Los secretos de La Colmena

Taguató Ruvichá

Nos habíamos escapado del castillo, necesitábamos estar juntos y lejos de todos.

Hace días que no nos damos tiempo de alimentarnos uno del otro, así que cuando ambos estamos en la penumbra, tomó a Iracema entre mis brazos y la beso con locura, no me contengo, no quiero, yo solo quiero sentirla, y estoy seguro que ella me quiere sentir a mi.

La aprieto contra mi, y eso hace que suelte un suave gemido, minúsculo, pero el suficiente para activar todo mi cuerpo. Ella me lleva más a su cuerpo, mete sus dedos bajo mi remera, y por impulso me la quita, ya no pienso, solo actúo bajo el calor de mi cuerpo, sus manos recorren mi espalda, mientras mis labios su cuello. Con ese acto la levanto, rodea ni cintura con sus piernas y termino apoyándola sobre una roca.

Intento separarme de ella, pero en esa fracción de segundo, sus labios ya estaban en mi cuello, mi piel se eriza, y definitivamente siento la necesidad de adorarla y venerarla por el placer que causa en mi.

Mis manos no se quedan quitas en ella, recorro su cintura, en lo que vuelvo a besarla, bordeo sus pechos y vuelvo a escuchar su suspiro intenso. Me atrevo a ir un poco más y meto mis manos bajo su blusa, su piel es tan tersa que me enloquece sentirla así.

Ella me aprieta más con sus piernas a ella, y el deseo de deshacerme de la tela que nos separa va creciendo. Subo mis manos hasta la tela de su top, en lo que dejó besos en su clavícula.

Me separo y esta vez ella me permite alejarme, pero porque ella se quita la blusa, la miro deleitándome de su cuerpo. Mi corazón galopa con fuerza en medio de pecho y cuando voy a ir de nuevo a atacar su piel, ella coloca su mano sobre la cremallera del top. El aire se me hizo insuficiente, ni en mi sueños más vividos, hubiera imaginado a Iracema tan sensual en un simple gesto.

—¡Me vas a matar! —dije apenas y con el aire cortado —. ¿Pero estás segura, amor?

—Sí... es la idea, matarte, poco a poco, que estés loco por mi, y no vuelvas a querer estar con otra.

—No quiero estar con otra... —digo yendo de nuevo hasta ella poniendo mi mano sobre la suya e intentando pensar con la cabeza correcta —. Te quiero solo a ti. Mi Iracema.

Pasé mi dedo sobre su collar, el que le había regalado por su cumpleaños, recordando que vuelve a acercarse.

—Pero, estás segura de querer jugar, a... ¿más calor? Digo, ufff, quiero, solo que tengo miedo a que...

—¿Me arrepienta? ¡Jamás! Luriel, todo lo quiero contigo, y esto más.

—¡Mierda! Me lo estas poniendo difícil —me relamo los labios y vuelvo a besar su cuello, esta vez pasando mi lengua por su piel.

Aún con mi mano sobre la cremallera de su top, ambos comenzamos a bajarla, sin embargo, la burbuja reventó.

—Cario... —la voz de Araresá retumbó en los cielos —. Sea donde sea que te hayas metido, necesitamos de ti, en el castillo.

Apoyo mi frente contra la de Iracema, vuelvo a besarla y me coloco la remera con rapidez. Ella hace lo mismo, con la cara cargada de decepción.

—Araresá y su capacidad de arruinar momentos —se queja —. Es como si supiera que estamos juntos.

—Estoy seguro que sabe que estamos juntos, Ira, pero no creo que nos interrumpa por interrumpir.

—Mmmm

—¿Celosa mi amor? —digo sonriendo y rodeándola de nuevo con mis brazos.

—Un poco —confiesa y eso hace que muera de amor —. Pero ya, vamos, seguro tienes razón y es algo importante.

—Bien, vamos.

Cruzamos el sendero de la mano, hasta que llegamos frente al castillo, lugar en el que tuvimos que soltarnos antes de ingresar.

Cuando atravesamos el pasillo, vimos a Araresa y su madre, Gaia, ambas estaban sentadas en sus tronos, a lado de los pies de la bruja argentum estaba el Taguató ruvichá observándome fijamente.  Mi sentido de alerta se hizo presente al ver lo, Araresá ladea la cabeza y sonríe.

—Tienes un poco de gloss en el cuello Luriel. 

Ella sonríe, en lo que yo paso mi mano en el cuello para ver si logro limpiarlo, Ira solo se muerde los labios, no sabe si reír o ponerse sería.

—Luriel, enviaste al espíritu del Taguató Ruvichá que vigile a tus amigos —pregunta la reina Gaia, y me pongo firme de una.

—Sí, reina, lamento si eso infringio algo...

—La verdad, no, al contrario, nos acabamos de dar cuenta, gracias a eso... que están atacando a un Ario, y no podemos quedarnos con los brazos cruzados.

Araresá gira su rostro hacia su madre, luce sorprendida por la declaración de la reina, por lo que supongo que ella no dijo una sola cosa, hasta que nosotros llegamos aquí.

Iracema y yo nos miramos, intento respirar, y tratar de pensar claro, se supone que soy un estratega de batalla, que yo puedo controlar mis emociones, o al menos para eso me entrenan.

—Perdón —digo apretando mis manos en puños —, pero debo ir a la ciudad, yo sé que ustedes no quieren que yo salga...

—Al contrario Luriel, esta vez, irán, tú y Araresá —responde Gaia.

—¿Y yo? —Iracema eleva su voz —. Yo también soy útil en el campo de batalla, ni reina, y si uno de los míos corre peligro.

—No cabe dudas, princesa guerrera, pero no, en esta ocasión, no es seguro que tu vayas, porque los que atacan, no son mata abejas, son otros enemigos, unos, que nos tienen odio y créeme, te quieren destruir a ti, porque saben que puedes alcanzar el poder de las estrellas. No nos vamos a arriesgar, suficiente tenemos con el par de abejas perdidas.

—¿Quienes están perdidos? —pregunto mirando al ave.

—Juanjo y Zunú —contesta la reina.

—¡Mierda! —mi respiración está agitada, ahora solo quiero salir de aquí e ir por mi mejor amigo y mi mentor.

—Luri... —me llama Iracema y agarra mi rostro —. Los vas a encontrar y salvar, lo sé, solo tranquilízate.

Intento concentrarme en las palabras de Ira, pero estoy tan enojado, que solo quiero llegar junto a las abejas e ir a hacer pagar a quien haya hecho esto.

—Bien... —dice Araresá y se acerca a mi —: ¡Vamos muñeco! Hay mucho por hacer.



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En el texto hay: amor, magia, guerra

Editado: 14.06.2021

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