Los secretos de la esclava

3. Un hermoso nombre

 

Ahora se encontraba caminando por un largo pasillo, y fue inevitable que su mente creara todo tipo de pensamientos que la terminarían llenando de pánico, pero al recordar la forma en que aquel hombre la habló, y la manera gentil de decirle que estaba a salvo de alguna manera daba pelea contra los malos presentimientos. Le costaba mucho confiar, pero... pero su mirada, sus ojos dorados como puesta de sol no tenían ni mentira ni malicia en ellos. 

Debido a que lo único que había conocido era maldad y tristeza y desolación de las personas que la rodeaban, era una sorpresa que en ese hombre fuera la primera vez que veía un brillo distinto en la mirada. No había malicia, ni mentiras, ni engaños. Él era transparente y claro como el agua de un manantial... pero, de nuevo, la desconfianza no se iba porque ella nunca había lidiado con la amabilidad antes. ¿Cómo podía creer? Pero también, ¿cómo podría no obedecerlo?

Fue por eso que dejó que esa gente se la llevara sin poder decir una palabra. Después de pasar por varios pasillos que parecían infinitos, finalmente la hicieron pasar a una habitación, y luego a otra habitación dentro de esa dónde había una tina que dos chicas comenzaron a llenar. La otra, que se había quedado con ella, le sonrió cuando se quitó la capa ayudada por ella.

—¿Verdad que sí? ¡Es preciosa también! El señor tiene razón, todos esos adornos que le pusieron son de mal gusto, no lucen en ella— exclamó otra de la que llenaban la tina, acercándose—. Vamos, le quitaremos todo eso de encima y le ayudaremos a darse un baño, señorita. ¿Le parece bien? 

¿Por qué querían hacer todo eso? ¿Por qué le decían esas cosas? ¿Por qué... la trataban como si fuera una señorita de alto estatus Movió la cabeza y debió ser lo contrario a lo que quería decir, porque las mujeres terminaron de quitarle los accesorios y procedieron a quitarle el vestido. Antes, cuando había sido vendida por otros empleadores, siempre hacían eso mismo... pero en un sótano oscuro, sin luz, con agua bastante fría y sin quitarle los harapos que siempre vestía. Esta vez ellas, sin decir nada acerca de sus cicatrices, la ayudaron a entrar a la tina, comenzando a enjuagarla y ayudarla a enjabonarse.

Estaba temblando, pero ellas amablemente no lo mencionaron mientras terminaban y ella se dejaba hacer. La hicieron salir del agua y luego, con unas telas muy suaves y tersas le secaron el cuerpo y el cabello sin que ella hiciera más que dejarlas proceder.

—Creo que el señor tendrá que comprarle prendas de ropa, por el momento la señora Eleanor nos envió uno de sus vestidos — dijo una de ellas, llevando consigo un ligero vestido rosado que era más elegante de lo que jamás había vestido.

Este tenía delicadas mariposas adornando los hombros, mientras las mangas eran de tul transparente del mismo que recubría la falda. Podía notar que brillaba, y sintió unas ganas absurdas de negarse a vestirlo que sólo el hecho de que no podía hablar evitó.

Se sentía indigna, sentada en aquella silla mientras era vestida y cepillaba su cabello. Lo sintió aún más cuando le pusieron zapatos cuando rara vez los usaba, y sus lágrimas cayeron en silencio por su rostro cuando ellas le dijeron que ya estaba lista.

Las mujeres vieron sus lágrimas con rostros preocupados, una de ellas dudó un poco antes de acercarse con la intención de preguntar si estaba bien, pero su compañera la detuvo, porque si lo pensaban un poco... debería de resultar muy impactante poder vestir de aquella manera, teniendo en cuenta el lugar del cual la habían sacado, y de la mano iban todos los años en los que no tuvo cerca ni una tela limpia rozando su piel. Al final, las sirvientas optaron por retirarse de la habitación, dejando a la muchacha con un montón de pensamientos que estaban lejos de la calma y felicidad.

Toda esa ropa, toda la elegancia... Al fin y al cabo, su señor sí iba a reclamar lo que había comprado, lo sabía. Eso que había confundido con amabilidad seguramente era un engaño. Ella nunca había visto la amabilidad, ¿por qué pensó que la conoció en sus ojos? Fue ilusa.

Pero, al menos, él no iba a reclamarla en un feo sótano, si no en una habitación bonita y elegante, en una cama que parecía cómoda con sábanas de seda y madera brillante.

Eso no era lo que ella deseaba, pero... podría ser peor.

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Pasaron varios minutos desde que se llevaron a la chica peliazul que reclamó en la subasta... no, más bien a la chica que rescató, la palabra "reclamar" no le sentó bien. Cuando menos lo esperó, las sirvientas tocaron la puerta de su oficina y le avisaron que habían terminado de preparar a la muchacha, Cédric sonrió y agradeció el esfuerzo, para después dirigirse a la habitación.

En el camino le notificaron que Eleanor estaba preparando unas cosas antes de alcanzarlos, y no le pareció mala idea. Cuando llegó a la habitación, Cédric tocó la puerta un par de veces anunciando que iba a entrar, es irónico, porque en otras familias sería estúpido que el duque avise a un sirvienta que va a entrar, pero aquella chica no era un sirviente en lo absoluto. La vio encogida de hombros y sentada en la cama, así que se acercó hasta poder sentarse a su lado.

—Espero que esta ropa te resulte más cómoda, el otro vestido que usabas se veía pesado —dijo, estirando la mano para poder ver que el rostro de la chica no tuviera ninguna herida, pero ella no pareció tomarlo muy bien por la reacción de temblar, y ahí supo que estaba siendo descuidado, por lo que se alejó—. Tranquila, no te pondré una mano encima, sólo quiero saber que estás bien.




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