Los secretos de la esclava

30. Los soberanos de Rúmir

Palacio real de Rúmir - Amanecer

La princesa Soraya admiraba el hermoso paisaje que le brindaba el horizonte desértico, en esos últimos días se había mostrado muy pensativa ante los acontecimientos que se aproximaban. El duque de Tessia ya se encontraba en camino a Rúmir, y teniendo en cuenta de que es alguien diferente a lo que recordaban, hay una gran posibilidad de que se pueda realizar finalmente un tratado de paz, pero...

«... ¿quién podrá ser la persona que le habla a mi padre por la esfera de comunicación? Sea quien sea, me preocupa que lo vaya a influenciar de forma negativa. Tengo que estar atenta a cualquier señal», pensaba Soraya mientras seguía viendo el horizonte.

Si podías ser honesta, la voz que se comunicaba con su padre le producía más desconfianza que el mismo duque de Tessia. Hablando de él, desde hace un rato Soraya tiene un extraño presentimiento, algo que no la ha dejado tranquila.

—... tal vez deba hablar de esto con mi padre —murmuró antes de ponerse en marcha.

En la oficina principal del rey, este se encontraba firmando algunos documentos, varios de ellos relacionados con el transporte marino que aún mantiene con algunos países aliados, esta es de las razones por las que Rúmir no desapareció del mapa luego del golpe de estado.

A pesar de lo ocupado que se mostraba, la verdad era que no podía concentrarse, y no dejaba de pensar en que el duque de Tessia llegaría muy pronto; tras haber acordado las fechas por medio de las cartas, sabía cuándo iban a partir, pero todavía no sabía lo que debía esperar de él, también estaban las palabras de aquel hombre desconocido.

Cuando lo escuchaba hablar del duque, parecía estar completamente seguro de sus palabras, era como si lo conociera; tal confianza en cada frase le hacía pensar que tal vez tenía razón, pero tampoco desacreditada las palabras de su hija, también tenía razón en que no debía precipitarse y actuar sin antes estar seguro.

Al estar pensando en su hija, justamente escuchó el sonido de la puerta, pasando a sonreír al ver a Soraya, era como si todos los malos pensamientos se esfumaran.

—¿Qué sucede, Soraya? ¿Hay algo que te moleste? — preguntó al ver su expresión.

— Buenos días, padre. Disculpa que te moleste cuando estás ocupado, pero necesitaba hablar contigo —respondió la joven.

—Hija, siempre tendré tiempo para ti, dime qué ocurre —dijo con una amable sonrisa mientras estiraba su mano hacia ella.

La joven princesa se acercó con confianza a su padre, sentándose en una de las sillas frente a su escritorio. Ella sabía que podía compartir todas sus angustias con su padre, era la mejor persona que podía conocer, amable y respetuoso. Soraya se aseguró de que en verdad no hubiera nadie que los escuchara, especialmente el desconocido que le daba información a su padre, pero la esfera de comunicación estaba apagada, así que continuó.

—Padre, calculando el tiempo, he de suponer que el duque de Tessia ya debe estar adentrándose al desierto, aunque y no haya avistamientos de bandidos en la ruta entre nuestros países, ¿no crees que sería prudente que nuestros soldados los ayudaran a movilizarse el resto del camino? —propuso, haciendo una mueca al ver la de su padre.

—Te muestras muy comprometida en todo esto, Soraya —comentó.

—... yo sé que Rúmir pasó por muchas cosas, pero también sé que somos capaces de salir del lugar en el que estamos estancados, sé que podemos recuperar nuestra prosperidad —aseguró, pasando a tomar la mano de su progenitor—. Cambiaré mi petición, permíteme reunir a varios soldados para ir en búsqueda del duque y su gente, y yo misma los escoltaré hasta acá.

—¡Soraya!

A pesar del llamado de atención de Akeem, Soraya no retrocedió y ni se retractó de su decisión, ella también tenía una autoridad que podía usar, y sabía que su padre la respetaba.

Al ver la determinación en el rostro de su hija, Akeem sabía que no lograría hacerla cambiar de opinión, esa era una de sus mayores cualidades, y en ocasiones, las más difícil de tratar.

—... no cabe duda de que te pareces a tu madre en todo... su expresión, su carácter; heredaste todo de ella, tanto que incluso me da miedo —confesó, pasando a tener una expresión triste en su rostro mientras se acercaba a abrazarla.

—... padre... —sabía a qué venía ese abrazo—. No te preocupes, por favor.

—Ay hija... eres tan intrépida que no logro seguirte el ritmo —dijo con algo de preocupación, pero al mismo tiempo le alegraba que ella supiera desenvolverse en la sociedad—. Eres todo lo que me queda después de perder a tu madre. No lograría sacar adelante este país si te perdiera.

Soraya terminó por devolverle el abrazo con mucho cariño, más que todo para brindarle calma.

—Justamente porque mamá ya no está... justamente por eso es que elegí un camino en el que sería capaz de ayudarte, y debo hacerlo —exclamó antes de alejarse pata verlo con una gran sonrisa—. Soy la princesa de Rúmir, y haré lo que sea por la prosperidad de este país, y algo me dice que debo poner las manos al fuego por la llegada del duque Pheriam y las negociaciones que pueda conllevar.

Akeem no podía refutar nada de lo que decía su hija, porque muchas de esas palabras eran admirables y estaban llenas de razón. Su hija, que estaba a nada de cumplir sus 18 años, se había convertido en una soberana maravillosa; el rey había tomado una decisión y estaba por decírselo, pero en ese momento entró una ligera brisa por la ventana, y venía mezclada con arena.




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