Los secretos de la esclava

16. La princesa y el capitán

 

Eleanor y sus escoltas llegaron a un edificio que han mantenido vigilado desde hace mucho. Las subastas también tienen estatus como los nobles, así como hay aquellas de bajo rango como en la que estuvieron vendiendo a Mare, estaban otras como las que se realizaban en dicho edificio, tenían mayor vigilancia, y por ende... mucha más información.

—Señora Eleanor, parece que la subasta acaba de terminar —murmuró Sir Albert a su oído.

—... n-necesito identificar al anfitrión de este evento —mencionó, caminando para acercarse casi a la entrada, no más para tomar máscaras que tenían disponibles, sus guardias también tomaron unas—. Vamos a dirigirnos a la parte trasera del edificio.

Los tres usaron la multitud para poder escabullirse sin que los descubrieran, de esa forma fue sencillo rodear todo el edificio hasta que llegaron a la puerta. Eleanor se dio cuenta de que alguien se acercaba, así que ordenó rápido a sus escoltas que se ocultaran. Analizando el trato entre aquellas personas, pudieron identificar al anfitrión, estos parecían estar preparándose para partir, ya que estaban guardando varias cosas.

—L-la prioridad es aquel hombre del sombrero negro, s-según los informes de nuestros espías, su nombre es Ramsés Urille, es uno de los principales realizadores de estas subastas en Tessia

—Denos sus órdenes, señora Eleanor.

—... a-asegurémonos de tener una seria charla con él...

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Mientras todos los demás se habían ido a meter a los bares de mala muerte que habían detectado desde antes de tirar anclas, Dante había decidido quedarse en el barco como buen capitán.

Si algo había aprendido de su tiempo como pirata era que no importaba a dónde llegaran, siempre iba a haber un imbécil que decidiera subirse a su barco para husmear y saquear lo que pudieran. Y como siempre, él estaría ahí para lanzarlos por la borda de un golpe. Sabía que todo el mundo creía que los piratas acostumbraban a hacer lo mismo que los idiotas que confirmaban su tripulación y se perdían bebiendo ron por días, pero él nunca había cumplido ningún molde en su vida y por eso siempre estaba al pendiente de que su única posesión valiosa estuviera segura.

Le hubiera gustado que en ese lugar fuera diferente, pero no. Al poco tiempo de que vieron que la mayoría se marchó, un grupo de tres hombres decidió entrar por una de las ventanas de la parte baja, rompiéndola. El ruido provocado por el cristal alertó a Dante.

—Estos hijos de perra... —murmuró sin darles tiempo de hacerse un tour por el barco porque de inmediato bajó para encargarse de ellos.

Dante tomó una cuerda que estaba bien atada al mástil, y de un sólo impulso se balanceó sobre las aguas de forma perfecta, y sin que los bandidos se lo esperaran, entró por la ventana que había sido destruida. Los intrusos se quedaron con la boca abierta al ver a Dante y a mitad del robo.

—¡Oye tú! ¿¡No dijiste que el barco se había quedado solo!? —exclamó a uno de sus compañeros.

—¡Se suponía que sí, a este tipo no lo vi para nada desde que atrancaron en la playa!

El rubio sólo veía con el mentón en alto cómo el grupillo discutía y se echaban la culpa unos a otros por el descuido, y porque obviamente ya no tendrían la oportunidad de robar nada; a menos que...

—¡Dejen de quejarse, sólo es uno! —exclamó otro mientras señalaba a Dante—. ¡Estos piratas son estúpidos si creen que con dejar uno en la guardia, podrán evitarnos el paso, sólo mátenlo!

Ante tales palabras, Dante no soportó y estalló de risa, dejando atónitos a los intrusos, pero luego de unos segundos reinó el silencio y él dejó de sonreír en lo que sacaba su espada.

—Si creen que pueden matarme, adelante... los reto —dijo desafiante mientras les apuntaba.

Los tres se lo quedaron mirando, sintiéndose nerviosas por la gran confianza que el capitán en frente suyo les mostraba, pero luego trataron de recuperar el valor.

—¿¡Te crees muy valiente!? ¡Veamos cuánto te dura!

Así fue como inicio esa pelea de tres contra uno en la cabina del capitán, por esta razón es que Dante fue con todo, ya que le enfureció de que, además de invadir su barco, su habitación fuera la primera en la que se les ocurrió poner el pie. El rubio sabía imponer presión con su gran habilidad con la espada, y entre choque y bloqueo de ataques, Dante poco a poco fue empujando a los queridos inquilinos hasta llegar a la cubierta.

El oleaje del mar siempre estaría ahí para ponerse del lado de Dante, alguien que creció trabajando duro en los barcos pesqueros no se deja derribar por el balanceo que estas le daban a su navío, así como estaba ocurriendo con esos tres chiflados. Uno de ellos se separó y recibió una patada de Dante que lo hizo caer chocar contra el suelo, los otros dos se volvieron tan torpes como si fueran borregos recién nacidos, y Dante no hizo más que usar una cuerda libre para amarrarlos rápidamente luego de mandar a volar sus espadas.

—Oye... espera, espera, espera, ¡no lo hagas aaahhhh! —gritó uno seguido del otro cuando fueron empujados por el rubio fuera del barco y directo al mar, pero el problema para ellos fue que la cuerda se estiró y los hizo sumergirse en el agua por unos segundos antes de volverlos a sacar y dejarlos colgando—. ¡¡AAAAHHHHHHHH!!




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