Capítulo 32: "Te amo".
[18 de marzo del 2016, viernes]
*Alya*
Detesto sonreír, pero el que a Alhena le den el alta es una buena razón para hacerlo. El doctor nos habla sobre las precauciones que debe tomar, como no realizar movimientos bruscos y seguir manteniendo reposo; le entrega la mediación a Joe y esperamos a que salga de la habitación.
—¡Que no quiero la maldita silla de ruedas! ¡No soy una inválida! —los gritos de mi hermana se escuchan hasta afuera y Adhara ahoga una carcajada con su mano.
La vemos salir de la habitación a paso lento y nos regala una sonrisa antes de engancharse al brazo de su esposo. Mamá y papá se acercan a llenarle la cara de besos, pero Adhara les reprende por ser demasiado bruscos.
Deimos le regala un intento de sonrisa y Deneb le recalca lo terrible que se ve al haber pasado tantos días en el hospital. Nos dirigimos hacia el ascensor, parece que tienen una pelea por quien habla más pues, no dejan de parlotear y eso me aturde.
Reviso la hora en mi celular, faltan quince minutos para las ocho. Bien, al menos no llegaré tarde a clases. Salimos del hospital y llegamos hasta el estacionamiento. Mamá, papá y Adhara se van en el Ferrari; Joe y Alhena se montan en su auto. Ocupo el asiento del copiloto en la Bugatti de Deimos que emprende camino a la universidad con Deneb siguiéndonos detrás.
Al llegar, Jade me recibe con un efusivo abrazo. Mientras caminamos hacia nuestra primera clase, me relata todo lo que ha hecho desde que nos despedimos ayer, son cosas sencillas, pero me gusta la emoción con la que se expresa. A veces quisiera ver el mundo con sus ojos, de seguro ella ve un paraíso; y yo soy el demonio afortunado que recibe un poco de su luz.
Las horas pasan, ahora sí presto atención a las clases. Me siento tranquila, pero no del todo. No mientras la FDIS siga aquí.
Deneb logró encontrarlos. Improvisaron un campamento a las afueras del pueblo, sin embargo, no sabemos si es el momento adecuado para atacar.
Cuando veo a Jonathan, ya no tengo tantas ganas de ahorcarlo hasta que deje de respirar. Ese es un buen paso.
El almuerzo se me daña -otra vez- al ver a la misma chica coquetear con Jonathan. Si no entiende lo que es el espacio personal, debería darle unas clases.
Al parecer el idiota siente el peso de mi mirada y se voltea regalándome una sonrisa.
Imbécil, ¿Por qué tiene que ser tan lindo?
Ruedo los ojos y eso lo desconcierta. Prefiero revisar mi teléfono, no soy tan masoquista como para seguir viendo tremenda asquerosidad.
El almuerzo termina y celebro internamente. Acompaño a Jade hasta el salón en donde le toca, estoy por ir al mío, pero me toman del brazo y volteo encontrándome con ojos azules.
—¿Por qué hiciste esa cara? —cuestiona cruzándose de brazos.
—¿Qué cara?
—Esta —hace una mueca horrible y frunzo el entrecejo un tanto molesta.
—Yo no hice ninguna cara.
—Sí y es la cara que haces cuando algo te molesta, ¿Hice algo que te molestara? —¿En serio me está preguntando eso?
—No sé, pregúntale a tu amiguita que se la pasa toqueteándote —suelta una risita como si le hubiese contado algún chiste. Pues a mi no me causa ni un poco de gracia.
—¿Estás celosa?
—Sí.
—Bien, le diré que deje de coquetear porque hay una rubia —se acerca y envuelve sus brazos en mi cintura—, que se pone muy celosa y no quiero eso.
—Más te vale —mascullo. Me aparto, obligándolo a deshacer el agarre—. Debo ir a clases.
—Nos vemos —se despide dejando un sonoro beso en mi mejilla.
Me encamino hacia el salón con una sonrisa boba en los labios. No sé si estoy haciendo bien al perdonar a Jonathan, pero de algo estoy muy segura, no volverá a hacerme la misma dos veces.
Las clases transcurren con normalidad. La jornada termina y Jade me está esperando en la entrada con su típica sonrisa. Salimos del edificio de la facultad, hacia la parada de buses donde me despido de mi mejor amiga.
A paso lento me dirijo al estacionamiento, siento mi teléfono vibrar en el bolsillo trasero de mi pantalón y eso me detiene. Lo saco viendo que se trata de un número privado, es un mensaje.
Segunda advertencia.
Es lo único que dice.
Y entonces sucede.
Varios disparos se oyen a los lejos, pero son opacados por los gritos de los estudiantes. Volteo creyendo que vienen hacia mí, pues no lo hacen.
Dejo el teléfono caer, mi respiración se vuelve irregular, todo me da vueltas y no sé cómo hago para que mis piernas se muevan hacia la parada de buses. Ya no camino, ahora corro en cuanto veo como la gente se amontona y empiezan a soltar gritos desgarradores.
Me abro paso entre los estudiantes con desesperación. Observo lo que todos ven y por un momento creo que se trata de una alucinación, una mala jugada de mi cerebro. Suelta un grito desgarrador mientras se retuerce y eso me hace reaccionar.
El mundo se me derrumba, caigo de rodillas en el pavimento viendo como mi mejor amiga se desangra por dos impactos de bala.
Gateo hasta ella y me las arreglo para ubicar su espalda sobre mi regazo. Mis lágrimas caen sobre su rostro, sus quejidos se sienten como mil dagas al corazón; acaricio su mejilla con la mano temblorosa, como si el tacto pudiera sanarla.
Es como una jodida pesadilla. Todo lo que siempre quise evitar está pasando, se las están cobrando con la gente que nos importa.
Aún no pierde la conciencia y eso me da esperanzas. Hago presión en la herida del abdomen, intentando inútilmente detener el sangrado.
—Tienes que aguantar, ¿me oyes?, eres fuerte y puedes con esto —mi voz sale gangosa por el llanto. Intenta decirme algo, pero el dolor le puede más y no deja de soltar quejidos.