Mercado negro - Sur de Tessia.
El lugar más deplorable de todo el imperio siempre ha sido el mercado negro, desde sus cinco años, Cédric Pheriam se ha visto obligado a visitar esos oscuros terrenos por órdenes de su padre, no tenía más opción de estar donde él estaba. Bares, callejones oscuros, burdeles; cada uno de ellos eran vigilados por un solo hombre en toda Tessia: Raphael Pheriam. Siendo este hombre quien administra todo, cada mes debe visitarlo para hacer esa recolección infernal de impuestos.
El número de monedas de oro que las personas debían entregar estaba fuera de sus manos, y no había manera de negarse porque serian severamente castigados. Cédric veía todo eso, y por orden y palabra de su padre debía aprender sus labores para el futuro.
Tanta tiranía, sin tener la más mínima esperanza de crear un cambio, porque todo esto estaba aprobado por el actual emperador del imperio Hember. Raphael Pheriam y Samuel Frismathia se conocen desde hace años, y ambos tienen la misma mente retorcida, por esa razón es que la presencia del mercado negro no es un secreto en el reino, y mucho menos una ilegalidad, pero a diferencia de lo que esos hombres puedan pensar, la mentalidad de Cédric era muy diferente, todo lo contrario a su padre más bien.
—¡Maldito mocoso, obedece lo que te digo!
Los pasos de Cédric se detuvieron ante tales gritos. Lo que ocurría no era nada fuera de lo normal en el mercado negro, la venta de esclavos era algo que se veía todos los días, pero había algo en aquel niño que atrajo la atención de Cédric, aunque no entendía si se debía a lo joven que era como para ser un esclavo, o porque simplemente no hace ninguna expresión por más que lo golpeen; uniendo todo eso, quizás todo se deba al vacío que nota en sus ojos, aquel niño no siente nada.
—Cédric, ¿qué estás haciendo? No quiero que te quedes atrás, apresúrate —exclamó Raphael mientras jaloneaba a Cédric, pero este se veía tan concentrado en el niño que hasta a su padre le llamó la atención—. ¿Qué pasa? ¿Lo quieres?
Cédric no dijo nada, pero luego de unos segundos finalmente se soltó del agarre de su padre y se acercó al muchacho de cabellera completamente oscura y ojos grises como el mercurio, podía escuchar el chasquido de lengua de su padre, pero esa era la menor de sus preocupaciones.
—... ¿cuál es tu nombre, niño? —preguntó, pero no obtuvo respuesta.
En los cuatro años que tiene de existencia y desde que tiene uso de la razón, nunca le ha pedido nada a su padre, porque este siempre le dice que cada favor tiene un precio, y siempre se ha negado a estar en alguna clase de deuda con él, pero en este momento algo en su cabeza gritaba que en esta ocasión debía correr todos los riesgos por este niño. Cédric miró con ojos decididos a su progenitor antes de señalar a aquel niño.
—Lo quiero a él —soltó de golpe, sorprendiendo tanto a su padre como al hombre que parecía ser el dueño del niño—. Quiero que este niño venga con nosotros, padre;
Raphael aún se mostraba reacio ante la exigencia de su hijo, pero para la suerte de Cédric, este no le tomó mucha importancia a lo que deseaba; podía saber lo que pensaba con sólo ver su rostro: Ante los ojos de Raphael, Cédric no estaba haciendo nada más que adoptar una mascota sumisa y completamente inofensiva. Habían pasado anteriormente por esa zona a cobrar el impuesto, pero en ese momento el muchacho no estaba a la vista de nadie; la bolsa de monedas cayó a los pies del desconocido.
Raphael no sabía que Cédric traía consigo su propio dinero, había escuchado por boca de los sirvientes que de alguna manera planeaba cosas, pero nunca lo tomó en serio. En fin, no le tomará importancia, ya que sólo se trataba de un niño ignorante, ese era el claro pensamiento de Raphael hacia su propio hijo.
—Estás libre de los impuestos del próximo mes, ahora dame a ese niño.
Las órdenes del duque eran absolutas, por lo que no hubo tardanza alguno en que las cadenas de aquel niño fueran liberadas. El joven azabache levantó la mirada por primera vez, y no podría saber si la luz que veía en ese momento junto al otro niño era real o un producto de su imaginación, pero lo que sí era real es aquella sonrisa y la mano que le extendía.
—Mi nombre es Cédric, ¿a ti te llaman de alguna manera?
—... ah... —de verdad intentó hablar, pero sentía la garganta seca.
—Tranquilo... ten, bebe esto —dijo mientras le entregaba un recipiente que contenía agua, sonrió al ver la desconfianza en sus ojos—. No te preocupes, eso no tiene nada que pueda hacerte daño.
Definitivamente no había manera de saber por qué sentía que aquel niño pelirrojo desprendía un aura que lo hacía sentir más liviano, por esto fue que comenzó a beber y beber de aqueñ recipiente hasta saciarse; la desesperación por sentir la frescura en su boca provocaba que incluso se derramara por los extremos de sus labios. Cuando fue capaz de ponerse de pie y tuvo al niño pelirrojo en frente, sus ojos volvieron a iluminarse.
—Mi nombre es... N-Noah... —respondió con algo de esfuerzo, pudiendo presenciar la sonrisa de Cédric.
—... mucho gusto, Noah... ahora estarás a mi lado en todo momento.
—¿Eh?
Todo tenía un inicio. Noah no lo sabía, pero el mayor deseo de Cédric empezaba con el recibimiento del pelinegro a la vida del hijo del duque.