medicinales. Ya tenía todas las que necesitaba cuando uno de ellos le salió al paso: aquel de los hermanos que había tenido la suerte de recuperarse antes.

Se notaba, no obstante, que seguía un poco mareado y con el cuerpo angustioso aún.

-Vaya, vaya, vaya. Pero ¿qué tenemos aquí? -dijo agarrándola de un brazo.

-¡Suéltame!

-No -sonrió él-. No hasta que te lleve ante las autoridades. Les encantará saber que pueden encerrar a una bruja. Hacía tiempo que no teníamos a ninguna en la ciudad. Lástima que ya no las quememos.

-¡Suéltame, te digo!

-¡Suéltala!

-O si no, ¿qué? Ya no eres bienvenido aquí, Príncipe Adalberht -pronunció las dos últimas palabras con evidente sarcasmo.

-Has dicho bien. Kasimir ha muerto y vuelvo a ser el Príncipe. Por no mencionar que la mina jamás ha dejado de ser de mi propiedad. -Su adversario cambió el gesto de la cara-. Suéltala o daré la explotación de la mina a cualquiera menos a vosotros.

La amenaza funcionó y Flora se vio liberada de las garras de su apresador.

-Y olvídate -añadió Adalberht- de denunciarla, o cumpliré lo que digo… y cualquier otra cosa que haga falta.

-Está bien, está bien -dijo el hombre, reprimiendo con esfuerzo insultos y violencia-. Pero te acabará saliendo mal de todas formas. Nadie que se relaciona con brujas se libra.

-Eso será asunto mío en cualquier caso. Y ahora ¡márchate! ¡Y déjales claro a tus hermanos que ni una palabra!

El tono de Adalberht era firme. El Enbojup sabía que lo decía en serio. La mina ya no rendía como antes, pero aún podían confiar en que les solucionara el sustento, puede incluso holgadamente, el resto de su vida laboral. No podían arriesgarse a perderla; y menos por una asquerosa hechicera.



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En el texto hay: magia, misterio, amor

Editado: 26.08.2019

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