A pesar de su aturdimiento, Flora reaccionó con cierta sorpresa cuando Herta la agarró de la muñeca al salir del palacio.
-Tenemos que irnos -le susurró.
Flora la siguió de buena gana. Herta y Adalberht eran los únicos seres en el mundo con los que podría soportar estar… con los que quería estar.
De repente abrió los ojos y se vio en un carro conducido por Adalberht. Herta dormía apoyada en su hombro.
Sabía que si se esforzaba un poquito recordaría cómo habían acabado allí. Tal vez lo hiciera más tarde. De momento, prefería seguir en esa burbuja, en ese mar de agua caliente, salada, aislante, en el que nadaba (por propia voluntad, seguramente) desde hacía unos días. Desde aquel día.
Desde entonces, sabía que habían caminado, dormido sobre la tierra, en una cueva, quizás; sabía que sus amigos le habían explicado algo sobre haber sido descubiertos utilizando la magia, sobre Detlef habiendo sido visto cuando…
Detlef. En cuanto fue nombrado se negó a oír el resto de las explicaciones. Algún día, pronto, pediría a Adalberht y a Herta que le explicasen de nuevo por qué habían tenido que salir corriendo del palacio aquel día. Qué había pasado con la revuelta de los campesinos…
Algún día querría saberlo. Eso y, probablemente, muchas otras cosas. Algún día ella también les daría todas las explicaciones que, a su vez, les debía a ellos. Pero hoy no.
Hoy no.
Copyright©2015 Monica Euen