Capítulo 13: Humo.
*Jonathan*
¿Qué acaba de pasar?
Como puedo me las arreglo para salir del cúmulo de personas, tropezando con varios en el camino por lo mareado que estoy. Ahogar mis penas en alcohol había sido una pésima idea.
Puedo oír los latidos de mi corazón por la tremenda impresión que me acabo de llevar, siento como si hubiese visto al anticristo.
Pero fue algo peor.
Al llegar a la fiesta decidí que me la pasaría en grande, que no me preocuparía por tomar demás y bailar con cuanta belleza se me atravesase.
Y entonces la vi.
Una linda rubia de cabello corto con un vestido dorado que se ceñía a su fino cuerpo, bailaba sensualmente en medio de la pista. Era imposible no embobarse con sus movimientos, de hecho, me atrevo a decir que varios chicos quedaron anonadados con la belleza que desprendía, pero ninguno se atrevía a acercarse.
¿Y adivinen quién lo hizo?
Sí, yo.
Me pegué a su espalda y agarrándola de la cintura, tratando de seguir sus pasos. Obviamente que mi amigo reaccionó ante el contacto con su trasero y al parecer a ella no le molestó, continuamos bailando hasta que la curiosidad por saber quién era abarcó todos mis pensamientos.
Al voltearla y unir su mano con la mía, no pasé por alto aquella sensación al tocarnos, fue como una pequeña corriente que se sintió... bien.
Listo, no podía más. Tenía que saber de quien se trataba y vaya sorpresa que me llevé al quitarle el antifaz.
Alya.
Instintivamente retrocedí, no podía creer que era ella y sobre todo ¡Me hizo tener una erección! Pude ver el desconcierto en su rostro por mi reacción y le devolví el antifaz como si este quemara. No podía saber que yo había sido su pareja de baile por lo que salí de la pista lo más rápido posible.
A paso torpe, me las apaño para llegar hasta la cocina. La entrada de esta tiene atravesada una de esas cintas policiales que dicen "No pasar", me cercioro de que nadie me vea y paso por debajo de la cinta. Necesito un poco de agua para espabilar, ya que lo único que hay afuera es alcohol y más alcohol.
Abro la nevera como si fuera dueño de casa. Me reprocho mentalmente porque esto es muy irrespetuoso de mi parte, pero necesito tomar agua. Saco la jarra y tomo uno de los vasos que hay en el mesón, vertiendo el líquido en este último. Dejo la jarra para luego apoyarme en uno de los mesones, me saco la máscara y disfruto del agua como si no la hubiese tomado en días.
Me permito detallar la cocina y es muy elegante, demasiado. De seguro los padres de Alya y los gemelos deben tener mucho dinero pues, esta casa es una mansión. Poso mi vista en la ventana que da hacia el patio, permitiéndome admirar lo bella que está la noche y...
Agarro el vaso con mayor fuerza al sentir que se me resbala de las manos, parpadeó repetidas veces cerciorándome de que lo que estoy viendo es real y no una alucinación por los efectos del alcohol.
Una lápida.
Hay una jodida lápida en medio del patio y lápida significa tumba, tumba significa muerto y esto se resume a que hay un muerto enterrado en el patio de la casa de la chica que me ha dejado una erección.
Vuelvo a parpadear repetidas veces para asegurarme de que no es una alucinación, pero nada. La lápida no desaparece.
Me froto ambos ojos con una mano y nada, esa cosa sigue ahí. Decido dar un paso hacia adelante para acercarme a la ventana y me detengo de inmediato cuando siento que alguien palmea mi hombro con demasiada fuerza.
Pego un brinquito por el susto, la borrachera parece haber desaparecido por arte de magia, dando paso al miedo por ser descubierto dentro de la cocina.
Volteo lentamente encontrándome con un hombre un tanto mayor, su cabello rubio resalta de entre la oscuridad y aunque no puedo ver muy bien su rostro, creo saber quién es.
El padre de Alya y los gemelos.
Genial, lo que me faltaba.
—No sé si tus ojos sufren algún tipo de discapacidad, pero creo que la franja en la entrada es bastante clara —sí, definitivamente es el padre de Alya.
Tardo unos segundos en responderle porque este hombre te hace sentir chiquito sin pretenderlo, su presencia te inspira autoridad y prepotencia.
—Eh... yo lo... siento... solo quería un vaso de agua —tartamudeo y sonríe socarrón. Parece que a esta gente le encanta burlarse de las personas.
—Podías pedírselo a uno de los meseros —explica como si fuese lo más obvio del mundo.
Tiene razón.
—De verdad, lo lamento... —no termino la oración pues algo bastante inusual empieza a ocurrir dentro de la cocina.
El humo artificial empieza a ocupar hasta el último rincón de esta y ambos empezamos a toser por lo molesto que es. El señor Sallow agita su mano frente a su rostro tratando de despejar del humo, pero es imposible, hay demasiado.
—Mierda, están aquí —lo escucho mascullar y sin esperarlo, me toma del brazo con demasiada fuerza para sacarme de la cocina junto a él. Medio alcanzo a dejar el vaso sobre uno de los mesones y cuando llegamos a la pista, no se puede ver absolutamente nada pues el humo ha opacado todo el lugar.
—Mira muchacho, tienes que salir de la casa, ¡ya! —no tiene que pedirlo dos veces pues enseguida emprendo la caminata hacia la puerta principal.
En el trayecto se puede escuchar como todos tosen por el excesivo humo y también como anuncian algo por micrófono.
—Chicos, por favor, agradecería que se dirijan hacia la salida. Estamos teniendo unos pequeños inconvenientes con las máquinas de humo —dice Deneb para luego toser repetidas veces.
Así, todos los invitados van saliendo poco a poco de la mansión. Al recibir el aire fresco, mis pulmones me lo agradecen, ese humo nos estaba asfixiando a todos allí adentro.