-¿Por qué tardará tanto?
La diligencia no iba a esperar mucho más y ya no habría otra hasta la tarde. Adalberht había vuelto a la recepción de la casa de huéspedes, tras ser avisado por uno de los mozos de que solicitaban allí su presencia. Flora ayudó a subir a Detlef al carruaje mientras Herta esperaba abajo el regreso de su esposo.
Había formulado en voz alta la pregunta, pero no lo suficiente como para que los demás la oyeran. Era, más bien, un pensamiento; la intuición de que algo había pasado que podría impedir su viaje. Finalmente, se habían decidido a ir a Palacio. Adalberht y Flora necesitaban saber qué había ocurrido de verdad con Kasimir ─sobre todo desde que la credibilidad de Oda, su fuente de información, había quedado en entredicho.
Lo cierto era que Herta y Detlef no compartían en absoluto esa urgencia; ni siquiera la curiosidad era tan fuerte como para que a ninguno de los dos les compensara volver. Pero, por supuesto, a ambos los movía el deseo de no convertirse en un obstáculo innecesario para la voluntad de sus seres queridos.
Herta no se equivocaba. Algo ─alguien, más bien─ estaba reteniendo a Adalberht en Sonlagarb más allá del momento fijado para marcharse. Pasó un rato, y los otros tres tuvieron que bajar las maletas de la diligencia y verla partir, para luego volver de nuevo al vestíbulo del que pensaban habían salido ya definitivamente.
Allí lo vieron, rodeado de un grupo de hombres en actitud, tal vez, hostil, aunque no estaba claro. Por supuesto, quienes primero les vinieron a la cabeza fueron los hermanos Enbojup; pero no se trataba de ellos.
Detlef fue el primero en acercarse.
A unos metros de distancia, las dos muchachas observaron la escena. Para sorpresa de ambas, varios de aquellos hombres parecían conocerlo. Adalberht también demostró sorprenderse al descubrirlo, aunque una profunda preocupación era lo que primaba en su expresión.
No pasó mucho rato. Adalberht se sentía incómodo habiendo dejado sola y desinformada a Herta. No tardó en salir al encuentro de ella y de Flora, mientras Detlef permanecía reunido junto al mostrador de recepción.
-¿Problemas? -le preguntó su mujer.
-Mucho más graves de lo que yo habría imaginado. Aun así, visto lo visto, creo que todavía debemos dar gracias de cómo están las cosas.
-Si no te explicas mejor…
-Son los representantes de un grupo… bastante numeroso, según parece… que pretende rebelarse contra el Rey.
-¿Contra cuál? -preguntó Flora, con un deje de ironía.
-Contra el que sea -respondió él entendiéndola-. Llevan mucho tiempo organizados y planeándolo.
-Y ¿te lo cuentan a ti? -dijo Flora, ahora con suspicacia.
-Saben de mi postura. Saben toda mi historia. No buscan provocar un derramamiento de sangre, pero sí conseguir su propósito. Quieren saber mi opinión y si estoy dispuesto a ayudarles.
-¿Lo estás? -inquirió Herta preocupada.
-Sí, hasta cierto punto. Mientras su causa me siga pareciendo justa y mientras mi función no pase de eso: mera asistencia.
-Te involucrarás en su lucha -dedujo Herta, poco a poco convenciéndose de que su recién hallada felicidad tenía los días contados.
-¡No! -respondió Adalberht, como si fuera una orden hacia sí mismo-. Simplemente me siento obligado a colaborar con el milagro que me parece que es que estas personas deseen evitar muertes. Sé de muchas revoluciones campesinas en otros lugares, en otros reinos, que no han partido de este principio; y sé cómo han acabado. En cierto modo, me siento hasta orgulloso de que aquí las cosas puedan hacerse de otra manera.
-Confías demasiado en la buena voluntad de la gente -afirmó Flora-. Es tu mayor defecto.
Los otros dos la miraron, pero ninguno dijo nada. Flora centró ahora su atención en Detlef y en la confianza que parecía tener con aquellos desconocidos.
-¿Cómo han sabido dónde encontrarte? -le preguntó a Adalberht.
-Los hermanos Enbojup los informaron.
-¿Los hermanos…? -Herta no podía ni pronunciar su nombre. Esto la hizo sentirse más asustada aún.
-Cualesquiera que fueran las intenciones de los informadores -la intentó tranquilizar su marido-, no ha modificado el hecho de que estos hombres no pretendiesen otra cosa que hablar conmigo… pacíficamente -enfatizó.
Detlef llegó, entonces, a ellos.