Me desperté cinco minutos antes de que mi despertador sonara.
—Debería descansar. Estos últimos días han sido una locura— Zeus apareció flotando sobre mi cabeza mientras me daba palmaditas en la cabeza.
—No te preocupes, Zeus, estoy bien, además… Estoy bastante tranquila. Estoy en casa, al fin y al cabo— Le dije esbozando una gran sonrisa. No me sentía para nada agotada estando en mi casa.
No pude evitar mirar mi habitación de nuevo. Ayer que llegue no pude evitar hacer lo mismo, mirar mi habitación como si todo fuera nuevo, la mesita de noche con los cajones llenos de ropa, mi escritorio con mi computadora, mi ropero grande, mi pequeño mueble donde tenía mis productos de limpieza y un espejo. El mismo era muy glamuroso pero mamá insistió como mi regalo por haber ingresado a la Academia de Fos y lo más importante: Mi lámpara en el techo en forma de luna.
—Algún día…
—Claro que sí, mi señora— Me dijo Zeus mirando también hacia la lámpara.
—Bueno, comencemos el día— Golpee mis brazos con energía.
Me quite mi pijama y me coloque mi uniforme para el restaurante: Unos pantalones de mezclilla, una playera negra y sobre estas ropas mi delantal aunque… Creo que me quedaba un poco pequeño.
—Creciste— Aseguro Zeus.
—Imposible, no pudo pasar en solo cuatro meses…
Baje dando pequeños saltos hasta llegar a la cocina.
—Buenos días, Artemisa— Saludo mi mamá vistiendo ropas similares a las mías, aunque ya estaba manchada de harina y de algunas manchas de chocolate ¿O quizá era chile? No lo sabía pues los aromas se mezclaban— ¿No quieres seguir descansado? No necesitas ayudarme hoy.
—Me gusta ayudarte así que no te preocupes— Le dije esbozando una sonrisa.
—Bueno, entonces ayúdame a adornar las madalenas, por favor— Me acerco la manga pastelera.
—Así será— Le dije con una gran sonrisa.
Me pase casi toda la mañana adornando la comida y preparando los aderezos para las comidas pesadas. También pude cortar las verduras y las frutas y cocinar algunos panes sencillos, aunque la parte de la masa la hizo mi mamá. Yo solo vigile el horno, al menos esta vez.
Abrimos a la hora de siempre, a las diez y nos preparamos para recibir a los comensales.
— ¡Artemisa! ¡Que gusto verte! ¿Cómo te ha ido?— Preguntó el Tío Sam cuando entro a la tienda con la energía de siempre. Él era dueño de un pequeño local de libros en la esquina contraria. Un viejito agradable, con arrugas pero que nunca dejaba de sonreír, además de ya ser calvo.
—Muy bien, tío ¿Y a usted?— Le serví lo de siempre. Un café mediano y una madalena.
—Ah, querida, ya no tomo la madalena, con un cuernito sin relleno está bien, son deliciosas pero es demasiada azúcar para mi edad— Admitió mi tío mirándome con vergüenza.
—Debí preguntarle, lo siento.
—No te preocupes, me he sentido solo sin nadie con quien hablar así que me alegra verte ¿Cómo te ha ido?— Preguntó el hombre.
—Creo que me ha ido bien…
— ¿Ya tienes amigos? La gente de las altas esferas suelen ser…
—No se preocupe, no todos son así…
—Qué alivio, eres tan buena que casi temía que te maltrataran.
—No se preocupe, he encontrado un grupo muy amable y creo que si podría considerarlas mis amigas.
—Me alegra mucho— Me dijo el hombre.
—A mí también.
Cuando el día termino, no pudo evitar recargarme en la barra a mirar el lugar vacío con cierta añoranza.
— ¿Qué pasa ahora?— Me pregunto mi mamá.
—Solo estaba pensando en que… Creo que las cosas si cambian en poco tiempo— Me gire para verla— No quería entrar a la escuela pero ahora no me molesta y…
—Creciste— Mi mamá toco el borde de mi babero.
—Parece que sí— ¿Pero eso era bueno o malo?
—Las cosas siempre cambian pero ¿Tú cambiaras con ellas? Eso tendrás que verlo tú ¿No? No te preocupes, siempre es mejor que las cosas cambien a que no lo hagan— Me dio un beso en la mejilla— Debo tomarte las medidas para hacerte otro babero.
— ¿De verdad?
—No es la única parte en la creciste ¿O sí?
Me sonroje y termine asintiendo. El pecho me apretaba un poco.